Capítulo 10

157 13 0
                                    

-Ya llegué. -dijo João en la puerta de la casa. -Se limpió limpió las manos en su toalla e ingresó a la casa.

Las mujeres estaban terminando de preparar la cena y acomodar la mesa. Todo estaba prácticamente cronometrado.

-Buenas noches papá. -respondió Lucía que fue a recibirlo por si necesitaba de su ayuda en la puerta de entrada.

-Buenas noches. ¿Qué hay de cena?

-Hoy hicimos una rica feijoada.

-Qué bien. Estoy con mucha hambre. Pero primero tengo que lavar estas herramientas. Mañana temprano tengo que ir a otro lado a hacer unas reparaciones, y no quiero que estén criticando por las herramientas. Sabes lo mala que es la gente.

-Sí papá. -dijo Lucía y, como un golpe, recordó que ‘en los baldes está el libro de mi madrina. Me olvidé de buscarlos cuando vino Malú. Ahora cómo lo recupero’, pensó nerviosamente y empezó a limpiarse las manos insistentemente en el delantal.

-Papi, yo te ayudo. Si quieres las lavo. -dijo luchando por no mostrarse nerviosa.

-No. Mejor ve y ayuda a tu madre en la cocina. Esta es labor de hombres, y no quiero que mi hija se ensucie con grasa. Nunca lo permitiría.

-Pero no me mancharé papi, yo se lavar.

-He dicho que ayudes a tu madre, ahora ve.

Lucía sintió una fuerte presión en su pecho, producto de su corazón que no sabía si latir o salir saltando de su cuerpo a buscar esos libros. Finalmente avanzó de forma automática, como si fuese un cuerpo sin alma, hacia el comedor a ayudar a su madre a terminar de poner las cosas sobre la mesa.

-Lucía. -sonó la voz molesta de su padre desde la lavandería.

Lucía fue rápido al llamado de su padre. Sabía que era peor hacerle esperar, más si estaba molesto. Fue tan pronta la llamada, que no le dio tiempo a buscar alguna excusa del por qué esos libros estaban allí. ‘Ojalá no se moleste. Por favor Dios, mi ángel de la guarda, haz que mi padre esté de buen humor. Que no me golpee, por favor’.

-¿Qué es esto? -señaló la ropa todavía tendida sobre los cables.

-Perdón. Me olvidé que todavía no la había recogido. -dijo ella más aliviada -Es que me quedé ayudando a mamá a hacer la comida.

-No me gustan las excusas. Ve y recógela. Sabes que la ropa no puede pasar la noche colgando afuera. Es como llamar a los ladrones que vengan a llevársela. -respondió él molesto. -Y no tengo dinero para estar comprando cada vez.

-Sí papá. -respondió Lucía y se puso rápidamente a recoger toda la ropa tendida. Nunca habían robado nada en esa casa, no con lo bullicioso que era el perro, pero prefería no contradecir a su padre. Él no era de los que entendían razones.

Mientras Lucía iba acomodando la ropa ya seca que estaba tendida en los cables, su padre se dispuso a poner su maletín de herramientas en el lavadero. A un lado vio unos baldes apilados. Sacó el balde superior y en su interior puso un grupo de herramientas para luego vaciar la mitad de la gasolina contenida en una botella plástica que había traído junto con las herramientas. Tomó el balde inferior en el que encontró un libro muy viejo y un cuaderno. Los sacó y los puso a un lado para luego poner en su interior otro grupo de herramientas y vaciar el resto de gasolina. Después tomó un cepillo metálico y empezó a sacarle brillo a una herramienta de las que estaban remojadandose en gasolina dentro de los baldes. Cuando estuvo satisfecho con el resultado de su trabajo, recordó que no había traído con qué secar sus herramientas. Vio el viejo y maltrecho libro a un lado en el piso y lo alzó para ponerlo a un lado de los baldes. Sacó un par de hojas y se puso a limpiar su herramienta para sacar el resto de grasa y gasolina que no había podido sacar con el cepillo. Luego volvió a repetir varias veces esta tarea con el resto de herramientas que estaban en los baldes. Lucía solo necesitó ver el montoncito de papeles arrugados en el piso, para darse cuenta qué había sucedido con su libro

-Papi. -dijo ella sin poder esconder su desesperación. -Ese es mi libro.

-Pero ya eres bachiller. Ya sabes todo lo que necesitas saber. Ya no necesitas más libros. Además este ya está viejo.

-Pero es que estaba repasando. -dijo ella tratando de buscar alguna justificación que pudiese convencer a su padre, pero sin molestarlo.

-Pero no necesitas repasar. Nadie te puede quitar tu título. Ahora lo que tienes que aprender, es a llevar bien una casa. A no dejar la ropa tendida toda la noche. Eso tienes que aprender. Lo que están en estos libros, de nada te servirán para ser una buena esposa y madre. Eso se aprende trabajando, como yo lo hice.

-Sí papá. -dijo ella conteniendo las lágrimas en sus ojos. -Ya terminé aquí, voy a ayudar a mamá.

No esperó la respuesta de su padre y se fue, casi corriendo, a su cuarto para poder llorar sin ser vista. ‘Es en vano contarle algo a mi mamá. Ella no puede ayudarme. Si tan solo estuviese mi madrina. Pero, no está. Estoy sola’, pensó mientras sus lágrimas mojaban su almohada.

LúcidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora