A rapist stepfather. |#1| Axl Rose.

Capítulo 28.

Axl Rose.

— ¡Seymour! —fue lo primero que grité apenas entré de vuelta a mi maldita casa.

  Adentro todo se encontraba para la mierda. Era un desastre, desorden por doquier, desorden que no pensaba resolver yo.

  Lo menos que habría esperado después del espectáculo habría sido encontrar todo limpio, pero claro... no se le fuese a romper una uña a la muy infeliz. ¿Cómo sería capaz de ordenar algo por su cuenta? Ni siquiera supo cómo encender la maldita lavadora el otro día. Pero Harlow, la chica que limpiaba mi hogar, no se merecía toda está mierda. Ella tenía trabajo en esta casa dos días a la semana. En ese par de días se encargaría de hacer el aseo del lugar, que nunca era demasiado porque me encargaba de ser limpio; tampoco era un inútil que no podía barrer su propia casa todos los días. Me encargaba de eso por supuesto. Pero los días de Harlow eran más complejos que eso. Ella organiza el resto de las cosas, cómo ordenar un nuevo maldito tanque de gas, organizar papeleos y recibos al final de cada mes, o ir a hacer todas las compras de la semana. Podía ser que viviera solo en una gran casa, pero no era un hombre de casa todavía. Eso era un hecho y cualquiera lo sabía. Por eso tenía a una mujer con un acolchado sueldo que se encargaba de todo... pero no se merecía esto. ¿Un día más de trabajo para toda esta mierda? Sí Seymour no organizaba cuando menos la mitad de todo este desorden, ella misma iba a citar a Harlow para trabajar un día extra, y ella misma le pagaría su sueldo base además de una muy generosa propina.

— ¡Seymour carajo! —volví a gritar mientras me adentraba.

— ¿Tienes que gritar? —preguntó Stephanie como sí nada desde el sofá. Abrí mis ojos, sorprendido, al ver cómo es que se encontraba. En el sofá, con únicamente puesto un sostén y una tanga de encaje delgado, además de su bata larga de velo transparente obscuro. Por más obscuro que fuese aquel color, todo de ella estaba a la vista; vaya forma de mierda de recibir a alguien sí estás listo para tener una discusión.

— ¿A dónde se fue toda la gente? ¿Se fueron ya, verdad? —pregunté, enojado. Asintió con toda la tranquilidad que solo ella era capaz de manejar en una situación cómo está, conmigo de mal humor. —Más te vale que no me estés mintiendo. —comencé a moverme. Iba a revisar las habitaciones, asegurarme de que ningún inquilino aparecería en medio de la nada dentro de mi propia casa.

— ¿A dónde fuiste? —preguntó a lugar. Me detuve en seco, sosteniéndome del marco del muro que me enviaría lejos de la sala. Me impulsé suavemente de él para darme la vuelta y volver a verla.

—Fui a hacerme cargo de la maldita hija que desechaste. —advertí, y aunque sonaba tranquilo, fui completamente sincero. Stephanie encontró el insulto en mis palabras y con esos ojos color aquamarina me observó. Apretó sus labios como por medio segundo antes de deshacerse de esa mueca y simplemente mejor, dar un sorbo de la copa llena de vino tinto que se había encontrado todo este tiempo en su huesuda mano.

  Mis ojos corrieron hasta la botella abierta que reposaba sobre la mesita de centro. Era un vino espumoso italiano que no me había costado más que algunos dólares. Incluso sí me lo hubiesen obsequiado, solo esperaba que no se hubiese puesto a repartir vinos de mi reserva como sí fuese una loca anoche. Precisamente eso anhelaba de la privacidad, no tenía que vigilar quién tomaba mis malditas cosas.

— ¿Y bien? —preguntó, desinteresada, todavía observando cada uno de mis movimientos con aquellos grandes ojos. Iba a servirse más vino. Llevaba prisa por beber al parecer.

—Stephanie, escucha, vas a parar con está mierda ahora. —ordené, deseando no poder enojarme incluso más.

— ¿Qué mierda? —preguntó y cuando echó la cabeza para atrás con la copa de cristal entre sus labios, se terminó el vino de un trago.