Capítulo 28

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Lucía apagó su despertador y rápidamente tomó su cuaderno y empezó a escribir el sueño que acababa de tener. Tal como le había dicho Luis Carlos, no se preocupó por la ortografía, la caligrafía o el estilo. Lo único que le importó fue escribir todo lo que recordaba, lo más rápido posible antes de que sus recuerdos se escaparan de su mente. Una vez terminó de escribir, dejó el cuaderno y su bolígrafo en su mesa de noche y se levantó a iniciar su día. La primer tarea del día era darse un baño, por lo que tomó su toalla, jabón y champú y salió de su cuarto. Luego de pegar con llave su puerta, se dirigió hacia el lugar donde se encontraban los baños. El albergue estudiantil a esa hora no tenía casi movimiento.

En su camino a los baños, solo se encontró con una muchacha que se alojaba a pocos cuartos del suyo. La toalla en su cabeza revelaba que venía de darse una ducha. Se saludaron al pasar y se desearon un buen día. La muchacha siguió su camino hacia su cuarto, y Lucía hacia los baños. Al dar la vuelta hacia el pasillo que daba a los baños, pudo ver a Marcia que también se dirigía hacia ese lugar. Por la forma de caminar y gesticular sola, se podía saber que no le gustaba para nada madrugar. Como todas las veces que se encontraba con Marcia, Lucía sentía una fuerte opresión en su pecho que la paralizaba. La sensación de peligro le hizo detener su avance y dar unos cuantos pasos hacia atrás para poder esconderse detrás de la esquina, desde donde esperó que Marcia desaparezca dentro de su baño. Todos los baños eran muy limpios y bien cuidados, pero el del medio era el que tenía la ducha más potente y por lo tanto el escogido por Marcia. Cada vez que la veía, no podía evitar recordar la primera vez que se encontraron. Fue al día siguiente de su llegada al albergue estudiantil, cuando todavía no conocía las normas que regían ese lugar. Se despertó temprano aquella mañana y, como de costumbre, se fue a dar un baño. Cuando llegó a los baños, supo por el ruido de las duchas que los baños de los extremos estaban ocupados. Afuera había otra muchacha que, como ella, estaba esperando que alguna de las duchas se liberase para entrar. Para su asombro, el baño del medio estaba vacío, pero la muchacha no daba muestras de querer ocuparlo, por lo que pensó que ese baño estaba dañado. No habiendo más opción, Lucía se dispuso a esperar su turno para entrar. Un par de minutos después llegó otra muchacha que, luego de saludar a la chica que estaba esperando con Lucía, se puso a conversar con ellas hasta que algún baño se liberara. El tiempo fue pasando tan lento que, fruto del aburrimiento, Lucía decidió entrar en el baño del medio para averiguar qué era lo que estaba dañado. Luego de realizar una observación general de su interior, no vio nada que mostrara algún tipo de daño evidente. Abrió la ducha y vio que un potente chorro de agua tibia salió sin ninguna dificultad. Lucía, contenta con su hallazgo, se dirigió hacia la puerta para cerrarla, no pudiendo evitar dirigir una mirada de picardía a las otras muchachas que estaban esperando afuera. La cara de asombro e incredulidad que pusieron aquellas muchachas, le causó gracia a Lucía, que les sonrió mientras cerraba la puerta del baño. Contenta por su suerte, se puso a bañarse y a disfrutar de la tibieza del agua que le acariciaba la piel. Estuvo así disfrutando de su baño por varios minutos, hasta que unos fuertes golpes interrumpieron su diversión. Una voz vociferaba afuera a la par de los golpes en la puerta que no se detenían en ningún momento.

-Ya salgo. -dijo Lucía asustada por los golpes que no paraban, ni los gritos que no disminuían.

Apremiada por los golpes en la puerta, Lucía se enjuagó rápidamente y se medio secó. Tomó todas sus cosas y se cubrió con la toalla para poder salir lo más pronto posible para acallar los permanentes golpes y gritos que todo el tiempo habían detrás de la puerta. Tan pronto como abrió la puerta, una mano la tomó de los cabellos y la sacó por la fuerza. Lucía solo atinó a agarrar fuertemente su toalla, pero el resto de sus pertenencias regaron por los alrededores. La mano que le sostenían su cabello, la arrastró al medio del pasillo y la mantuvo con la cabeza casi al nivel del piso, arrastrándola de un lado al otro. Por su posición, Lucía solo podía ver la gran cantidad de pies que se había aglomerado a su alrededor, y en especial el par de pies de su agresora que la seguía arrastrando de un lado a otro, como bestia enfurecida.

-Por favor. -era lo único que atinaba a decir una y otra vez Lucía en tono de súplica, mientras sus lágrimas mojaban el piso por el que era arrastrada su cabeza.

-Ya, suéltala. Es suficiente. -escuchó decir a alguien en la multitud.

-Ella es nueva. No sabe. -dijo otra muchacha intercediendo por Lucía.

-Sí, verdad. No sabe. Perdónala.

Por fortuna para Lucía, las voces lograron aplacar la furia de la agresora, quien en un último golpe de gracia, la arrojó con fuerza lejos de ella. Lucía cayó al piso y se tomó la cabeza para calmar su dolor. Mechones de cabello caían a los lados de su cuerpo, clara muestra de la fuerza con la que habían sido tratados. Lucía, sin atreverse a levantar la cabeza, lloró en silencio con la esperanza de que todos pronto se fueran y la dejaran sola con su dolor, y su vergüenza.

-Esto es para que aprendas a respetar. -le dijo la agresora. -No quiero volver a verte utilizando mi baño. Y eso va para todas aquí. Si alguien lo vuelve a hacer, tendré que castigarla. -Esto último lo dijo señalando el cuerpo sollozante de Lucía.

Lucía no se recordaba muy bien cómo había regresado a su cuarto. Lo único que se acordaba, y no muy claro, era que una muchacha le había ayudado a levantarse.

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