CAPÍTULO XI: Vecinos

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Estaba roto. Trizado por dentro, al igual que un espejo desparramado en cientos de pequeños trozos con la carga de la mala suerte encima. MinHo, estaba roto, así lo vio el Sr. Park y así tendría que enfrentarlo porque sería su deber, levantar cada una de sus partes y rearmarlo nuevamente, como ya lo había hecho años atrás en el hospital psiquiátrico.

MinHo se había encerrado en su cuarto y, desde el otro lado de la puerta, el Sr. Park había escuchado el desastre de cosas rompiéndose y luego el llanto desgarrado de su jefe. Llevaba tres horas dentro y él, había agotado sus instancias para darle palabras de aliento y pedirle que abriese la puerta, sin resultados positivos. El almuerzo estaba intacto en una bandeja y, cuando creía oír movimiento dentro, acababa en un llanto silente que hacía doler su corazón.

Nunca antes, en todo el tiempo que trabajó como militar o colaboró con KaRye, el Sr. Park se sintió tan mal por las cosas que había tenido que hacer. Podía sentir el dolor de MinHo como suyo y lo peor de todo, es que todavía quedaba tanto por saberse, tantos secretos por ser revelados, tantas lágrimas por derramar y dolor por sufrir.

Se acercó nuevamente hacia la puerta de la habitación, golpeándola con su puño brevemente, pero no obtuvo respuesta.

- Sr. Choi, por favor... al menos déjeme verlo, comprobar que está bien

Un sonido peculiar se sintió desde el interior y, entonces, el Sr. Park no le importó lo que sucediese después. Sacó el arma que siempre traía consigo y con la empuñadura golpeó el pomo de la puerta con todas sus fuerzas, logrando desprenderlo en tres golpes consecutivos. Entró y no se fijó en el desastre del cuarto, sino en ver a MinHo colocándose una camisa, la chaqueta de su traje y luego cargaba su arma para meterla por el espacio de su pantalón, tras su espalda.

- ¿Sr. Choi?

MinHo ni siquiera parecía estar interesado en oírlo y solo siguió haciendo lo suyo. Por sobre el hombro de su jefe, el Sr. Park vio al conejito de peluche colocado con sumo cuidado sobre la mesita de luz, que parecía ser el único mueble que había logrado salvarse de la ira de MinHo.

El moreno se giró y caminó hacia la puerta, el rostro que el Sr. Park vio, esos ojos, le advirtieron que fuera lo que fuera que MinHo iba a hacer, no sería nada bueno. El hombre lo detuvo entonces, arriesgándose a afirmarlo por el brazo para impedir que abandonara la habitación sin que le diese una respuesta.

- ¿Qué crees que estás haciendo?

- Señor, no creo que sea buena idea de salga en este estado

- ¿Este estado? – repitió MinHo, sus ojos oscuros y sus facciones llenas de ira y dolor - ¿Qué estado?

- Señor, lo que pasó... la confesión que leyó del Sr. TaeMin, sé que es duro para usted

- ¿Lo sabes...? – ironizó MinHo, bajando la mirada por su brazo hacia la mano que lo sostenía.

El Sr. Park entendió el mensaje y lo soltó, sabiendo que dejarlo ir, sería un completo error.

- La venganza nunca es la solución – añadió nuevamente, logrando que MinHo le mirase con algo de interés – Usted nunca le haría daño, no a ella...

- Ella me lo quitó todo

- Era el Sr. TaeMin quien tomó la decisión...

- Por culpa de ella y no lo niegues, sé que ella lo incitó a hacerlo, TaeMin no habría sido capaz de matar a nuestro hijo

La calma con la que MinHo le dijo aquello le causó escalofríos. Un hombre enojado y con un arma era peligroso, pero un hombre enojado, con dolor, con un arma y voz de hielo, era letal. MinHo caminó hacia la salida, sintiendo los pasos del Sr. Park detrás de él, tratando de convencerlo de que se quedara, que no saliera, que no corriera riesgos que lo expusieran antes de lo necesario, pero fue en vano.

[ Brisas de Primavera ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora