Capítulo 41

132 10 0
                                    

-Buenas noches. -respondió la voz de Helga a través del intercomunicador. -¿Quién es?

-Soy yo. Lucía Souza. -dijo ella con timidez, abrumada por lo lujoso del edificio y la zona residencial donde se encontraba, muy diferente al albergue estudiantil donde ella vivía o de la casa en el pueblo de donde venía.

-Pasa Lucía. -sonó nuevamente la voz de Helga, seguida por el característico sonido del bloqueador de la puerta que cedía para que Lucía pudiese pasar.

Lucía ingresó en el recibidor del edificio y buscó los ascensores tal como le habían indicado cuando le hicieron la invitación para asistir a esta reunión. Presionó el botón del último piso y esperó a que la puerta se cerrase y el ascensor la llevase, durante segundos interminables, hasta su destino.

Al salir del ascensor pudo ver a una se las muchachas del grupo cuyo nombre no terminaba por recordar. Estaba bajo la única puerta que había en ese lugar.

-Hola Lucía. Bienvenida. -le dijo a tiempo que se hacía a un lado para que la recién llegada pudiese pasar.

Al ingresar a la amplia sala del departamento, pudo ver que ya casi todos los invitados habían llegado a la reunión. Lucía saludó a todos, incluyendo a Helga que se encontraba como uno más del grupo, conversando con una persona, un poco mayor que el resto de los presentes, mientras esperaba que se hiciese la hora para iniciar la reunión. Al verla, Lucía refrenó la idea de utilizar la excusa de ir al baño para poder ir a buscar el libro y largarse de una vez de ese lugar. Pero era demasiado peligroso hacerlo en ese momento con tantos ojos que la pudiesen ver, pensó, y lo mejor era esperar que empezara la reunión y hacerlo con todas las personas concentradas en la exposición.

Luego de esperar algunos minutos a que el reloj marcara la hora acordada, finalmente la reunión empezó y el señor que estaba conversando con Helga, inició formalmente la reunión y se puso a exponer los temas religiosos que tocaba explicar ese día. Lucía aguardó varios minutos a que todos estuviesen concentrados en el tema de conversación, sin animarse a levantarse para ir a cumplir su plan. Cada vez que veía los números de su reloj, estos indicaban que el tiempo se estaba yendo muy rápidamente y buscaba alguna excusa para justificar el retraso de su plan por algunos minutos más. Cuando su reloj indicó que solo quedaban pocos minutos para la hora programada de finalización de la reunión, Lucía sintió cómo sus nervios surgían desde su abdomen hasta apoderarse de todo su cuerpo. Una sensación de urgencia y miedo por perder quizá la única oportunidad de obtener el libro, la hicieron paralizarse momentáneamente.

-Perdón. ¿Sabes dónde está el baño? -preguntó, venciendo su terror, a la muchacha que se encontraba a su lado. Al preguntar, trató de hablar en voz baja para que no fuese escuchado por el resto de las personas de su alrededor que estaban atentas a la charla del predicador que no había callado desde el inicio de la charla.

-No lo sé. Yo también tengo ganas de ir al baño. -le confesó la muchacha también en voz baja. -Te acompaño. Vamos saliendo. Ya alguien nos dirá dónde está el baño. Le preguntaremos a Alberto. Él ya ha venido antes y debe conocer dónde está. -dijo la chica y señaló a un muchacho que se encontraba retirado del grupo hablando por teléfono muy calladamente.

Lucía y la muchacha se levantaron con mucho cuidado de no molestar al resto de las personas y se fueron, muy discretamente, a preguntarle al muchacho por la ubicación del baño. Lucía conocía perfectamente dónde se encontraba el baño, y no solo el baño sino todo el resto de las habitaciones de la casa. Luis Carlos le había dado un plano detallado de la casa y le había obligado a que se lo memorice perfectamente antes de venir a esta reunión. Pero resultaba demasiado sospechoso que demostrara su conocimiento, por lo que siguió a la muchacha hacia donde se encontraba el muchacho llamado Alberto, que les indicó a señas cómo llegar.

LúcidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora