El profesor entró a la clase. Era el más joven de todos los que teniamos. Alberto tan solo tenía 24 años. Tenía unos grandes ojos azules y el pelo moreno puesto hacia arriba. Sus brazos son musculosos y tiene buen culo, todo hay que decirlo.
—Buenos días.—Su voz era grave, sensata. Nos miró.—¿Muy aburridos?
Todos asentimos a su pregunta.
—Ya imagino. Yo también.—Posó su maletín en la mesa de profesor.
Nos explico su temario correspondiente para hoy y nos pusimos a tomar apuntes de lo que había escrito en la gran pizarra verde. Él caminaba por la clase, entre nuestros pupitres. Pasó entre Irene y yo. Las dos giramos la cabeza, después de que pasase y miramos su buen trasero. Irene me mira y resopla. Yo rio.
—¿Ocurre algo, señorita Edison?—Irene miró al profesor algo asustada y negó con la cabeza poniendose totalmente pálida. Yo la miré extrañada, no es la primera vez que la echan la bronca. Ella pasa olímpicamente y ahora, su cara se ha puesto blanca como la cal y su expresión es de susto. Alberto volvió al encerado y yo me dirigí a Irene.
—¿Ocurre algo? Estas pálida...
—No quiero seguir aquí.—Dice ella removiendose el pelo. Se levantó y cruzó la clase ante la mirada de todos.
—¿A dónde vas, Irene?—Preguntó Alberto al ver que se dirigia a la puerta.
—Me estoy cagando.—dijo con un tono agresivo, todos reimos a carcajadas, cosa que enfadó más a Alberto.
—¿Cree usted que me puede hablar así?—Pregunta el hombre con un tono grave y malhumorado.
—Adiós&Irene salió de clase y todos no podiamos creernos la escenita. Esta mujer no tiene respeto por ningún profesor.
—Haced el favor y sigamos con la lección.—Todos seguimos tomando a puntes en silencio. Pero a todos nos rondaba lo mismo por la cabeza: ¿Dónde habrá ido Ire?
—Es que la madre que la parió, te lo juro. Luego se queja de que no aprueba. ¡Si fuera yo Alberto también la suspendería!—Grita Alex.
—¿Dónde se habrá metido?—Preguntó yo. Llevamos media hora buscandola y no hay ni rastro.
—¿Seguro que no quieres ir a Literatura?—Me pregunta parandose en la acera.
—No—me niego rotundamente.—Quiero saber donde está y asegurarme de que esta bien. Tenía mala cara en clase—Sigo caminando, y Alex corre hasta ponerse a mi altura.
—Esta bien, nena.—Me dice graciosa, pero yo estoy preocupada por nuestra amiga, seriamente.
A lo lejos vemos el campo de fútbol, probablemente no este allí, Irene odia los deportes. Pero tenemos que asegurarnos de que no quede ningún lugar sin registrar.
Juntas entramos. Liam y su equipo está entrenando para el partido de esta tarde-noche.
—¿No asisten a clase?—Me pregunta Alex mientras les observamos a todos, cachas, guapos, aun que sin duda, Liam destaca entre todos.
—Ni idea, a lo mejor les dejan faltar la última hora por ser el equipo oficial de la universidad—seguimos y en las gradas, la vimos. Mirando fijamente a ninguna parte, taconeando con sus Vans. El pelo se le movía por el ligero aire de Londres. Nos acercamos, y cuando estuvimos a un metro más o menos, pudimos ver su dolor, su tristeza, reflejados en sus ojos rojos que llevarían llorando una hora aproximadamente. Un dolor que no es provocado por ningún golpe o problema. Aunque el amor, a veces si se pude llamar problema. Y eso era exactamente lo que la ocurría a Irene: amor.
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Las jugadas de la casualidad.
Novela Juvenil«¿Crees en la casualidad?» Entonces lo miré y lo agarré por el cuello decidida. «A la mierda la casualidad»