the way you make me feel; Michael Jackson.

Treinta y cinco.

1989, Santa Bárbara.

Llegamos a Dunkin' Donuts, mi lugar favorito de donas, Michael bajó del auto y me ayudó a bajar, tomó mi mano y cerramos la puerta, Louis y Thomas venían atrás de nosotros, la gente quedó como "Oh por dios, es Michael Jackson", me da gracia ver las reacciones de las personas cuando ven a Michael.

La gente sacaba fotos o le pedían autógrafos, entramos a Dunkin' Donuts y buscamos una mesa en donde sentarnos, Louis y Thomas se quedaron cerca de la mesa.

—Yo iré a pedir, ¿qué vas a querer? –dijo levantándose del asiento–

—Amm, 4 donas y un café Latte.

Michael se levantó del asiento y fue a pedir, me crucé de piernas en espera de Michael. Después de unos minutos llegó Michael con nuestro pedido, ugh, ya era hora. Le di una gran mordida a mi dona con glaseado de chocolate y chispas de colores.

—Estas donas están de puta madre. –le di otra mordida–

—Ese vocabulario. –me vio mal–

—Lo siento. –rodé los ojos–

Y una chica, que por cierto era muy linda... Aunque exageró mucho con el maquillaje y su falda está demasiado corta, pasó por nuestro lado, Michael "disimuladamente" miró el trasero de la chica, okey, no me enojaré... Yo al instante me puse seria y mejor seguí disfrutando mis donas. La chica se sentó en la mesa de a lado y empezó a coquetear con Michael ni si quiera le prestó atención, él solo centró su vista en mi.

—Ya vengo, tengo que ir al baño.

Me levanté del asiento y me dirigí al baño, solo lavé mis manos y salí, Michael platicaba con la chica, dios, él solo tenía cara de "help me, please".

—Disculpa, creo que estás en mi asiento, ¿puedes moverte? por favor. –pedí amablemente–

—¿No ves qué estamos conversando? –me dijo la chica viéndome mal–

—Emm, nop. –le respondí simple–

—Será mejor irnos, linda. –se levantó del asiento–

—Sí, es lo mejor. –sonreí–

Me tomó de la mano y salimos, iremos un rato a una feria que hace unos días llegó a la ciudad. Llegamos y bajamos, me asombré al ver tantos juegos, lastima que no me puedo montar en ninguno, que triste.

—Oh, mira! –dijo muy sonriente señalando a un señor vendiendo algodones de azúcar– Algodones de azúcar! Vamos, quiero uno!

Lo tomé muy bien de la mano, capaz y se pierde entre la gente, Michael es como un niño atrapado en el cuerpo de un hombre de 31 años, pero lo entiendo, él nunca tuvo una muy buena infancia.

Compramos dos algodones de azúcar, yo uno rosado y él un azúl.

—Wow! Me quiero montar en esa montaña rusa! ¿puedo? Sí, por faaavor, jamás me he subido en una –me suplicó–

—Claro, puedes ir... Pero ten cuidado, cariño. –le dije como una madre sobre protectora–

—Yeeeeeih! Gracias! –me dio un beso en la mejilla–

Salió casi corriendo para poder comprar un boleto, rápidamente lo dejaron pasar y se subió al juego, pude ver su cara de emoción, pero que tierno se ve, ternurita, pasaron los minutos y Michael ya se bajó del juego, su cabello estaba revuelto.

—Fue una gran locura! Me hubiera gustado montarme contigo. –le entregué su algodón–

—Será para la próxima, lo prometo. –apreté su mejilla izquierda–

Seguimos caminando y Michael cada vez quería montarse en los juegos, es muy difícil decirle que no se ve tan lindo con una sonrisa en su rostro. Él se quedó jugando con tiro al blanco, y tiene muy buena puntería, escogió un premio que era una gran oso de peluche y me lo dio.

—Oh, muchas gracias Michael, es muy lindo. –le di un corto beso en los labios–

Ya estaba oscureciendo y era hora de regresar a casa.

(...)