Capítulo 30

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[_________ López. ]
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Odio recordar esos putos momentos con perdonas que no puedo ni ver en pintura. Odio a Pedro por todo él daño que me a hecho, odió a la zorra de zorralla por a verse metido con él. Los odió.
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Me seque las lágrimas de los ojos, no quería seguir llorando por un idiota.
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Aún recuerdo cuando estaba pequeña y mi única preocupación era qué no encontraba novio para mis barbies y si no encontraba, ya ni pedo, las hacía lesbianas y qué se besaran con otras barbies.
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Mire a Mario, me miraba un poco preocupado, no, eso no lo creó.
Él abrazó qué le había dado fue algo que no pude controlar, realmente necesitaba uno y no importaba la persona, quería uno.
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De pronto mi celular empezó a sonar.
Lo tomé de la mesita de noche de Mario donde lo había dejado.
Tenía 9 llamadas perdidas de mi mamá. ¡Oh, no! Eso era algo malo.
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Contesté.
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— ¿Bueno? —le dije.
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— ¿Donde andas chamaca, llegué a la casa y no te encuentre por ningún pinche lado? —me dijo mi madre.
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—Estoy en la casa de Mario. —le informé. —Te intenté llamar ese rato pero ni me dejaste hablar.
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—Bueno, entonces ya vente para la casa. Ah, y no compres comida hay frijoles. —me dijo.
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—Ya estoy llegando. —le dije y colge.
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Él viejo truco de decir: "Ya voy llegando" y todavía te falta atravesar toda la puta muralla china y la cancha de súper campeones.
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— ¿Te llevo a casa? —me preguntó Mario levantándose de la cama.
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—Por favor...
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Me levanté yo también. Esperen, mi ropa.
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— ¿Me puedo cambiar? —le pregunté.
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—Si quieres te puedes ir hací, luego me la das. —me dijo.
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—Esta bien. —acepté.
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Realmente no tenía ganas de nada, era una floja, tan sólo pensar en lo qué tenia que hacer me cansaba.
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—Aquí tienes tu ropa. —me entregó mí ropa qué todavía no se había secado.
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Tomé mi mochila y nos dirigimos hacía la salida.
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—Gracias, debo admitir qué fue divertido. —le dije con un sonido de voz un poco baja.
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—Cuándo quieras puedes ir otra vez. —me dijo.
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—Claro.
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—Y no se te olvidé qué mañana es él partido y dijiste qué irías. —me recordó.
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—Si lo recuerdo, hay estaré. ¿A qué hora era? —le pregunté.
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—En la salida. —me dijo.
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—Perfecto. —dije dedicándole una pequeña sonrisa.
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—Me tengo qué ir. —informó. Y tomó mi barbilla para qué lo mirara. Me miró por unos segundos qué parecían eternos, con su pulgar empezó a acariciar mi mejilla. —Ya no sigas llorando, no lo hagas.  ¿Cuántos años se necesitan para olvidar un minuto?
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Suspire, tenía razón.
¡A la chingada las lágrimas!
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—No llores, la vida te está haciendo un gran favor. Qué se valla a la verga.
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Sonreí, era inevitable no poder hacerlo.
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—Nos vemos mañana. —sé despidió.
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Sentí una pequeña necesidad de correr y decirle que se quedará.
Pero me las aguanté.
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Arrancó él coche y se fue.
Un pequeño y extraño vacío recorrió mi pecho.
Y lo llenaría con tacos.
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Entré a la casa.
Mi madre me estaba esperando sentada en la mesa con un chingo toppers en ella.
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— ¿Y esos? —le pregunté.
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—Necesitaba unos para los frijoles, otros para él lunch, otros para las pastillas y otros los voy a vender.
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—Ah...—la miré raro.
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— ¿Y tú ropa? —arqueó una ceja.
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—Se mojo, Mario me prestó la suya. —dije con un tono de voz bajo.
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— ¿Estas bien? —me preguntó.
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—Si, me voy a dormir. —le dije.
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Ella sólo asintió, me dirigí hacía mi cuarto.
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Me quité la ropa de Mario y me puse mi pijama, bueno solo era un short y una blusa.
Me recoste en la cama, un olor bastante agradable y varonil se expandió por todo mi cuarto.
Esperen...ese olor yo lo conocía perfectamente.
Me giré y tomé la ropa de Mario entre mis manos.
La acerqué a mi nariz y absorbí su delicioso olor. Realmente olía bien.
Me recoste con ella ente mis brazos y me quede dormida.
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Algo más vino a mi mente.
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— ¡LA CARTULINA!

Juan Bautista ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora