Capítulo 13

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-Lucía, Lucía. -gritó su madre cuando la vio a la distancia llegando a su casa y empezó a correr en su dirección para abrazarla fuertemente mientras sus lágrimas mojaban su ropa. -Dónde has estado toda la tarde, nos tenías preocupados. Tu padre se fue a la policía a dar parte de tu desaparición. Pensamos que te habían robado.

-Tranquila mai. -respondió igualmente llorando -No me pasó nada. Estoy bien. Perdón. Debí avisarte. No debí llegar tan tarde. Es que el auto se dañó en el camino de venida de São Luis.

-¿São Luis? Pero, ¿qué fuiste a hacer en São Luis?

-Fuimos con mi madrina...

-¿Te fuiste con Teresa? No debió hacer esto. ¿Por qué no me avisó? Ella sabe lo molesto que se pondrá tu padre. Pero, ¿dónde está ella?

-No pudo venir, se quedó en São Luis. Perdón mai, no es culpa de ella, es del auto. No sabíamos que se iba a dañar, tuvimos que esperar a que pase el autobús. No sucedió nada malo. Te lo juro mai.

-Pero, ¿qué fuiste a hacer a la capital? Tan lejos.

-Por favor mai, confía en mí. No hice nada malo, pero es que si te cuento, es posible que no se cumpla. Los ángeles no pueden trabajar para ayudarme si lo cuento. Eso me dijo mi madrina. Mi padre tampoco debe saberlo, podría perjudicar en el trabajo de los ángeles por su falta de fe. El no puede saber que fui a São Luis, mai. Por favor, ayúdame.

-Pero, ¿qué le decimos?

-Decirme qué.

-João. Pai. -dijeron a dúo con un fuerte sobresalto.

-Es que Lucía me contaba que se le hizo tarde en la casa de una amiga.

-Si pai. Perdón. Es que la película duró mucho más de lo que pensé. Mi amiga me dijo que era solo un ratito. Y no me di cuenta de lo tarde que era. Perdón pai. -dijo Lucía dejando que sus lágrimas bañaran su cara.

-Así que ver una película es más importante que lavar la ropa de tu padre y de tu madre.

Las lágrimas de Lucía aumentaban a medida que la voz de su padre iba aumentando su ira.

-¿Te diste cuenta el susto que nos hiciste pasar? -siguió diciendo él cada vez más molesto. -Pensamos que te habían robado. Incluso fuimos a la policía. ¿Y ahora qué le vamos a decir a la autoridad? ¿Que soy un mentiroso?

-No pai. Perdón. Nunca más volverá a pasar.

-Eso es seguro. Nunca más volverá a pasar porque nunca más confiaremos en tí. A partir de ahora, te quedarás encerrada, presa en la casa hasta que aprendas a reconocer el enorme sacrificio que hago por ustedes. Hasta que aprendas a respetar lo que yo digo, tu padre. El dueño de esta casa. Casa en la que ya no puedo confiar en tener ropa limpia porque su hija se va alegremente a ver cine donde una amiga. Y por cierto, ¿en casa de qué amiga es que estuviste?

Lucía quedó paralizada con la pregunta. Recién en ese momento se dio cuenta que, como era lo más lógico y esperable, de seguro sus padres habían ido a preguntar a todas sus amigas antes de recurrir a la policía. El silencio que envolvió la escena se hizo cada vez más pesado, obligándola con cada vez más fuerza a responderle. Pero no había respuesta posible. Solo el silencio.

-Lo que sospechaba. -dijo él furiosos -Estuviste con un hombre. Mi hija convertida en una cualquiera.

Tantos gritos en media calle, en una calle donde casi nunca pasaba algo interesante, hizo que los vecinos fueran saliendo hasta sus puertas para ver por qué era tanto escándalo.

-Y ya van a ver lo que se les hace a las mujeres perdidas. -dijo él sacándose el cinturón del pantalón teatralmente, como para que todos los vecinos pudiesen verlo.

-No João. Por favor. - gritó su madre cuando vió que este levantó el cinturón para golpear a su hija. -No a mi hija.

-Apártate tú, que debería golpearte también por permitir que tu hija se vaya con cualquier hombre.

Solo fueron tres golpes con el cinturón. Como cuando era niña. Luego su padre, satisfecho con su obra, miró a su alrededor como mostrando cómo debe actuar un padre disciplinado y se dirigió firmemente a su casa.

-Hija mía. -no paraba de decir su madre con su cara anegada en lágrimas.

-Ya no llores mai. -le decía Lucía tratando de consolarla -No me dolió tanto. Ya pasará.

-Pero hija mía. -respondió su madre desconsolada y tomó la cabeza de su hija entre sus manos, le dio un beso en la frente y luego miró el rostro de su pequeña, sereno y sin ninguna lágrima.

LúcidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora