Capítulo 7

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-¿Hay alguien en casa? -dijo en voz alta una mujer toda vestida de blanco en la puerta de la casa. Su cabello estaba, así como el resto de su cuerpo, totalmente cubierto por un turbante del mismo color que su ropa. Tenía puesto un par de zapatos de lona blanco y una cartera blanca colgaba de uno de sus brazos. Tenía una figura bastante rellena, pero mucho menos rellena de lo que el color blanco la hacía lucir. Su piel trigueña, un poco obscura, combinaba muy bien con el blanco de su ropa. Un collar de grandes bolas negras colgaban alrededor de su cuello, resaltando notablemente sobre todo el marco blanco que lo rodeaba. Un cigarro insertado en una boquilla larga estaba en su mano, soltando humo que se difundía en el ambiente.

A los pocos segundos del arribo de esta mujer, un pequeño perro salió de un lado de la casa ladrando enfurecido. Al cruzar la esquina, dejó de ladrar y se abalanzó hacia la mujer y se puso a saltar a su alrededor como si quisiera llegar a los brazos de la recién llegada.

- Ya dogi, yo también te extrañé. -respondió ella a las señas de aprecio del animal. - Ve y avisa a tu ama que estoy aquí.

-Ya los escuché -respondió la voz de otra mujer que acababa de abrir la puerta de la casa. -Sabía que eras tú. Es la única persona a quien Dogi no ladra.

-Si querida amiga. Aquí estoy. Es que no pude contener mi curiosidad por saber cómo le fue a mi ahijada en su fiesta de graduación. Además que no he podido darle mi abrazo de felicitación por su bachillerato. ¿Donde esta ella? Quiero verla. Quiero que me cuente todo,todo. -Al hablar, movía la larga boquilla con el cigarrillo, como si estuviese lanzando conjuros con el humo que éste lanzaba.

-Está en su cuarto. Ahora la llamo. Pero hay algo que debo contarte antes.

-Seguro tiene que ver con el animal de tu marido. Lo vi salir hace un rato mientras esperaba para venir a visitarlas. Si no fuera el padre de Lucía, hace rato que le habría hecho un trabajo para que todos los demonios lo atormenten y le hagan pagar todo lo que les hace a ustedes. Pero, ¿qué ha hecho ahora? No me digas que castigó a mi Lucía por llegar tarde de la fiesta. Pero, ¿acaso él nunca fue a alguna fiesta? -La molestia de sus palabras hizo que la boquilla se moviese con furia, tanto que parecía que en cualquier momento iba a salir disparada en cualquier dirección.

-Es que no le dejó asistir a su fiesta de graduación. Ya sabes cómo la cuida después de lo que pasó con Ramón.

-Pero ¡es su fiesta de graduación, por todo los ángeles del cielo! ¿Acaso nosotras no tuvimos fiesta de graduación? ¿Tu no fuiste con ese bonito vestido plateado que te compró tu madre? Que él no haya querido estudiar y no se haya graduado de bachiller, no le autoriza a impedir que mi ahijada vaya a su fiesta. Con lo bonita que se veía con su vestido nuevo. Parecía un ángel. Lo que pasó con tu hijo mayor es culpa del animal. ¿No te dabas cuenta de lo mal que lo trataba y cómo lo humillaba? No sé por qué lo aguantas. Ese animal merece estar en la cárcel y no tu hijo Ramón. Tú, como madre, no deberías permitirlo. Son tus hijos también. Tu eres también culpable por lo que les sucede. -Esto lo dijo señalando con su larga boquilla hacia el pecho de su amiga, como si apuntara con un puñal listo para atravesarla, o una barrita mágica presta a enviar su conjuro contra la víctima frente a ella.

-Pero, ¿qué puedo hacer? Él es así.

-Puedes irte, dejar a ese animal. Aunque sea hazlo por tu hija. ¿Cuántas veces no lo hemos conversado?

-Pero él es mi marido, el padre de mis hijos. No puedo dejarlo. ¿Qué haría sin él?

-Por eso es que me molesta hablar del tema. Dios del cielo. No entiendo que no te des cuenta que ese animal les está desgraciando la vida. Ya lo hizo con tu hijo Ramón, ahora lo hace con tu hija Lucía. Con mi ahijada. Y eso no lo voy a permitir. No sé de quién tengo más rabia, si de él por todo lo que les hace, o de ti porque lo permites. -Al terminar de decir esto, se dio cuenta que su cigarro, ya consumido si haber sido fumado, en la punta de su larga boquilla, no emitía ni la más pequeña partícula de humo. Quitó el resto de cigarro que todavía se encontraba insertado en la boquilla y lo cambió por uno nuevo que sacó de un manojo de que tenía en su cartera, el cual no mostraba ningún tipo de seña ni marca comercial que lo identificara.

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