Alrededor no había más que una hojarasca que avisaba la llegada del otoño. Las hojas caían con ayuda de una leve brisa que pasaba por todo el bosque y golpeaba suavemente en la nuca del muchacho, provocando que su largo cabello danzara suavemente con el viento.
Se detuvo tras caminar unos breves minutos por las hojas secas, concentrándose en el canto de los pájaros para intentar bajar las tensiones de su cuerpo. Trató respirando hondo, pero no podía calmarse. Algo le inquietaba, pero no estaba seguro de qué podía ser.
Las aves dejaron de cantar repentinamente, por lo que debió voltearse a ver qué ocurría. Los arbustos se movieron a su espalda y colocó la mano en la empuñadura de su espada por unos segundos, pero siguió caminando, al principio restando importancia a aquel misterioso sonido. Pero nuevamente sintió un movimiento extraño y el viento sopló más fuerte que antes. Por lo que esta vez, para asegurarse de que no fuera parte de su imaginación, decidió dejar de caminar sobre las hojas. Y efectivamente estas seguían sonando, a pesar de que él dejó de andar sobre ellas.
El hombre empezó a olfatear en el aire, como si fuera un perro. Quedó estático y a la lejanía vio de pronto una bandada, que voló desde los árboles hacia el cielo. Algo andaba mal.
Ya sin tener dudas, comenzó a correr lo más rápido que pudo por entre los árboles. Provocando que al instante algo comenzara a perseguirle. Mientras corría, sentía como a la distancia le seguían. Sea lo que sea, era algo muy rápido. El hombre temía voltearse a ver qué iba a su espalda; prefería mirar hacia adelante, para no quitar la vista por donde corría.
"Ahora o nunca" pensó, mirando hacia atrás con el rabillo del ojo. Y al ver que logró ganarle una distancia favorable por varios metros, optó por esconderse tras un árbol cortado, que yacía en el suelo de manera horizontal. Y sentado de cuclillas tras el grueso tronco, esperó que su perseguidor llegara.
Al par de segundos sintió unos rápidos pasos y desenfundó su espada. La gran silueta saltó el tronco, posiblemente aún en su búsqueda. Pero apenas pasó por encima suyo, él levantó su espada, enterrándola en el estómago de la criatura con todas sus fuerzas. Esta soltó un quejido, al mismo tiempo que un chorro de sangre cayó en el rostro del muchacho, que se encontraba agachado debajo de la bestia.
La criatura miró con sus verdosos y brillantes ojos al sobreviviente. Era un felino de un fuerte tono rojizo, el cual tenía unos enormes colmillos que sobresalían exageradamente de su mandíbula, además de un gran cuerno que atravesaba su cráneo.
Mientras el animal le miraba, el hombre se pasó el brazo por el rostro, limpiando las manchas de sangre que le quedaron impregnadas en algunas zonas de su barba. Luego bajó su espada, provocando que empezara a gotear sangre en la hierba seca, y llevó su arma hacia al frente, corriendo hacia la bestia, la cual imitó su acción de forma inmediata.
Ambos contrincantes corrieron hacia el otro, y el tigre empezó a rugir, intentando dañar a su oponente con sus gigantes colmillos.
"No tengo tiempo de jugar contigo" pensó el hombre, frunciendo el ceño mientras seguía los ataques del animal con la mirada, moviéndose de lado a lado.
-¡Maldita sea! -exclamó de pronto, recibiendo un fuerte rasguño en la cara por parte del tigre, que llegó a dejarle una notable marca en la mejilla-. Tú te las buscaste... -Al decir eso, el sujeto se acercó al tigre, lanzando la mayor cantidad de ataques que le fue posible, llegando a provocarle grandes heridas a los costados. Pero el ser, sin dejarse dominar por los golpes, atacó al muchacho con fuerza, dejándole de espaldas contra la hierba. Él intentó moverse, pero el felino se le tiró encima, dispuesto a convertirle en su próxima cena.
Luego de varios jadeos, él colocó su espada de lado, provocando que la criatura colocara su mandíbula contra la hoja de su arma. El hombre sintió como sus brazos empezaron a temblar mientras sujetaba la espada, al mismo tiempo que se marcaron visiblemente las venas en sus articulaciones.
"Yo... Voy a matarte" pensó, rompiendo con la espada poco a poco la boca del animal a los costados. Dos hilos de sangre empezaron a caer por cada extremo de esta, en consecuencia de tal ataque.
Cuando la bestia empezó a quejarse, él incrustó su espada en la boca del tigre, luego afirmó su mandíbula exterior e inferior y las comenzó a tirar en sentido contrario, abriendo aún más la boca del felino hasta romperla, haciendo que esta crujiera con brusquedad.
Apenas el sonido de su mandíbula se escuchó, el muchacho dejó de hacer fuerzas, intentando recuperar el aliento. Su respiración estaba sumamente agitada, y sus manos repletas de sangre, al igual que su ropa y rostro.
Al incorporarse, empezó a quitarle la rojiza piel al animal hasta dejarla como un abrigo que pensaba utilizar para las frías noches en el bosque. Seguidamente, tiró la piel a sus espaldas, y la cargó hasta el río, que corría bastante cerca de allí.
Dejó la piel a un lado, y se colocó a la orilla de la corriente. Lo primero que hizo fue quitarse la camisa, fijándose que las mangas fueron rasgadas por las garras de tal agresivo animal. Él decidió cortarlas en su totalidad con su espada, después de quitar a duras penas las manchas de sangre.
Tras unos breves segundos se lavó rápidamente la sangre del torso y después, colocándose nuevamente su ropa, acercó sus brazos, con ya desarrollados músculos, a la orilla del río, para empezar a tirarse agua al rostro, limpiando los rastros de sangre.
Mientras se aseaba, observó a un hombre que estaba frente a él: Era una persona de barba descuidada y cabello alborotado que rozaba suavemente sus hombros. Las comisuras de sus labios estaban inclinadas hacia abajo, expresando seriedad y tristeza, como solía suceder la mayoría del tiempo. A simple vista parecía un hombre muy serio y arrogante, alguien que sin duda era lo opuesto a quién él creía ser hace un tiempo. Esa era actualmente una de las consecuencias más duras de mirar su propio reflejo...
Pudo ver que la marca en su mejilla casi había desaparecido, pero no así una ojera bastante marcada que estaba bajo su ojo izquierdo. En ese instante agradeció haber tenido su parche en el derecho. No le gustaría haber visto el tamaño de la otra que tenía bajo su ojo dañado, el cual siempre evitaba observar.
Luego de mirarse unos segundos, el extraviado pegó la vista en una de las paredes de metal que rodeaba el lugar. Cada una de las murallas, de aproximadamente treinta metros de alto, se encontraban muy separadas una de la otra en aquel laberinto que, a simple vista, parecía un bosque cualquiera.
La particularidad de ese sitio, en el cual él llevaba atrapado por varios meses, era que habían criaturas muy peligrosas que acechaban todo el lugar. Aunque él ya estaba algo acostumbrado a lidiar con ellas cada día, no estaba satisfecho allí. Necesitaba salir y regresar a Mazeriver. La idea de que Magnus estuviera allí le daba esperanzas de regresar. Pues sentía que ese día, debido al asombro del momento, no pudo decir las cosas con claridad. Realmente deseaba que su hermano mayor respondiera a las pocas preguntas que fue capaz de pronunciar ante tal inesperado reencuentro, y estaba deseoso de hacerle muchas más. Le frustraba tener tantas dudas, y no tener ninguna respuesta al respecto.
Se dio cuenta de que había cambiado, y no solo físicamente. Estaba consciente de que estaba mal respecto a lo que abarca su lado emocional. Su ojo estaba hinchado y rojo de tanto llorar, y lo peor de todo, era que estaba absolutamente solo. Hace varios meses no hablaba con nadie, ni veía a otro ser humano. No podía dialogar. Practicamente pasó de ser un muchacho alegre y motivado, a un hombre que perdió lo más importante para sobrevivir en este mundo: Arthur había perdido su sonrisa.
Los primeros meses en el laberinto fueron los peores. No podía dejar de llorar, y hubo un momento en el que incluso ya no sabía por qué lloraba. Solamente tenía claro que le dolía el pecho, y que necesitaba expulsar la pena y rabia de alguna manera, pero no le servía para desahogarse del todo. Fue una mezcla de tantas cosas que ya su mente estaba confundida de tanto dolor.
-Magnus... ¿Por qué diablos me mandaste a este infierno? -preguntó Arthur, mirando su reflejo en el río. Y hablando en voz alta, como si su hermano fuera capaz de escucharle...

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Los nueve descendientes II
FantasiSegundo libro de "Los nueve descendientes" Tras aquel inesperado encuentro, Arthur deberá buscar las respuestas a todas sus preguntas, aunque para lograrlo, deberá correr ciertos riesgos que podrían o no, arriesgar la vida de las personas que ama. ...