Capítulo Sesenta y cuatro

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8 de agosto, 2016.

Erguí mi espalda escuchando mis huesos crujir, revisé una vez más la ortografía del escrito, tomé una bocanada de aire para llenar una vez más mis pulmones. Presioné la opción de enviar y solté el aire que tenía almacenado. Relamí mi labio inferior sintiendo la boca seca, mis manos comenzaron a sudar frío, las pasé un par de veces por la tela de mi pantalón, aunque no funcionó de mucho. Escuché el ruido de la impresora transcribiendo las palabras que escribí minutos antes. Cerré mis ojos y recosté mi cabeza en mis manos, agotada.

La impresora terminó de hacer su trabajo, recogí rápidamente mis cosas y las guardé sin cuidado en el bolso enorme que mi madre me había regalado ya que en uno de sus impulsos de compradora compulsiva compró uno que ya tenía, por lo que, en lugar de devolverlo, decidió que se vería bien en mi hombro. Eché la silla de rueditas hacia atrás y me levanté con la poca energía que me quedaba en la reserva. Tomé el papel impreso, lo releí sintiendo mi corazón estrujándose ligeramente con cada palabra; lo coloqué sobre el escritorio, estiré mi mano y alcancé uno de los bolígrafos, mis dientes torturaron momentáneamente mi labio inferior mientras mi mano se deslizaba sobre el papel dejando una mancha de tinta con mi nombre sobre la línea impresa.

La miré un par de segundos más. Sacudí mi cabeza quitándome de encima las ideas contrarias a la principal. Doble el papel y lo metí en el sobre blanco. Levanté la mirada para pasarla a cada esquina de mi oficina, mi sonrisa se ladeó al ver la fotografía que había colocado sobre la repisa tras mi escritorio, en la que salíamos el niño rubio y yo, el primer día que jugamos béisbol; me acerqué y la tomé para meterla en el fondo de la enorme bolsa que mi madre llamaba bolso.

Caminé hasta la puerta, la abrí sintiendo el aire frío chocar contra mi rostro, había apagado el aire acondicionado desde hacía horas en la oficina por lo que el cambio de temperatura repentina hizo que los vellos de mis brazos se erizaran. Me abracé más a mí misma y salí de la oficina, cerré la puerta detrás de mí y guardé la llave.

Crucé el pasillo y presioné el botón del elevador, retrocedí y esperé. Vi los números en la pantalla cuadrada y negra arriba de las puertas metálicas comenzar a aumentar hasta detenerse en el que yo estaba; por la velocidad con la que subió, estoy casi segura de que viene vacío. Las puertas se abrieron dejándome ver mi reflejo en las paredes internas de la caja de metal. Clavé mi mirada en mis ojos reflejados de frente, entré en el elevador y las puertas se cerraron tras de mí.

— Buenas noches, señorita Masson. — escuché cuando las puertas se abrieron en el piso inferior. Le di un asentimiento como saludo, me volteé y pegué mi espalda al espejo, clavé la mirada en el suelo y esperé a que el chico pelirrojo se fuera.

Aunque no bajó del elevador hasta que llegamos al primer piso, al mismo destino al que yo iba. Se volteó y me dio una sonrisa como despedida antes de salir. Me incorporé de nuevo, salí de la caja trasbordadora y giré hacia mi derecha para encontrarme con la recepción. Me escapé de las despedidas de las dos recepcionistas de piso. Las puertas de vidrio automáticas se abrieron al percibir mi presencia, las atravesé e inmediatamente levanté la mirada mirando el edificio alto con la mayoría de sus luces apagadas menos las de los pasadizos y las del último piso.

Crucé la plaza que separa un edificio de otro, rodeando la fuente del centro; bajé la mirada a los adoquines e inconscientemente comencé a intentar no pisar las líneas. Volví a levantar la mirada cuando el color de los adoquines cambió dándome a entender que estaba por llegar a la entrada del edificio. Agradecí que la recepción estuviera vacía, me desplacé por el pasillo principal hasta el elevador. Repetí la rutina de hace unos minutos solo que esta vez con un viaje hacia el último piso.

Recuperando El Pasado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora