Capítulo Veintiséis.

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16 de febrero, 2016.

Miré una vez más el reloj que colgaba de la pared café de la oficina de Matt, me recosté en la silla y crucé mis piernas. Es la quinta vez que me acomodo en el asiento y la quinta vez que Mike me fulmina con la mirada. Odio las reuniones de avances, hay que demostrar lo que el departamento ha avanzado, aunque a Matt lo haya leído.

– ¿Qué tienes? – escuché un susurro a mi lado, volteé a ver a la rubia y negué con mi cabeza.

Derek se inclinó hacia el frente y nos volvió a ver con sus ojos entrecerrados. Luego de que Molly tomara el liderazgo del área de diseño, decidieron que necesitaba una mano derecha que la ayudara y Derek fue el indicado. Aunque es gracioso verlo fastidiando a Joshua, ya que es el primo de Hill.

Diez minutos después, Matt dio por finalizada la reunión, tomé mis cosas y me dispuse a salir de la oficina. Miré una vez más la hora, en la pantalla de mi celular esta ocasión; apresuré mi pasó, sentí un tirón en mi hombro logrando que frenara mi caminar y me volteara.

– ¿Por qué tanta prisa? – me encogí de hombros y seguí mi camino.

Escuché los pasos de mi mejor amigo acercándose, rodé mis ojos y di un suspiro. Aún no les he contado nada, ni siquiera he hablado con mi madre. El único enterado es Alex y porque él lo contactó, sino tampoco sabría nada.

– Quedé en tomar café con mi madre y me está esperando hace veinte minutos. – contesté sin voltear a verlo.

– ¿Tú mamá se sabe dividir en dos? – fruncí el ceño y levanté mi mirada esperando que se explicara. – Jane quedó en ayudarle a mi padre con las nuevas recepcionistas.

Rodé los ojos. Lo olvidé por completo. Grace se va a retirar, así que mi madre y Matt están entrevistando a chicas nuevas para ese puesto.

– Vale... Saldré. – él levantó sus manos en signo de paz.

Salí del edificio y caminé hasta mi auto, quité la alarma y dejé el bolso en el asiento del acompañante. Puse el auto en marcha rogando porque no hubiera embotellamiento, pero... ¿a quién engaño? Es Nueva York, siempre hay embotellamiento.

Luego de unos quince minutos logré estacionar el auto fuera de la cafetería, entré al local y busqué con la mirada la cabellera oscura. Lo encontré de espaldas a mí, me moví entre el pasadizo diminuto que dejaban las mesas. Me senté en la silla frente a él, levantó la mirada de su libro y ladeó la sonrisa.

– Lamento la tardanza, tuve una reunión y fue una completa odisea llegar acá. – me disculpé y vi llegar a la mesera, pedí un expreso doble y una galleta con chispas de chocolate.

Edmund cerró y dejó el libro a un lado. Tomó su taza de café y le dio un sorbo.

– Te disculpas por llegar tarde, con la persona que llegó muchos años tarde a tu vida. – ladeé mi cabeza y reí por lo bajo.

La chica entregó mi pedido y se retiró. Por alguna razón, me concentré en él, en ver todos los detalles que había perdido en estos años. Esos pequeños detalles que nadie ve. Como los distintos tonos que se encuentran en sus ojos, el negro de la pupila, el anillo marrón alrededor y por último una mezcla entre verde y azul. Las arrugas cerca de sus ojos y la que se forma cuando frunce el ceño, esa que parece una zanja. O los tonos en los que decae su barba, cuando comienza en negro y va deslizándose por la escala de grises hasta llegar al blanco.

Sin embargo, su estilo es de motociclista, un pantalón oscuro y viejo, una camisa de punto negra y por encima una chaqueta de cuero, completamente desgastada. Su estatura sobrepasa el metro ochenta y su cuerpo es robusto, ancho e intimidante.

Recuperando El Pasado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora