Capítulo 57

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Aparezco en mi cuarto, en el albergue. Me levanto de la cama y me dirijo hacia la puerta. Salgo de allí y me voy caminando por los pasillos. Esta vez no tengo un objetivo definido. Solo quiero caminar. Contemplar, quizá por última vez, este lugar que tanto me costó crear. Algunas chicas pasan por mi lado, apuradas para realizar sus actividades. Actividades ficticias que yo les he asignado. Ellas también desaparecerán junto al albergue. Camino por los pasillos, miro cada una de las paredes, cada uno de los muebles. Todo lo que allí se encuentra, lo he tenido que crear de la nada. Recuerdo las primeras veces en las que empecé a crear este mundo. Cuando las paredes y los muebles que creaban, no querían permanecer más de algunos segundos, para luego convertirse en cualquier otra cosa, o simplemente salir corriendo de allí. Recuerdo cuando, al despertar dentro del sueño, o volverme lúcida como dice Luiscar, aparecía en cualquier escenario, con cualquier tipo de personajes a mi alrededor, haciendo cualquier cosa. Un sueño normal. Pero ahora tengo la capacidad de definir el mundo en el que voy a soñar, y hacer que este permanezca hasta la siguiente vez que regrese. Como si fuera el mundo real. Pero no es el mundo real. Es solo un sueño, aunque un sueño controlado. Y tengo que destruirlo. Se tiene que construir para destruir. Luiscar tiene razón. No suena muy lógico, pero es lo que está escrito en el libro. Y por algo será.

Avanzo hacia la salida del albergue. Sin prisa. Con nostalgia, como si ya no existiese. Salgo y cruzo la calle hacia el centro comercial que he creado al frente. Miro hacia los lados y puedo ver grandes edificios que se encuentran a ambos lados de la calle. Sé que están vacíos por dentro. Son solo cáscaras vacías. Creados solo para rellenar el escenario. Sin personas. Solo para seguir el consejo de Luiscar y obligarme a salir de ese mundo cerrado y tan pequeño que había creado dentro del albergue. Le agradezco la crítica. En el fondo siempre supe que yo tenía algo mal al estar todo el tiempo recreando mi vida en el albergue, y sobre todo mi pelea con Marcia. Desde que empecé a crear esta ciudad, me sentí aliviada. Liberada. Mucho más grande. Y con ganas de crecer. Ahora le entiendo a mi amigo cuando creó su enorme mundo, y ahora cuando le cuesta pensar siquiera en destruir todo este mundo que no solo le ha costado crearlo, sino que ha pasado a formar parte de él, ... de mí. Es como …, como amputarse un brazo. Pero debo hacerlo. Sigo paseando por entre los pasillos del centro comercial, contemplando cada una de las tiendas, y cada uno de los objetos que se venden allí. Y pensar que tuve que crearlos uno por uno en base a mis recuerdos de las visitas a las tiendas, tratando de crear variedad, y no sólo los vestidos y zapatos que me gustaban. Subo en el ascensor hacia el piso más alto del centro comercial. Allí continúo mi paseo por el restaurante donde tantas veces he comido deliciosos manjares que me resultaba completamente prohibitivo pagar en el mundo real, y que en muchos de los casos los había probado una sola vez. Recuerdo las varias veces que me hice acompañar con artistas de televisión. Tan bonitos y que seguro que nunca se atreverían siquiera a dirigirme la mirada. Lo que nunca me atreví, es a ir más allá, como Luiscar y sus modelos. En parte porque no sé lo que se siente cuando un hombre te hace el amor. Pero en parte porque todavía no he logrado vencer esa mi mente estrecha, conformista, miedosa. Pero nunca más lograré hacerlo. Porque tengo que destruirlo todo. Todo este mundo tan bonito que he creado para mí. Un mundo que sé que nunca podré tener afuera. Siento mis lágrimas mojar mis mejillas y me siento en uno de los sillones en la sala de espera del restaurante. Ese restaurante tan bonito que fui una vez con Helga. Tan bonito y tan caro y que nunca más pude volver. Y me doy cuenta que cuando destruya este, tampoco podré volver más. Quizá Luiscar tenga razón y simplemente me equivoqué en la traducción. Yo soy una tonta y no sé mucho de computadoras, y menos de Internet. O quizá el libro esté en lo correcto, y me estoy volviendo loca en este mundo de mentira. Bonito, pero de mentira. El mesero se me acerca y me invita a pasar a una mesa. Ellos no entienden que muy pronto los tendré que destruir. Pero no sufrirán. No existen. Son solo producto de mi imaginación. Ninguna de las personas que están aquí, existe de verdad. Estoy completamente sola.

Me levanto y le agradezco al mesero por la atención, pero no voy hacia la mesa que me indicó. Salgo del restaurante y sigo caminando por el centro comercial. Es mi última visita. Entro a una tienda donde venden vestidos. Son vestidos muy bonitos. Que he sacado de las revistas de artistas o de modelos. Le pido a la muchacha que atiende, que me muestre los vestidos que tiene. Aunque he creado a todos los vestidos en ese mundo, uno por uno, no logro recordarlos a todos. Eso le da cierto margen de realismo a mi visita. La muchacha, con mucha amabilidad, me va mostrando los vestidos, indicándome cómo combinarlos y en qué situaciones es más oportuno utilizarlos. Me hace recuerdo a mí misma, cuando estoy trabajando en la venta. Ahora me doy cuenta cuán importante es tratar bien al cliente. Se siente bonito, dispuesta a comprarlo, no solo por lo bonito del vestido, sino por lo bonito que me tratan. Saco mi cartera y le extiendo mi tarjeta de crédito. Por supuesto que tiene crédito. Yo inventé este mundo. Podría llevarlo sin pagar. Es mío. Yo lo hice. Pero solo aquí me puedo permitir tener una tarjeta de crédito como la que tiene Luiscar o Helga. La muchacha regresa con mi tarjeta de crédito y el vestido muy elegantemente envuelto en una bolsa con el logo de la tienda. Salgo del lugar, no sin antes agradecerle por la amable atención. Al cruzar la tienda, las lágrimas vuelven a correr por mis mejillas. Es triste el despedirse de un lugar que tanto me ha costado crear y en el que me siento tan bien. Pero si debo destruirlo, debo empezar ya. Dejar de una vez este masoquismo. Estas ganas de sufrir. No. Se acabó. Si quiero ir más allá, a ese mundo real, debo empezar ahora. Me concentro en la bolsa con el vestido y este empieza a desmaterializarse, a desaparecer. Regreso a la tienda y miro a través de la vitrina todos los hermosos, y algunos no tan hermosos, vestidos que se exhiben. Me concentro en uno cualquiera que está colgado en el mostrador y se desvanece ante mi vista. Sigo mi mirada al siguiente vestido y ocurre lo mismo sin que la muchacha de la venta siquiera se de cuenta. He empezado la destrucción. Espero que el libro no se haya equivocado. Si tan solo estuviera mi madrina para decirme qué debo hacer.

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