Mi mayordomo [MikaYuu] |Terminada|

→ XLVI: Insultos

—¡Arriba, bellas durmientes! —gritó Mika abriendo de golpe la puerta de la habitación de su hijo, causando un leve estruendo.

—Tepes-san, buenos días —saludó un adormilado Gyu.

—Buenos días —respondió el rubio con cara seria—. ¡Michirou, ya levantate! ¡van a llegar tarde por tu culpa! —gruñó acercándose a la cama y meneando fuertemente a su hijo mientras el amigo de este se paraba a su lado, sonriendo.

—¡Déjame dormir, papá! —chilló el chico enroscándose con su cobija.

Al notar que Michi no despertaba, Mika le hizo un gesto a Yuu que estaba en el marco de la puerta, observando todo de brazos cruzados con una expresión divertida.

—Gyurei, ¿no te gustaría ver nuestro álbum familiar? —soltó el ojiesmeralda con una sonrisa.

Gyu iba a aceptar para ser amable, pero el grito de su amigo no lo dejó:

—¡Ya me levanté! —vociferó Michi, parándose de golpe.

Saqué a mis padres de mi habitación y le pedí a Haruka-san los uniformes de la escuela; Gyu se fue a bañar y luego lo hice yo.

En cuanto ambos estuvimos listos, nos fuimos corriendo sin haber desayunado; no quería que mis papás le mostraran cosas vergonzosas a Gyu, eso me hubiese hecho quedar como un idiota.

En el álbum familiar habían muchísimas fotos mías desnudo y ellos querían enseñárselas; aparte, no eran precisamente de bebé.

Por el momento yo me hallaba en frente de la clase de Gyu, con el encargado maestro a mi lado.

—Y el día de hoy tenemos un estudiante nuevo —me sonrió el profesor—. Preséntese.

—Buenos días, soy Michirou Tepes —saludé de mal humor; realmente no me interesaba agradar, más me importaba mi estómago vacío.

—Siéntese junto a Aikawa —me ordenó.

Para mi horrorosa suerte, Gyurei se sentaba en los últimos asientos y justo en la fila que quedaba en el centro, por lo que tuve que caminar hasta allá en medio de dos filas, sintiendo varias miradas pegadas a mi cuerpo, lo que me ponía verdaderamente incómodo. 

—Hola, Michi-chan —me sonrió; rodé los ojos—. ¿Estás molesto conmigo?

—Ajá —murmuré sentándome.

—Deja de decir eso, siento como si no te importara lo que digo.

—¿Adivinaste? Pensé que ya lo sabías —renegué con sarcasmo.