Capítulo 42

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Aquí me encontraba, en el autobús intentando abrir la ventana pero esta no se pudo.
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Había perdido mi dignidad.
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Vi a una chica que tenía su pelo súper largo, quería jalarselo para ver si me decía; "estúpida mi pelo idiota" pero solo me gane un putazo en la cara.
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Malditos autobuses de mierda.
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Anteriormente había dicho qué nadie me quitaría esta felicidad que tenía dentro pero al parecer eso no pudo cumplirse cuándo me di cuenta de que mi madre no me había dejado nada para comer.
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Empecé a prepararme arroz.
Me sentí Cake boss cuándo vi qué le había agregado la cantidad exacta de suavitel al arroz. Toda una chef.
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Esperé a qué terminara de cocerse y muestras fui por una aguja para coser un pedazo de mi mochila qué se había roto.
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Fui hacía la mesa dónde mi mamá tenia la caja de galletas. Si, la caja circular donde vienen galletas. 
La abrí porqué sabía perfectamente que mi mamá guardaba hilos y agujas hay. Pero cuándo la abrí esta de verdad tenía galletas.
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¿Qué clase de hilos es esto?
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Un olor extraño empezó a llenarse por toda la casa.
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¡EL ARROZ! NO MAMES.
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Corrí hacia la cocina y vi qué el arroz ya estaba quemado.
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¿No puede ser peor?
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El timbré sonó sobresaltandome un poco. No, no ahora los testigos de Jehová.
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Me acerqué a la puerta, me fijé por el ojo qué esta tenía, no era los testigos de Jehová sino Mario.
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¿Qué hacía el aquí? 
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Abrí la puerta y lo deje pasar.
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— ¿Qué haces aquí? —le pregunté.
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—Estaba aburrido. ¿Vamos a dar un paseó por la plaza? —me preguntó. — ¿Qué es ese olor? —preguntó arrugando su nariz.
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Losé, olía horrible.
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—Eh, nada, vámonos menor. —dije tomándolo de la manó para salir hacía el parqué.
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— ¿Te das cuenta de qué no hay ningún parque cerca de aquí? —le pregunté.
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—Hay qué caminar hasta encontrar uno.
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—El más cercano esta a 7 cuadras. —le informé.
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—Pues hay qué darnos prisa, no tarda en obscurecer.
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Exagerado.
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— ¿Quieres uno? —me preguntó.
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Es que llevaba rato viendo cómo un niño se comía su elote tan rico que se me había antojado.
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—No traigo baro. —le dije.
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—No hay pedo, yo invitó. —dijo por último y se paro del columpio dónde estábamos sentados para ir a comprar un elote.
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—Alan, Alan, bajate de hay. —pidió una señora a su hijo.
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El niño estaba sobré la resbaladilla tratando de subir por la parte dónde se resbala.
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Me acordé cuándo estaba pequeña, yo hacia lo mismo.
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Si nunca subiste a una resbaladilla así te hace falta barrio, valor, amor por lo extremo y ¿para que naciste?
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La señora me miró y después a su hijo.
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—Mira Alan, ella te va a llevar a su casa si no te bajas de hay. —dijo señalándome. —Ella se lleva a los niños desobedientes ¿Verdad señorita? —me preguntó.
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Estaba en una situación muy mala ¿Le decía al niño que era mentira? ¿O ayudaba a la señora? No sabía.
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No quería qué el niño creyera eso por el restó de su vida, a mi me hacían eso también pero yo de pendeja siempre le creí a mamá.
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No pues hay qué seguir las reglas.
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—Si, yo me lo voy a llevar. —le dije al niño.
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— ¡NO, NO MAMI NO! —dijo el niño llorando.
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—Pues bajate de hay. —le dijo la señora a su hijo. El niño se bajo y se fue junto con la señora.
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Mario llego con dos elotes en su mano.
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Me entrego el mío.
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Creó que la frase "Tu y yo comiendo elotes no se piensalo" quedaba perfectamente ahora.
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—Me entere de qué tu también iras a Xochimilco. —dijo Mario mordiendo su elote.
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—Si. —forme en mi rostro una cara de fastidió.
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Me gire y vi cómo una niña se estaba escondiendo de su mamá.
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— ¿Tu te haz perdido alguna vez? —me preguntó Mario.
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—Sí.
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— ¿En dónde?
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—En tu mirada.
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—¿E-ense-erio?—parecía nervioso.
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—No, en el supermercado. —dije riendo.
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Me miro mal.
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—Qué graciosa. —dijo riéndose falsamente.
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Le mandé un beso.
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— ¿Ahora tienes el descaro de mandarme besos? —preguntó.
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—Lo siento.
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— ¿De verdad?
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—No.
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—Descarada. —me dijo.
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—Mal parido.
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—Fea.
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—Idiota.
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— ¡Wey! —grito alguien.
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Mario y yo nos giramos para ver de quién se trataba.
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— ¿Qué wey? —le pregunté yo.
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—Tu no, el otro wey.
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— ¿Yo? —Preguntó Mario.
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—No, el otro wey. —señalo a un chavo que estaba sentado cerca de nocotros. .
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—Ah, eh wey, te hablan. —le dijo Mario al chavo qué al parecer estaba sumido en su celular.
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No, no es fácil ser mexicano.
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Era jueves por la mañana, hoy no iría a la preparatoria, tenia qué ir a Xochimilco de Excursión.
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Espere unos minutos a qué mi celular se cargara mínimo unos 10 minutos, me cagaba cuándo lo dejo cargado toda la puta noche y no se carga.
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— ¡___________! —me gritó mi madre.
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— ¡¿MANDE?! —le grite.
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—Te buscan.
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¿Quien chingados me buscaba?
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Me paré para ir a ver quién era el qué necesitaba de mi presencia.
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—Puedes subir Mario. —oí decir a mi madre.
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A la verga, era Mario.
Mire mi cuarto y este estaba sucio.
Había un pito brasier sobre la cama, recogí lo más rápido qué pude, pero no pude hacer mucho.
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A la chingada la carga, no podía dejar qué viera mi cuarto así, agarre el cargador y lo desconecte, 12% de batería decía la pantalla.
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Corrí hacía la puerta antes de qué el la tocara.
La abrí y salí pero casi me choqué con el torso de Mario.
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—Uch. —me queje. Me sobe un poco y lo mire. — ¿Qué haces aquí? —le pregunté.
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—Vine por mi morenita.
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Baia Baia...

Juan Bautista ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora