Capítulo 66. No hay vuelta atrás.

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Otro cigarro más. Ya quizás se me estaba haciendo hábito.

Estaba sentada en el jardín del hospital y no dejo de pensar y pensar en toda la mierda que me está sucediendo, siento como si alguien allá arriba me estuviera castigando.

—¿Desde cuándo fumas?

Me giro y lo veo parado frente a mi con esa sonrisa irónica, con ambas manos en el bolsillo y su cabello aún revuelto por sus manos nerviosas. Está bellísimo, no lo voy a negar pero eso no funcionará para alivianar toda la rabia y tristeza que llevo acumulando desde esa trágica noche de la muerte de Dianora. Rompió mi corazón, no es la primera vez y no sé si algún día, no importa cuanto lo ame, lo he de perdonar.

—Desde hoy. —contesto volviendo a mirar el piso, sin querer seguir prestandole atención.

Noté que se movió, caminó y se sentó a mi lado aunque un poco alejado. No lo miré, simplemente seguí en la misma.

Se que me está mirando.

—¿Desde cuándo Gracie es tu hija? —una pregunta algo fría y dolorosa, pero no tenía más para darle que eso. Creo que no se merece otra cosa. Cualquier cosa que haga o diga me molestará, eso es seguro.

Lo oigo suspirar, pero no lo dejo hablar.

—Oh, ya sé, sólo lo dijiste para que el doctor no crea que soy una madre soltera e irresponsable, pero como vez, no funcionó. —de mi voz sólo salía veneno y no me gustaba, pero como dije, no tengo más— Que sacrificio. —digo con sarcasmo y arrojo un poco de humo de mi boca.

—Eda, no es así, sabes que siempre quise a Gracie como si fuer... —lo interrumpo.

—Es no es cierto. De todas formas ya no importa, porque no la veras más. —esta vez lo miro con mis ojos llenos de lágrimas acumuladas que aún no caen— Felicidades, al fin te desharas de ella tanto como habías querido.

—¡Eda, ya basta! —me grita, pero luego relaja la mandíbula con los ojos cerrados y trata se calmarse por lo que veo— Ya deja de hacer esto, no metas a Gracie en nuestros problemas.

—Jonathan, este problema no tiene solución y no dejaré que le hagas daño a la niña. —le doy otra calada al cigarro y lo arrojo por allí.

—¿Crees que yo le podría hacer algo a Gracie? ¿Me crees capaz? —pregunta de tal forma que me rebela que está herido.

—Pues ya no sé de qué eres capaz. —aparto mi mirada llena de tristeza. No quiero que nuevamente me vea quebrar. Ya no.

—Chicos. —oímos una voz y ambos volteamos. Es Will.—  Gracie despertó, pero hay un problema.

Jonathan y yo nos miramos sin entender.

—Llegó una asistente social.

Sentí que el corazón se subió a mi garganta.

—Debemos llevarnos a Gracie de aquí. —se notaba la desesperación en mi voz. Ya no hay tiempo que perder.

—¿Estás loca? No podemos, ella aún... —lo interrumpo.

—No me quedaré de brazos cruzados viendo como se llevan a mi hija, tú no te metas, ya no es tu problema. —gruño y camino lejos de él, con pasos largos por el pasillo hasta llegar a la habitación de mi pequeña.

Tal vez fui muy cruel con Jonathan, pero es demasiado para mi. Si descubren que no somos sus padres se la llevarán y nos acusaran del secuestro de una niña de once años.

—¡Eda! —Jonathan me toma del brazo bruscamente antes de que pueda entrar a la habitación— ¿Qué cojones harás? —masculla— Y no vuelvas a decirme que no me meta ni que es mi problema porque es tan hija mía como tuya. —dice entre dientes. Me estaba tomando muy fuerte y se notaba que estaba aguantando las ganas de gritarme.

Santa Mónica. - Libro 1.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora