Capítulo 49

117 11 0
                                    

Lucía despertó y, de manera automática, empezó a escribir el sueño lúcido que acababa de tener. Pero, cuando ya había escrito media página de su diario de sueños, dejó de escribir y tomó el diario para empezar a romperlo en pedazos.

-No habrán más sueños lúcidos. –se decía a medida que rompía las hojas de su diario llenando el piso de su cuarto en una alfombra de papelillos.

Mientras rompía su diario en cada vez más pequeños pedazos de papel, recordó el sueño lúcido que había tenido esa noche, en la que vagó muy satisfecha por los pasillos de las ampliaciones al albergue estudiantil que había construido durante las noches anteriores. El albergue era mucho más amplio y con muchas más habitaciones y pisos que el albergue real en el que ella vivía. Era tal el nivel de práctica logrado, que ya le resultaba natural, demasiado natural, el darse cuenta que estaba soñando y transformarlo en un sueño lúcido. Por más que no quisiera. Iba resultar bastante difícil volver a soñar normalmente, como lo hacía el resto de la humanidad.

-Debo ayudar a Luiscar. –se le entró el pensamiento cuando empezó a limpiar el piso de su cuarto. –Es mi amigo y necesita ayuda. Quizá más que yo. -se dijo al recordar la gran cantidad de faltas acumuladas que estaba teniendo su amigo ultimamente.

-o-

-Muchas gracias. –le dijo Lucía a João a la salida del trabajo y le dio un fuerte abrazo, el cual fue correspondido por el viejo.

-Mi niña. Qué bien que estés mejor. –dijo el viejo con la voz entrecortada y los ojos humedecidos por las lágrimas que no se atrevían a salir.

-Si no fuera por usted, no sé qué habría sido de mí. Lo quiero mucho.

-Yo también te quiero mucho mi Lucía.

-Y porque también quiero a mi amigo Luiscar, es que voy a ayudarlo como usted me ayudó.

-Ve y ayuda a ese joven. –dijo el viejo sin comprender mucho de qué se trataba el comentario de Lucía, pero sabía que era muy importante para ella.

Lucía se soltó de su amigo y se fue presurosa a tomar el autobús que la llevaba en dirección de la Universidad. O del apartamento de su amigo, para ser más exacto.

-o-

Lucía llegó al edificio de apartamento en el cual se encontraba bastante concurrido con estudiantes que entraban y salían. Algunos de ellos riendo o jugando, otros apurados y con rostros notablemente preocupados. Lucía ingresó en el edificio y se dirigió hacia el ascensor. Apretó el botón para llamarlo y esperó que la puerta se abriese para poder ingresar. No tuvo que esperar mucho para ver la puerta abrirse y ver salir una gran cantidad de muchachos que, con botellas de cerveza en la mano, hablaban en voz alta sobre lo bien que la estaban pasando. El número de personas que salió era bastante mayor al número máximo de personas que el ascensor podía soportar, de acuerdo al letrero que se encontraba visiblemente ubicado al lado de los botones. Pero los muchachos no sabían, leer, o poco les importaba su propia seguridad, pensó Lucía. Como Luiscar, como yo.

Ingresó en el ascensor y subió hasta el piso de su amigo. Cuando la puerta del ascensor se abrió, ella salió y se fue directamente hacia la puerta del apartamento de su amigo. Nunca supo por qué él le había dado una copia de la llave, hasta este momento.

Lucía ingresó en el apartamento y empezó a llamar a su amigo. Sabía que él se encontraba allí. Y si no respondía, había un solo lugar donde él podría estar: en su cuarto. Durmiendo.

Avanzó hacia el cuarto y, tal como lo había previsto, vio a su amigo durmiendo, con un vaso vacío y la caja de las pastillas para dormir a su lado. Por un momento Lucía pensó en quedarse y esperar a que se despierte, pero eso era mucho tiempo. No. Lo mejor era tratar de despertarlo ya mismo. Con esa idea en la cabeza se fue a la cocina y tomó un par de vasos los que llenó con agua. Volvió a la cama donde estaba Luis Carlos, los abrió y lo roció a su amigo con su frío contenido, teniendo cuidado de echarle bastante agua sobre su cara. Al parecer la dosis de pastilla para dormir había sido elevada, porque Lucía no logró despertarlo. No. Tendría que utilizar un método más drástico, como la ducha. Lucía, sin importarle por lo mojado que estaba su amigo, lo empezó a arrastrar a través de su cuarto para llevarlo, a duras penas, hacia el baño del apartamento. El amigo era bastante pesado, mucho más pesado de lo que ella hubiese pensado, pero no lo suficiente para que ella no pudiese arrastrarlo. Pero era urgente despertarlo, y ella no se rendiría así nomás. No ahora que se sentía en parte responsable por la salud de su amigo.

Una vez llegó finalmente al baño, acomodó a su amigo bajo la ducha y la abrió con todo su caudal. Para que el efecto sea mayor, bajó el disyuntor eléctrico haciendo que el agua salga fría para dar mayor efecto.

Y el resultado fue efectivo, porque Luis Carlos empezó a mover sus brazos tratando de protegerse de la fría agua que le caía sobre la cara. Cuando abrió totalmente sus ojos, señal clara de que había despertado, Lucía cerró el paso de agua de la ducha y le estiró la mano para que se pudiera parar. Cuando estuvo parado, le entregó una toalla y se retiró del baño para que se pudiera secar.

-¿Qué te pasa? –dijo él al salir del baño con la toalla secándose la cara. -¿Estás loca?

-Buenas noches Luiscar. –dijo ella como enseñándole a saludar.

-¿Por qué me despertaste de esa manera?

-¿De qué otra manera querías que te despierte?

-Pero, ¿Por qué me despertase, en primer lugar? ¿Qué es lo que está sucediendo?

-Que nos estamos volviendo locos viviendo en el mundo de los sueños. Eso es lo que está sucediendo.

-¿Cómo?

-Eso que estás escuchando. Que hemos abandonado el mundo real para irnos a vivir en el mundo de los sueños. ¿Hace cuánto tiempo que no vas a la Universidad? ¿Te parece normal, sano, que alguien alquile un apartamento para irse a dormir? ¿No te das cuenta que estamos mal?

-¿De dónde has sacado esas cosas? Seguro es Helga la que te ha estado lavando el cerebro.

-¿Helga? –respondió ella asombrada por esa respuesta inesperada. –Ella no tiene nada que ver. No tiene ni idea de lo que estamos haciendo. Para tu información, ni siquiera sabe que le robamos el libro. Esto lo hago porque me di cuenta que no podemos seguir viviendo así. Que esto se ha vuelto una locura. ¿Sabes qué? Ahora me doy cuenta que tu amigo Jürgen estaba en lo correcto cuando les advirtió lo peligroso que era esto.

-¿Ahora te pones de su parte? –dijo él molesto ante las palabras de su amiga. –Es como escucharlos a ellos. No puedes negarlo, te han lavado el cerebro. Sé que no te das cuenta, pero así son todos ellos. Fue un error que te hayas metido al grupo de Helga. Debí saber que finalmente lograrían lavarte el cerebro, convertirte en uno de ellos. Pero, yo no. Yo seguiré aprendiendo a dominar el mundo de los sueños. Porque sé que puedo convertirme en un experto, en el mejor. Tú te puedes ir cuando quieras. Abandonarme. No me importa. No te necesito. No los necesito a ninguno de ustedes. Lo mejor que puedes hacer es irte con ellos y olvidarte que existo.

-Pero Luiscar, ¿no entiendes que lo que quiero es ayudarte? ¿Sacarte de este vicio que nos está dominando?

-¿Vicio? ¿Dominándome? Ja. Me haces reír. Este no es un vicio. Lo puedo parar cuando quiera. Tu problema es que no has logrado avanzar como yo y tienes envidia. Pero, lo mejor que puedes hacer es dejarme solo. Eres una pobre fracasada que tiene miedo de avanzar, de conocer un mundo fantástico, un universo de conocimiento que nunca podrás obtener, porque no tienes la valentía de aprender. Le tienes miedo a todo, a tu padre, a Marcia, a tu jefa, a todo. Cobarde.

Lucía, herida por las palabras que golpeaban su mente, se dio la vuelta y se fue corriendo de allí, huyendo de su amigo, y de las duras verdades que lanzaban contra ella.

LúcidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora