A rapist stepfather. |#1| Axl Rose.

Capítulo 39.

Axl Rose.

  Mi penúltima alternativa había sido aquella. Aún tenía una última que me había rondado en la cabeza todo esté corto tiempo.

  Cuando había sido un bastardo desafortunado de diecisiete con un pie afuera del estado, en situación de calle, conocí la otra cara de la moneda y nunca iba a conseguir olvidarla.

  Al final de la década de los setentas había hecho 'autostop' de Indiana hasta California para encontrarme con Izzy en LA. Esos fueron los planes desde que éramos demasiado jovenes, pero él los ejecutó primero. Pesé a sus altos niveles de apatía y amargura, Izzy escribía y llamaba con frecuencia. Su invitación para partir siempre estaba ahí, hasta que un día no hubo vuelta atrás. Tuve que huir de Lafayette. Tuve la retorcida sensación de que si no me iba en ese preciso momento, nunca lograría escapar de ese maldito pueblo. No había vuelta atrás, no iba a poder pasar un solo día más libre en ese pueblo, de cualquier manera. Así que partí, con una valija que armé y pocos dólares en el bolsillo.

  Después, hice una infinidad de paradas con distintos conductores en distintos estados. Sostuve largas conversaciones de carretera con sujetos que jamás tuve que volver a ver y algunos de ellos, bastaron para cambiar mi perspectiva para siempre.

  Lo creí una maldición que me perseguía, o que era un pobre diablo sin mucha suerte y una mala estrella. Lo sentí desde el momento en que nací y los años me hicieron creer que tenía razón. Había sido malo crecer en un pueblo repleto en cabezas cerradas, un padrastro destructivo y una madre dependiente de él. Pero también tuve que escuchar por cada día, los pecados incitados por prejuicios arcaicos sobre tener el cabello de color rojo. Fui comparado con un vampiro, después creyeron que era peligroso como el fuego. Mis hermanos y yo proveníamos de una familia de brujas, según el pueblo. Y cuando mis pecados me atraparon y fui nombrado un delincuente habitual, fui el hijo del demonio.

  La locura como la estupidez era contagiosa en ese pueblo. Bastaba entrar en él para que salieras y no pudieras volver a ser el mismo en mucho tiempo. Viví ahí por casi dos décadas, no obstante, tuve la mala suerte de vivir las primeras dos décadas de vida en ese lugar. Algunas cosas simplemente fueron suficiente para no conseguir olvidar. Escuché una infinidad de veces cómo ser pelirrojo incitaba al hombre pecar, a cometer los actos atroces en nombre del demonio. Mi rostro, además, no lucía como el rostro promedio de los hombres del lugar. Creí que era una jodida cuestión de mala suerte ser pelirrojo, pero creí que el mundo me odiaba cuando tuve que tener rasgos tan suaves como para ser comparado con frecuencia con una chica. A menudo, tenía que romper la jodida mandíbula del idiota que creía que yo era una y por ende, pretendía ser un idiota.
 
  Lo escuché desde que era apenas un niño y se quedó grabado en mi cabeza. Incitaba a pecar incluso al más puro. Las personas de ahí y la iglesia lavaron tanto mi cerebro durante años como para hacerme creer que el jodido problema era yo y que por ende, me encontraba jodido. Cuando hice todas esas paradas afuera de ese pueblo, e incluso fuera de esa ciudad, supe que definitivamente no podía ser yo. Crecí sometido, pero no fui parte de todos esos imbéciles sin libre albedrío. Incluso para un crío de pueblo bastaba observar para descubrir que, aparentemente, mientras más cerca de Dios estuvieras, más cerca del Demonio también.

  Bastó abandonar ese pueblo para saber que no era un problema de demonios. Uno de esos conductores creyó que el hecho de que yo tuviera un rostro suave sería suficiente para que no tuviera que cuestionar su puñetera hombría. No tenía que ver con que a menudo fuera confundido con una jodida chica, no tenía que ver con ser pelirrojo ni vivir en una mierda de pueblo. Conocer a unos cuantos imbéciles en tan poco tiempo fuera de ese pueblo, supe por mi maldita cuenta que el jodido mundo tenía excusas de sobra para cagarse en otras personas.