Capítulo Sesenta y tres.

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Vi a mi pequeño rubio agarrarse la pancita, retorcerse sobre la cama infantil; las lágrimas bajaban por sus mejillas sin tregua alguna con cada uno de los sollozos adoloridos que soltaba. Mordí más fuerte mi labio inferior y clavé mis uñas en mis brazos, intentando mantenerme fuerte y dejar que las enfermeras hicieran lo suyo. Escuchaba la respiración pesada de Alex a mi lado y su pie golpeando exageradamente el suelo.

La enfermera intentó tomar el brazo del rubio para inyectar la intravenosa con la fluido terapia, pero Noah se movió rápidamente, golpeándola. La escuché maldecir por lo bajo y cada uno de mis músculos reaccionaron por instinto, me acerqué a ellos sin importarme las palabras de las demás enfermeras. Subí a la cama ganándome los regaños de las mujeres y la mirada expectante del rubio; pegué mi espalda al respaldar y abrí mis piernas; Noah en segundos había entendido lo que intentaba. Pegó su espalda a mi pecho, recostó su cabeza en el mismo y su manita libre tomó mi brazo con más fuerza de la que cualquiera pensaría.

— En un trozo de papel

con un simple lapicero

yo tracé una escalerita,

tachonada de luceros. — susurré llamando la atención del rubio, Noah sorbió su nariz para levantar un poco su cabeza y mirarme. Respiré hondo intentando recordar todo el poema, uno de los que Joselyn recitaba seguido.

— Hermosas estrellas de oro.

De plata no había ninguna.

Yo quería una escalera

para subir a la Luna. — seguí pronunciando palabra por palabra, rogando por no olvidar el tan famoso escrito de Antonio García Teijeiro. La enfermera aprovechó la distracción de mi pequeño para punzar su bracito; Noah se removió y frunció su ceño, fulminando a la mujer.

— Para subir a la Luna

y secarle sus ojitos,

no me valen los luceros,

como humildes peldañitos.

¿Será porque son dorados

en un cielo azul añil?

Sólo sé que no me sirven

para llegar hasta allí. — recite intentando mantener al rubio concentrado en mis palabras mientras la mujer pasaba el suero por el cable hasta lograr que entrara al cuerpo del niño sentado entre mis piernas.

— Estrellitas y luceros,

pintados con mucho amor,

¡quiero subir a la Luna

y llenarla de color! — terminé el poema al mismo tiempo en el que la enfermera pegaba la línea del suero a la manita de Noah para evitar que se moviera más de lo necesario.

El rubio clavó su mirada en su piel, hizo una mueca y su labio inferior relució en un puchero; ladeé mi sonrisa antes de atraerlo más a mi pecho y comenzar a arrullarlo; sin poder evitar sentir sus tripitas moviéndose bruscamente bajo mis manos.

***

Escuché la puerta de la habitación cerrarse, abrí perezosamente mis ojos y solté un quejido al mover mi cuello; bajé la mirada para encontrarme al pequeño completamente dormido, acurrucado a mí. Pasé mi mano por su cabello, dejando caricias; su rostro se veía agotado, había rastros de lágrimas secas en sus mejillas; sus labios agrietados y más rosados de lo normal por el cuadro de vómito que había tenido, además de la fiebre y la deshidratación en la que se había encontrado hacía unas horas. Mordí mi labio al sentir el hormigueo desplazarse rápidamente desde el hombro hasta la punta de mis dedos; casi mágicamente, apareció Alex por la puerta, traía un café en su mano. Me dio media sonrisa al percatarse de que estaba despierta, no es como que haya podido dormir mucho; pero tampoco es como que tenga mucho que hacer para mantenerme despierta, así que aprovecho los momentos en los que el rubio logra dormir para imitarlo.

Recuperando El Pasado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora