— ¿Qué quieres Juan Bautista?
—Es Mario Bautista.
—Mario, Juan, Pascuasio da igual. ¿Qué quieres? —digo ya irritada.
—Bájale a tu pedo morra. —hizo un movimiento en forma de que me relajara. — ¿Acaso no te puedo saludar?-trato de acercarse pero me aparte, me daba asco estaba todo sudado.
—Aléjate, me das asco. Este todo sudado. —gruñí.
—Tu no estas sudada y me das asco.
Abrí la boca indignada por lo que acababa de decir y le di un golpe en el hombro.
—Eres un...un...—no pude formular palabra alguna. No hallaba la palabra correcta para describirlo en una sola palabra.
—Un Dios Griego. —termino la palabra por mí, pero era obvio que yo no iba a decir eso.
—No digas mamadas.
—Come tierra. —dijo el infantilmente.
—Vete a la verga. —me doy la vuelta para irme pero me detiene tomándome del brazo.
—Tú no vas a ningún lado. —su agarre se hizo más fuerte.
—Me duele. —empecé a forcejear.
—Me vale tres hectáreas de verga si te duele o no. Tú vienes conmigo, así que camina. —dice y me lleva a un lugar que ni siquiera yo conocía.
— ¿Dónde estamos? —pregunte.
— ¿Qué no conoces tu instituto?
—Sí, pero nunca había venido aquí. —me encogí de hombros.
—Creo que estamos atrás de las canchas.
Miro bien y puedo darme cuenta de que era verdad lo que decía. Algunos chicos estaban besándose a escondidas detrás de las canchas.
—Esos podríamos ser tú y yo. —dice y lo miro horrorizada. Él sonríe. —Pero luego miro tu cara y se me pasa la idea.
— ¿Y si te vas a la verga?
—Lamentablemente no sé dónde queda tu casa.
Lo mire mal. Era insoportable, lo quería matar yo misma.
—Vez esto. —saco una cuerda.
— ¿Te vas a ahorcar? Mira ese árbol es el más grande si quieres te ayudo a subir. —propuse.
—Qué culera. —negó—No pendeja no me voy a suicidar.
—Lastima porqué si cambias de idea yo estoy dispuesta a ayud...
No pude terminar porqué el tomo mis muñecas y las empezó a atar a un poste. Lo mire confundida. ¿Por qué hacía eso?
—Pero que...
—Te quedaras aquí.
— ¿¡Tienes mierda en el puto cerebro o que te pasa!? —grite alterada.
—Dije que me vengaría. —dijo riéndose descaradamente.
—Eres un hijo de tu puta madre, me las vas a pagar.
—Con las muñecas atadas no puedes hacer nada. Nos vemos gatita. —se despidió con la mano y se empezó a alejar dejándome sola y atada.
Los idiotas y calenturientos que se estaban comiendo atrás de las canchas no me veían. Escuche el timbre y mi nerviosismo empezó a crecer. Me había dejado aquí sola y amarrada cómo puerco.