Capítulo 8

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Me senté en la gran silla donde daban la iniciación a los nuevos guerreros. Zeus me miraba como cuando nos conocíamos, ilusionado con que sea uno de ellos. Los Calaveras me miraban desde la lejanía en un rincón, apartados de los demás. La madre de Zeus, Anne, se acercó a mí con un cuenco lleno de una sustancia marrón.

Ella me sonrió y yo asentí con la cabeza lentamente. Miré sus ojos dorados mientras empezaba a pintar las rayas del rostro y luego la de mi torso, ya que estaba vestida como una de ellas. Era lo que había que hacer i querías estar de verdad en sus planes, si no quieres perderte nada debes ser uno de los suyos y si a mí me dicen las cosas, yo se las diré a los Calaveras.

Anne untó sus dos dedos en aquella sustancia que cuando se secaba, era difícil de quitar. Y me hizo una gran mancha donde se encontraba el corazón. Entonces apareció Dalila, su hermana. Se acercó a mi mientras su madre se alejaba y cerré los ojos, ella cogió un puñado de arena del suelo y dejó un hueco en su puño, tirándola poco a poco en su otra mano y después hizo lo mismo con esa mano, pero tiró la arena alrededor mío.

Abrí mis ojos de nuevo, ahora era parte de la manada, aunque siempre me podría ir. Todos se subieron al trono a felicitarme, sobre todo Zeus, que sonreía como hace tiempo que no le veía hacerlo.

- Al fin vuelves a ser de nosotros.- dijo Zeus caminando conmigo por las calles estrechas y hechas de gracias a vigas de piedra caliza antigua.

- Echaba de menos que me pintaran la cara y me echaran arena por encima.- dije con ironía y rió.- ¿Qué tal todo por aquí?

- Tranquilo, se ve que habéis hecho bien vuestra promesa.

- Hasta ahora, que os he puesto en peligro haciendo que luchéis con uno de vuestra especie.- él me observaba cuando hablaba y yo le miré al terminar la frase, viendo su perfecta sonrisa.

- A veces hay que tirarlo todo por la borda para conseguir lo que quieres, Thalia.

- Aunque la mayoría de veces coger esas cosas y tirarlas cuesta mucho y algunas se te olvidan.

- O se te caen al otro lado.- dijo terminando mi frase y sonreí mirándole.- Hace tiempo que no terminaba tus frases.

- Lo odiaba, así que gracias.- dije riendo y él me siguió.

- ¿Sabes qué es?

- Un bebé, Zeus.- dije y le miré, unos segundos después reímos.- Es un niño, un alfa.

- ¿Leyenda?

- Sí, se supone que salvará a mi manada de la desaparición.

- Ya...pues no puede hacerlo si está aquí.

- Tal vez lo deje marchar cuando sea mayor.

- Dejemos de pensar en el futuro.- se puso delante de mí sonriendo.- Ven conmigo.

Le miré confundid y él agarró mi mano y me llevó hacia un gran muro. Él sonrió y me miró, yo me quedé viendo el muro, ¿Aquí me quería llevar? ¿A un muro? Le miré sin comprender nada y bufó, yo respondí subiendo mis hombros sin saber qué hacer.

- Es un muro, fin.- dije y él rió levemente.- ¿Qué?

- Es la única habitación con puerta.

- Es un muro, Zeus, ¿Se te ha metido arena en los ojos?

- No, es una puerta, pero debes encontrar donde está y yo lo sé al ser el líder, pero voy a dejar que lo averigües tú.- le miré divertida y empecé a tocar la piedra caliza, acariciándola para buscar alguna forma de entrar.- Estás cerca.

Le miré y empecé a buscar más a fondo, hasta que encontré una piedra que sobresalía. Sonreí y tiré de ella hacia atrás, moviendo el muro hacia la izquierda y enseñando una habitación oscura. Él empezó a andar con nuestras manos unida y la arena del suelo se levantó, encendiendo unas antorchas pegadas a las paredes.

Entonces mis ojos brillaron como nunca. Había millones de cosas hay dentro, estanterías de oro con libros antiguos, mesas de oros con las sillas del mismo material. Al final de la habitación, al lado de un sillón dorado, había un cofre de madera y oro que resaltaba más que lo demás. Todo esto, lleno de arena, por supuesto.

- Wow.- dije y le miré con mis ojos de una niña ilusionada por un helado de chocolate.- Es...wow.

- Es oro.- dijo orgulloso de lo que había.- El tesoro de los perros salvajes enterrado bajo arena, libros, leyendas pergaminos, collares, todo lo que tenían los egipcios multiplicado y con referencia a nuestra especie.

- ¿Qué hay en el cofre?

- Pergaminos de los egipcios que hablaban de nosotros.

- Las paredes del color de vosotros, doradas y marrones.

- El color del amanecer y el atardecer en el desierto.

- ¿El sillón?

- Para leer todo lo que tú quieras, pones los libros en la mesa o los pergaminos, los vas cogiendo y leyendo en el sillón y el fuego jamás se apagará.

- Wow.- sonreí de oreja a oreja.- ¿Por qué me lo enseñas?

- Porque antes de que te fueras, quise enseñártelo, pero no hubo tiempo así que te lo enseño ahora.

- Gracias, Zeus.- sonreí y repasé las tapas de los libros escritos en lenguaje de perro salvaje, lenguaje que yo sabía.

Dark Wolves (Theo Raeken)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora