Capítulo 26

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Cuarta Parte

-Buenas noches Lucía. -dijo Luis Carlos y se sentó a su lado en la primera fila del salón de clases. El profesor todavía no había llegado y los estudiantes que estaban en la sala, hablaban animadamente a su alrededor, creando un ruido de fondo que les daba una sensación de intimidad.

-Hola Luiscar -respondió ella con timidez. A pesar de que ya tenía más de un mes conversando con él, desde el inicio de las clases en la Universidad, todavía no podía vencer esa vergüenza de hablar con ese muchacho tan elegante, aunque no muy agraciado.

-¿Quieres? -le ofreció un paquete de galletas de la que estaba comiendo.

-Gracias. -dijo ella y alargó tímidamente la mano para tomar una del paquete.

Mientras comía la galleta y esperaba que el profesor llegase a la sala para iniciar la clase, su mente voló hasta el primer día de clases. Se vio caminando por los pasillos, con su cuaderno en la mano, y con su ropa vieja y barata que contrastaba demasiado con las blusas nuevas y tan bonitas que tenían las otras muchachas que avanzaban alegres por los pasillos, conversando en grupo y felices por su primer día en ese lugar y que al verla en su camino, le dirigían un mirada despectiva por su manera de vestir tan, tan de pueblo. Luego de un penoso recorrido, llegó a la sala en la que tendría su primer clase e ingresó para sentarse en uno de los asientos del frente, como era su costumbre en el colegio. En parte se sentaba de primero por que le gustaba estar atenta a lo que decía el profesor, pero también porque no podía ver muy bien de lejos. Y esto era algo que nunca lo había dicho a nadie por temor a que su padre lo pudiera saber. Si se hubiese enterado, de seguro se habría molestado muchísimo por ese gasto extra e innecesario, pensó Lucía todavía con temor por la imagen del recuerdo de su padre. Cuando entró en la sala de la Universidad, vio que ya habían varios muchachos conversando mientras esperaban la llegada del profesor. Todos ellos habían escogido sentarse del medio hacia atrás. Nadie se había atrevido a sentarse adelante como ella. Pero cuando llegó el profesor, la sala estaba casi llena y con un ruido bastante animado por las múltiples conversaciones que se realizaban. Su presencia fue suficiente para que el ruido se extinguiera inmediatamente después que él ingresara en la sala. Luego de saludar y dar su presentación, el profesor, que era bastante mayor, empezó a hablar sobre el tema que correspondía aprender ese día. Lucía sacó su cuaderno y empezó a anotar todo lo que el profesor hablaba y lo que se mostraba en los esquemas que se proyectaban en la pared. Cuando miró a su alrededor, pudo ver que casi todos sus compañeros escribían en sus computadores portátiles o sus tablets. Pero nadie utilizaba ya cuadernos de apuntes como ella. Esto hizo que se ruborizara y evitase mirar hacia atrás, concentrando toda su atención hacia adelante, hacia el profesor. A pesar de que la clase había durado apenas una hora, para Lucía había sido una eternidad, que finalmente concluyó cuando el profesor se despidió y se retiró de la sala media hora antes de la hora de salida. Lucía esperó que sus compañeros se retirasen del curso y, cuando la sala estuvo casi vacía, se levantó y se dirigió a la siguiente clase, aunque sabía que todavía no era hora para ingresar.

Al llegar a la puerta del salón, pudo ver a un grupo de estudiantes que estaban conversando en el pasillo. En realidad el que hablaba era un muchacho y las otras, todas muchachas, solo miraban a los lados como buscando alguna excusa para salir de ahí lo más pronto posible. Minutos después, un estudiante pasó por el pasillo y saludó a las chicas, para luego irse con ellas. Los rostros que ellas tenía al marchar, evidenciaban un alivio por saberse libres de una carga muy pesada. El muchacho que quedó, al verse solo, dirigió su mirada hacia Lucía, que había permanecido callada a un lado de la puerta del salón de clases, esperando la hora para ingresar. 'Hola, soy Luis Carlos, pero mis amigas me llaman Luiscar', fue el saludo que dio él para presentarse, al mismo tiempo que le ofreció un caramelo.

-Te noto cansada. -le dijo Luis Carlos despertándola de su ensueño y trayéndola de nuevo al salón de clases. El comentario lo hizo, no sólo para iniciar la conversación, sino porque de verdad ella mostraba una cara que revelaba un notorio cansancio.

-Sí. -admitió ella. El rubor por la pregunta le trajo algo de vida a su cara. -Es que no he dormido bien últimamente.

-Estudiando mucho, estoy seguro.

-Sí, es verdad. Es que no quiero que me vaya mal en los exámenes que vienen.

-Ya sabes. Si necesitas que te explique algo, solo me dices. Yo entiendo perfectamente la materia.

-Sí. Gracias. -respondió ella.

-Pero no son los estudios. ¿Verdad?

-Sí. -respondió ella varios segundos después, como si se avergonzara de la respuesta. -Es que he estado teniendo muchas pesadillas últimamente. Con mi padre, con Marcia, con mi jefa. Eso no me deja dormir bien.

-¿Siempre sueñas?

-Sí. Siempre he soñado. Mi madrina decía que era un don que tengo, que me podría ayudar a comunicarme con las personas queridas y con los ángeles. Ella también lo tiene. Cuando tiene algo que conversar con los ángeles o con personas que ya han muerto, antes de dormir lo escribe en una pizarrita que tiene al lado de su cama y los ángeles y muertos la visitan en sueños esa noche. Me gustaría aprender a hacerlo, como ella lo hace.

-Eso son solo charlas. -dijo él riendo burlonamente de lo que acababa de escuchar, como si Lucía hubiese dicho una gran tontería. -Soñar no es ningún don. Todo sueñan. Lo que pasa es que no se recuerdan lo que han soñado. -siguió diciendo con su voz de superioridad, ya sin reir -Y eso de conversar con los ángeles, es un mito que no tiene base científica. Quien te dice que habla con ángeles, te está mintiendo.

-No sabía. ¿Y tú sueñas mucho? -le respondió Lucía para no mostrar su molestia, no solo por tu tono de superioridad empleado, sino porque se había atrevido a llamar mentirosa a su madrina, a quien tanto admiraba.

-Sí. Más de lo que tú crees. ¿Quieres que te enseñe algo para detener tus pesadillas? -le dijo Luis Carlos en voz baja, como si de algún secreto valioso se tratara.

-Bueno. -respondió ella con la sensación de curiosidad y extrañeza por la proposición tan rara de su amigo.

-¿Sabes qué son los sueños lúcidos? -preguntó él todavía en voz baja, como si temiese ser escuchado por los compañeros de curso que se encontraban sentados a su alrededor, sin darse cuenta que ellos estaban concentrados en sus propios temas de conversación ajenos a lo que Lucía y Luis Carlos estaban comentando.

-No. Jamás he escuchado de ese tema.

-¿No? -preguntó extrañado por la respuesta. -Qué raro, si en la televisión se han visto varias veces documentales sobre este tema. Incluso no hace mucho salió una película bastante buena en la que varias personas tenían sueños lúcidos en grupo.

-Es que no tengo televisión. -respondió ella con vergüenza. -Y tampoco he podido ir al cine.

-Te explicó. -dijo él con su tono de superioridad que siempre utilizaba cuando explicaba algo. -Un sueño lúcido es cuando te das cuenta que estás soñando. A partir de ese momento puedes tomar control de lo que sucede en tus sueños. Así podrás detener tus pesadillas con Marcia, con tu padre o la que sea.

-¿Tú has tenido sueños lúcidos?

-Sí. No es difícil hacerlo. Si quieres te enseño.

En ese momento se abrió la puerta del salón e ingresó el profesor presuroso a iniciar la clase. El silencio acalló todos los ruidos y conversaciones en la sala. Luis Carlos no quiso romper aquella quietud y le hizo señas a Lucía, indicándole que continuarían la conversación al finalizar la clase.

'Sueños lúcidos', pensaba Lucía luego de la explicación de su amigo. 'Tengo que aprender a tenerlos. Así podré conversar con mi madrina, y con mi madre. No importa que él no crea en los ángeles, pero fueron los ángeles quienes lo enviaron para enseñarme sobre los sueños. Muchas gracias madrina por tu ayuda. Aunque estés muy lejos, sé que esto es porque tú lo estás haciendo para ayudarme. Te prometo que haré todo mi esfuerzo para aprender y ser como tan buena como tú', se decía impaciente por que concluyese aquella clase.

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