El agua cayó lentamente por mi cuerpo. Ni caliente, ni fría. Templada. Eché hacia atrás mi cuello, mirando al techo. Controlando todas las emociones de ayer.
Amo a Harry. Le amo como no lo he hecho a nadie. Cuando sus ojos se conectan con los míos, el mundo se ilumina como cuando sale el sol en una tarde nublada. Suena muy cursi, lo sé. Pero es lo que siento y no puedo evitarlo. ¿Cuando te das cuenta de que quieres a esa persona de la manera que la quieres?
Yo no lo supe ni el primer ni el segundo día. De hecho, no lo supe hasta bien tarde. Cuando dijimos cosas tan horribles que ambos no sentíamos (ni él, ni yo)
En esperanzados momentos pensé que se acercaría y me diría que me extrañaba. Yo fuí la que le pedí que me dejara, que saliera de mi vida, que sentía dolor cuando estaba a mi lado. Pero cuando verdaderamente siento dolor es cuando me tumbo en la cama y deseo que estuviera allí.
Giré la ruleta de la ducha y el agua cesó, respiré profundamente y abrí la cortina de la ducha, saliendo y envolviéndome en una toalla. Me sequé el pelo y me puse mi ropa interior. Salí con cuidado para no despertar a mis amigas. A saber a que hora había llegado las muy petardas de la fiesta. Yo quedé dormida tras la ida de Liam, el que espero que no esté enfadado.
Me vestí y miré el reloj. 11.30 de la mañana. La resaca me estaba pagando un caro precio y lo que necesitaba era salir de estas paredes y respirar.
Me metí en una cafetería que no hay muy lejos de casa y pedí al camero, bajito y gordito, con gafas de metal, un café con leche. Para despejarme. Me senté en una mesa y miré por una gran cristalera. A penas había cuatro personas mayores y el silencio se agradecía. Las gotas de agua hacían carreras por el cristal, ayudadas por el viento.
Las campanitas que golpean la puerta me despertaron de mis pensamientos y me giré con algo de curiosidad de quien había entrado. Mi corazón comenzó a latir como si me quedara un aliento de mi vida. Lo seguí con la mirada, mientras se acercaba a mi lentamente con las manos en los bolsillos. Bebí un sorbo de café para tranquilizarme. Cogí aire mientras se sentaba en silencio en frente mio.
-Hacía mucho que no nos veíamos, Bobbie.-le miré indiferente y sin entusiasmo.
-¿Te acuerdas de mi nombre?
Oí su risa ronca mientras jugaba con sus manos. Posó una de ellas encima de la mía, haciendo así que le mirase.
-Venga, no seas así. Tengo explicación.
-No, Niall. No quiero explicación, no me debes nada. Esta bien, en serio.
-Boo, escuchame.-agarró mi mano más fuerte y sus ojos azules contactaron con los mios como nunca lo habían hecho.-Empecemos de nuevo, como si no nos conocieramos. Necesito que me des otra oportunidad y no cagarla como lo he hecho.
Se levantó y comenzó a caminar, saliendo del local. Ví como esperaba fuera, mojandose con la lluvia que caía. A los dos minutos entró y miró de un lado a otro, yo sonreí al verle hacer el bobo.
-¡Camarero! Por favor, un café con leche.-el hombre que me atendió a mi hace unos minutos, asintió con la cabeza y Horan se acercó a mi.
-¿Puedo acompañarla?-yo le sonrei aguantando la risa y le hice un gesto con la mano para darle mi permiso.
-¿Como te llamas?-me pregunta de nuevo.
-Bobbie.-le contesto amable.
-¿Puedo llamarte Boo?-una carcajada salio de mis labios y comencé a reír. Pude notar su sonrisa en frente de la mía.
-Si...si...-seguí riendo. No se porque, pero hacia ya tiempo que no me reía estando en mi estado normal (dado que siempre que me rio, estoy borracha).
ESTÁS LEYENDO
Las jugadas de la casualidad.
Teen Fiction«¿Crees en la casualidad?» Entonces lo miré y lo agarré por el cuello decidida. «A la mierda la casualidad»