La voz de una señorita sonó por toda la estación, indicando la pronta partida del autobús de Lucía. La media hora indicada por el joven había pasado muy rápido, tan rápido que no le dio tiempo a Teresa darle todas las recomendaciones a su ahijada. Se levantaron y se dieron un abrazo muy fuerte. El cuerpo de Lucía temblaba de terror y sus brazos se aferraban a Teresa, como si no quisiera soltarla nunca.
-Allá están. -retumbó un grito a treinta metros de donde ellas estaban.
-Mi padre! -dijo con terror Lucía al reconocer la voz de su padre.
-Vete al autobús. Y no mires atrás. Yo arreglaré esto. -dijo Teresa, otra vez en posesión de su voz autoritaria que había perdido esa media hora.
-Pero él te golpeará. Ya sabes lo agresivo que és.
-El cielo es mi testigo que tu no sabes lo agresiva que puedo ser yo, cuando lo necesito. -respondió desafiante Teresa que ya avanzaba a paso firme, con la boquilla como si fuese una espada, a enfrentarse con la fiera que se venía hacia ellas, -Vete de una vez.
-Pero él es capaz de matarte.
-No lo hará. Y si lo hace, haz que valga la pena. -le gritó sin darse la vuelta a mirarla, ya a mitad de camino hacia donde su padre se encontraba, caminando enfurecido.
Lucía no pudo ver lo que sucedió a continuación. Solo dio la vuelta y corrió hasta el autobús y se subió lo más rápido que pudo.
-¿Qué es lo que sucede allí afuera? -preguntó la señora que se encontraba sentada en el asiento vecino al que ella se sentó. Era una señora mayor y estaba intentando, vanamente, ver por la ventana la fuente de los golpes y gritos que sucedían en algún lugar de la estación.
-No se. -respondió nerviosamente Lucía al sentarse al lado, rogando cada segundo que el autobús de una vez partiera y le alejara de ese ruido. Una vez en el asiento, se agachó llorando y tapándose sus oídos con sus manos, en su vano intento de anular los dramáticos sucesos que sabía estaban ocurriendo afuera del autobús. Para su fortuna, el autobús cerró sus puertas apagando los gritos que todavía llegaban de dentro de la estación. Un sentimiento de alivio fue apoderándose de su mente a medida que veía cómo avanzaba el autobús. Pero su tranquilidad fue interrumpida por fuertes y repetidos golpes que empezaron a sonar en el autobús.
-Pero, ¿qué hace ese loco? -escuchó decir algunas voces a su alrededor.
-Lucía. Lucía. Baja de una vez antes que te castigue peor. -escuchó decir la voz alterada de su padre. -Baja que tu madre está aquí, esperándote. -decía golpeando cada vez más fuerte el autobús.
Entre los pasajeros se miraban, como buscando quién era esa Lucía que buscaban afuera. La señora de edad sentada al lado de Lucía, la miró y supo inmediatamente que de ella se trataba. Eso lo supo Lucía al verle el rostro de complicidad con el que la miraba. Guardias de seguridad de la estación se hicieron presente y tomaron por la fuerza al padre de Lucía, según pudo escuchar los comentarios de los pasajeros vecinos. Por fin, cuando el silencio volvió para tranquilidad de todos, el autobús empezó a avanzar y alejarse, esta vez definitivamente, de la estación. Recién cuando hubieron pasado quince minutos de la partida, con el autobús ya sobre la carretera, Lucía se atrevió a mirar nuevamente a la mujer que estaba a su lado, para cerciorarse que no presentaba ninguna amenaza para su seguridad. Las palabras de su madrina habían sembrado la duda y temor en todas las personas que estaban a su alrededor. Lentamente, aunque no totalmente tranquila, abrió el sobre y extrajo el único papel que este guardaba. Era una carta dirigida a ella, Lucía Souza. El asunto de la carta fue suficiente para saber de qué se trataba: "Aceptación a una Beca de Estudios en la Pontificia Universidad Catolica de São Paulo".
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Lúcida
ParanormalEscondido en una habitación secreta, en la vieja casa de sus abuelos, Jürgen encuentra los restos de su bisabuelo perdido durante la segunda guerra mundial. Junto al cuerpo sin vida se encuentra un antiguo libro de evidente importancia para su bisab...