Capítulo 27. Ángel.

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Las luces del lugar eran rojas y azules, daban un aura extraña que la verdad me daba escalofríos. Jonathan me explicó que aquí vienen muchos senadores, jueces, fiscales, presidentes, alcaldes y gente mucho más rica a presenciar a las mujeres. Sí, como oyeron; Jonathan me explicó. Sigue enfadado por el hecho de que estoy aquí y estoy vestida como una stripper cubierta de cuero y encaje, pero Will lo obligó a que me explique cualquier duda y yo pregunto más sólo para irritarlo.

Will estaba muy seguro de que Zafiro me elegirá, demasiado seguro a decir verdad, por eso Jonathan se irritaba aún más.

A nosotros nos tocaba entrar por atrás ya que seremos clientes de Zafiro y no de su club, burdel o prostíbulo, quizá. El grandullón del guardia me miró de arriba hacia abajo y paró su mirada en mis pechos, no en mis ojos.

No estaba tan provocativa ya que debía supuestamente dejar lo mejor para Zafiro, pero aún debía dejar ver algo de piel para los guardias y que nos dejaran pasar. Normalmente lo hacen.

No estaba muy puta (por así decirlo) vestida. Estoy vestida con un conjunto de encaje que acentúa mis pechos y unas botas de cuero. Mi conjunto era blanco, todo blanco, hasta las botas. El encaje era muy lindo, pero muy ajustado y el cuero molestaba un poco. Y arriba llevo puesto una capa negra algo transparente y pequeña que también cubre mi cabeza. Y obviamente mi collar obsequio de Lorraine. Que nunca me quito.

Era más que un deseo, era una necesidad molestar a Jonathan. Miro al grandullón de traje púrpura y le sonrío coquetamente. Él no me devuelve la sonrisa, pero se me queda mirando un buen rato. Me incliné un poco hacia él y comencé a acomodar mi bra.

—¿Está muy ajustado? ¿Tú que dices? —le pregunto al grandullón de traje púrpura. Si que Zafiro es algo extravagante y extraño. Él abre sus ojos mirando mis pechos y se inclina para ver mejor.

Jonathan me toma disimuladamente– pero al mismo tiempo brusco– del brazo y me jala mirando mal al grandullón morado que tenía en frente.

—La mercancía no se toca, amigo. —gruñe muy molesto y con los dientes apretados. Mi espalda choca con su pecho y  entonces se acerca a mi oído, muy irritado.— ¿Qué cojones estás haciendo? ¿Quieres que me de un ataque? ¡Compórtate! —ruge en mi oído, pero bastante despacio para que el grandullón no lo oiga. Suelto una pequeña risita y él se molesta más.— Deja de jugar conmigo, Eda, o te irá mal a ti y a todos los gilipollas que quieran tocarte. Recuerda que eres mía.— entonces muerde levemente el lóbulo de mi oreja y lo suelta. Dejándome en claro y sin aire que soy suya. Y es cierto, lo soy.

—¿Me estás amenazando, cariño? —pregunto con una voz seductora.

Él no me responde pero veo como aprieta su mandíbula.

Yo volteo un poco para ver sus labios y oh, joder, tengo tantas ganas de besarlo y yo se que él también, porque mira mis labios y emite un pequeño gruñido. Pero sabe que no puede entonces me aparta y me deja clavada a su lado hasta que sea nuestro maldito turno. Lamo mi labio jugando con el un momento distraída, lo muerdo, lo chupo y juego para pasar el tiempo.

Pero de un momento a otro me vuelve a tomar del brazo bruscamente y me empotra con su pecho una vez más.

—No sabes las ganas que tengo de arrancarte esa jodida ropa y follarte delante de este imbécil, pero no puedo así que deja de lamer tu labio de esa forma, Eda. —entonces vuelve a soltarme y me mira con esa mirada oscura que me hace estremecer.

Muerdo mi labio nuevamente para evitar sonreír y que el grandullón no se diera cuenta, pero él estaba ocupando mirando a unas mujeres que pasaban por allí.

Un hombre grande y gordo junto con una mujer se acercan a nosotros. Se ve que ellos venían a lo mismo que nosotros, porque ella estaba vestida como una prostituta o lo era, no lo sé.

Santa Mónica. - Libro 1.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora