Capítulo | 61

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LUCAS

— ¿Puedo abrazarte?—Sentí algo mojado bajar por una de mis mejillas.

—Claro que sí, pequeña. —Le dije para luego sentir sus pequeños brazos enredados mientras los míos abrazaban a su pequeño cuerpo.

—No te vuelvas a ir, papi. —Dijo.

No podía explicar lo que es sentirse, no podía explicar lo que es estar con mi hija, por primera vez la tenía en mis brazos.

—No lo haré pequeña, no lo haré. —Me separé de sus brazos con pesadez y ella se quedó en mis piernas. Acaricié su mejilla y me detuve a mirarla.

Era idéntica a mí, no había sacado mucho de su madre, solo el color de cabello, pero sus ojos, su nariz y su boquita lo habían sacado a mí.

Recordé algo que había dicho al principio, cosa que me había dejado intrigado.

— ¿Quién te beso, Sam?—Ví sus mejillas ponerse de un color rosado y encogerse de hombros.

—Un niño de la escuela. —Dijo bajando su cabeza.

—Quiero saber su nombre, apellido, dirección, seguro soci...

—Eh, sí. Sam, ve con Valeria por favor. —Interrumpió Sara.

—Mami, pero no me quiero ir.

—Ve cariño, iré pronto e iremos a comprar ese helado. ¿Sí?—Ella asintió y se bajó de mis piernas.

—No te vas a ir papi, ¿verdad?—Preguntó mirándome con sus ojitos idénticos a los míos.

—No pequeña, ya no lo haré.

—Bien. —Dijo antes de empezar a caminar fuera de la oficina.

— ¿No te vas a ir?—Preguntó Sara luego de que hubiera un silencio entre ambos.

—No, no lo haré.

— ¿Quién te dijo? ¿Quién te habló de Sama?

—Creo que es más que suficiente, sólo hay que ver la revista. —Dije sintiendo odio y rencor en cada palabra. La miré, iba a decir algo, pero al interrumpí. —No quiero que digas ni una maldita palabra. —Me levanté del sillón donde estaba sentado. —Por más que pidas o ruegues, no me iré, vine para quedarme y recuperar lo que no sabía que tenía.

— ¡Exacto no lo sabías, maldita sea! ¡No puedes venir a hacerte el papá perfecto!—Me acerqué a cerrar la puerta de la oficina.

— ¡Tú me lo habías ocultado! Y mientras yo tenga vida, haré que esos cinco años que me robaste, me arrancaste del al lado de mi hija, podamos recuperarlos. ¿Cómo pudiste hacerle eso?

— ¿De qué diablos hablas?, ¡no le eh hecho nada!

Maldita hipócrita.

— ¡Porque tú no hallas crecido con tus padres no te da el derecho de hacer eso con tu hija!—Así como las palabras salieron de mi boca, así mismo me arrepentí; pues había dado un golpe duro, había tocado algo sagrado.

—Sal de aquí. —Dijo con la mandíbula apretada. Me dio la impresión de que se tiraría a llorar.

Salí de la oficina y ví a Samantha sentada en un sillón balanceando los pies de arriba a abajo, entonces se me ocurrió una idea y me acerqué a ella.

— ¿Quieres ir a por un helado, Sam?—Pregunté acercándome a ella.

—Sí. —Ví como su carita se iluminó y me sentí orgulloso de causar eso en ella.

—Pues vamos. —Me levanté y le ofrecí mi mano.

—Pero ¿y mami?

—Ella está ocupada. —Mentí, en realidad no lo sabía. — ¿Vamos?

—Sí. —Ella me dio su manita y me sentí bien al tomarla.

Salimos del edificio y respiré hondo al poder llegar al auto, la subí en el asiento de atrás, luego de colocar su cinturón entré al auto y comencé a conducir.

Sí, estaba secuestrando a mi hija por unas horas.

—Sara me matará. —Susurré.

Miré por el retrovisor y Samantha miraba a través del cristal, muy concentrada por dónde íbamos pasando.

Me estacioné en una heladería en la que conocía de ésta ciudad, nos desmontamos y empezamos a caminar.

— ¿De qué vas a querer el tuyo, Sam?

—Vainilla. —Dijo sin dudar.

—Dos helado de Vainilla. —Le dije a la cajera quién me estaba mirando coquetamente.

—Aquí tienes, guapo. —Dijo dándome la devuelta junto a su número.

— ¡Mami!—Escuché a Samantha gritar, me giré y ví una Sara muy cabreada.

—Esa que ves a ahí es mi mujer y está algo loca. —Le dije. —Por lo tanto, no necesitaré esto. —Le dije devolviéndole el papel y girándome para enfrentarme a una muy enojada Sara.

— ¡¿Qué diablos crees que haces?!

—Mami, las malas palabras. —Dijo Samantha, le entregué su helado y localizó una mesa en el local.

—Vamos, Sam. —Dije sin ponerle atención a Sara.

Caminé con Samantha y la dejé en una silla para luego sentarme al lado de ella para poder compartir nuestros helados. Al momento de habernos sentado, Sara tomó asiento a mi lado.

—Mami, dijiste una mala palabra. —Dijo Samantha acusándola con el dedo.

—Sí, es que mami está muy enojada. —Dijo con los dientes apretados por lo cual sonreí, esto se estaba poniendo bastante interesante.

—Sam, ¿puedes preguntarle a mami por qué está enojada?—Dije algo divertido.

—No hace falta Sam, pasa que papi se fue sin mi permiso con lo que es mío.

—Pues papi tiene derecho a llevarse lo que es de mami. –Dije mirándola.

—Papi no tiene ningún derecho. —Dijo apretando bastante los dientes.

—Bueno, papi puede llevarse lo de mami sin o con permiso si mami no quiere que esto llegue hasta la justicia. —La miré a los ojos. —Papi tiene un buen abogado.

Ella desvió la mirada por lo que supe que había ganado este round. Ella estaba enojada, se notaba por como movía el pie en un ritmo rápido; por alguna razón, esto se sentía bastante bien: molestarla y verla enojada.

A partir de ahora, nadie quitaría que yo estuviera con mi pequeña Samantha.

Amada mafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora