Me levanto de la mesa y miro a los señores Romanoff.
—Disculpen iré —apunto con mi pulgar hacia donde corrió Jonathan— Lo siento señor y señora Romanoff, ésta no es la impresión que esperaba darles. —hago una triste sonrisa no sin antes mirar a la víbora de Charlotte y corro hacia donde fue Jonathan.
Luego de un momento de buscarlo, ya que la mansión era enorme, lo encontré en donde tendría que haber buscado al principio. En el jardín.
Estaba sentando en un banco mirando a la nada.
—¿Qué ha sido eso? —pregunto mientras me acerco a él.
—Creo que te he presentado demasiado pronto a mi familia. —dice sin mirarme.
—¿Por qué dices eso? —un gran nudo ya se había formando en mi garganta.
—Cambias de opinión muy seguido ¿Recuerdas? —ríe irónico— Podrías cambiar tu opinión de mi, de nosotros, de tu futuro, dejándome sin nada.
Me abrazo a mi misma muy dolida: —¿Crees que puedo cambiar mis sentimientos por ti tan rápido? ¿Qué clase de persona crees que soy? No soy un monstruo. —bajo mi cabeza.
—No, el monstruo soy yo. —dice en voz baja y ronca, pero logré oírlo.
—Jonathan, estás mezclando las cosas, yo—me interrumpe.
—¡No, Eda! —grita— ¡Sé que es así!
—¿Y cómo? ¿Cómo lo sabes? —grito acercándome a él— ¿Cómo sabes lo que pasará?
—Porque lo sé. Y ya, joder. —cierra sus ojos— Se que me temerás y —lo interrumpo:
—A lo único que temo es a perderte.— me agacho para estar a su altura. Él me mira esta vez, sus ojos estaban cristalinos y rojos —Temo que te pase algo, temo que encuentres a alguien mejor que yo.— bajo mi cabeza avergonzada.
Él toma mi cabeza entre sus manos y me obliga a mirarlo: —¿Cómo es posible que pienses eso? Nunca encontraré a alguien mejor que tú, Eda. —besa mi mejilla— En cambio tú aún puedes hacerlo.
—No quiero a nadie que no seas tú. —insisto.
Jonathan es terco. Simplemente no quiere entender que no quiero a otra persona. Sólo dije eso porque estaba nerviosa.
—No quiero que pienses esas cosas de mi y peor, que se lo digas a todo el mundo. —mi mirada era de tristeza— Te quiero a ti ahora, y debes aceptarlo. —al decir eso me levanto y lo observo por unos minutos. Él no hace nada, sigue en la misma posición.
Decido dejarlo a solas, quizá en este momento es lo mejor.
—¿Eda? —oigo la voz de Wanda— ¿Estás bien?
—Si, Sra. Romanoff. —sonrío algo triste— No se qué sucedió, pero creo que será mejor dejarlo solo.
Ella me sonríe y pasa uno de sus brazos por mis hombros.
—Excelente idea. —acaricia mi hombro— Siempre es mejor dejar que aclare sus ideas él mismo. Oh, y dime Wanda.
—Si. —digo no muy convencida.
Me llevó a la cocina para que probara el postre delicioso que había hecho Amelie. Charlamos un rato hasta que me preguntó qué fue lo que sucedió en la mesa. Estaba muy avergonzada.
—Si, lo lamento mucho. —bajo mi cabeza— Jonathan está muy raro, hasta creo que —ella me interrumpe.
—¿Está inseguro?
La miro y asiento.
—Entiendo su razón, Eda. ¿Él dice que no te merece, que podrías estar con alguien mejor, que no tendrás un futuro decente con él, etc? —la miro sorprendida y asiento— Lo sé, ya lo viví. —ríe— Debes darle tiempo y demostrarle que a pesar de todo estarás allí y no lo abandonarás. —le da una mordida al postre— Me costó un año entero hacer que Will confíe en mi, y más creo yo. Y Jonathan ha vivido muchas cosas en su vida, muchas que jamás podrá olvidar y es común que él se sienta así, y sólo lo hace porque te quiere.
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Santa Mónica. - Libro 1.
RomanceUna joya. Sí, ella era una joya para él, pero no se trataba de eso. Él se enamoró como nunca imaginó, descubrió lo que es sacrificarse por alguien más, alguien a quien amas. Ella creyó en él, sintió y lo amó como nunca había hecho, como nunca había...