Mi mayordomo [MikaYuu] |Terminada|

→ I: Problemas

Era una mañana como cualquiera, un día como cualquiera. Pero no para mí.

Sólo sabía que eso era cruel.

Soy Yuuichirou Ichinose, tengo veintiún años, y soy un doncel.

Sí, ya sé: ¡ay que lindo! Bla, bla, y más bla.

Tal vez les pareciera lindo a ustedes, pero no a mí.

Gracias a esa tonta condición física, nunca pude jugar con otros chicos, ya que ellos eran "muy bruscos", no podía hacer actividad física agresiva y todas esas cosas.

Así que, ya ni me quejo, me da igual, pero esto es el colmo.

¡¿Cómo mierda un casi adulto necesita a un "mayordomo" porque lo van a casar y por eso necesitan quien satisfaga sus antojos y se haga cargo de él por su embarazo?!

Mis padres exageran. A ver, trataré de explicar la situación:

La familia Hiragi, es una de las familias mas poderosas en todo Japón. La familia Ichinose, mi familia, es la rama secundaria de esta, y por años han intentado hacer una especie de acuerdo para así expandirse y esas cosas, pero no habían podido.

La razón: la hija de uno de los más importantes jefes de esa empresa, Mahiru Hiragi, se casó con mi padre a escondidas, y quedó embarazada y me tuvieron, luego ella se murió en el parto. Su hermano adoptivo, Shinya, ayudó a mi papá a escondidas, se enamoraron y se casaron, así que esa familia no tiene mucho respeto por la nuestra; esa es la corta historia del porqué mis familias no querían unir sus empresas.

Por lo menos no hasta que nacieron sus hijos, Shinoa y Shiho Hiragi.

Shiho tiene mi edad, y Shinoa, tiene dieciocho.

Y después de considerar y reconsiderar la propuesta de mi padre aceptaron.

¡¿Pero por qué yo?!

Tengo un hermano menor, Yoichi, a él si le queda eso de ser doncel, pero no, mi maldita suerte es la mejor, sólo yo en esta puta familia lo soy.

Y ahora, ya tienen todo armado para que Shiho me embarace; estamos contratando al mayordomo, porque luego de que me embarace y nazca el bebé, nos casaremos.

Mi pobre existencia no lo aguanta.

Y debo estar con Guren y mi mamá mientras los entrevistamos y esas idioteces.

—¡Siguiente! —gritó el azabache a mi lado, un tanto enojado—, ¿acaso no hay ni uno bueno? —hizo mala cara—. Oye, mocoso, ayudame a decidir.

—El que sea —respondí.

—Con permiso —saludó otro mayordomo, entrando en la sala.