Capítulo dieciséis.

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Le pregunto que ocurrió pero su voz suena tan entrecortada que niego con la cabeza, sin bajarla camino hacia el ascensor. Presiono como puedo el botón y la siento temblar en mis brazos, le doy suaves palmaditas en la espalda para tranquilizarla.

Ella no está al cien por ciento. Lo digo porque no discutió que la llevará hasta mi departamento cargada, ni siquiera se queja cuando no le permito bajarse, Michaela hubiese echo cualquier cosa para que la bajara pero al contrario, solo se aferró más a mí como si fuera una clase de sostén para ella, algo a lo cual aferrarse en este momento.

Y la comprendía, eso hacen los amigos, se apoyan.

Una vez dentro de mi habitación la bajo y ella da unos pasos lejos de mí.

—Ven aquí Micha, quiero que me cuentes lo que paso con calma ¿de acuerdo?

—Sí —Ella se sienta en la cama junto a mi, quedando frente a frente—. En el bar intentaron...

Mi imaginación me juega en contra y apretando los dientes me obligó a cerrar los ojos para tratar de serenarme.

—No me digas que tu compañero... —Como Jackson le haya tocado un solo cabello...

— ¡No! —Exclama—. Era un borracho...

Frunciendo el ceño la miro mejor y noto la sangre seca en sus rodillas.

— ¿Qué te paso en las rodillas? —En un acto reflejo agarro sus piernas tomándola desprevenida—. ¿Raspones? ¿Qué ocurrió?  

Acaricio sus piernas con preocupación, ella parece levemente borracha. Deduzco que por eso no se está quejando del dolor, pero no creo que corra con la misma suerte mañana.

—Lo golpeé —Dice orgullosa—. Él imbécil tiró mi celular cuando iba saliendo, intento jalarme pero me defendí como pude.

Termino preguntándole por Jackson y ella me sale con una patética mentira de que fue al baño. No soy estúpido por lo que insistí obligándola a verme a los ojos.

—Con otra chica.

Maldito imbécil.

Me alejo de Michaela y me levanto, salgo de la habitación y comienzo a caminar en mi departamento de un lugar a otro. Quiero golpearlo, y mucho.

Soltando un suspiro voy hasta la cocina buscando en una de las gavetas donde tengo mi botiquín de primeros auxilios. Lo agarro y vuelvo a la habitación.

Ella sigue en donde la deje y me arrodillo frente a ella para poder curar mejor sus heridas. La miro a los ojos y veo ese brillo en ellos, ese brillo el cual siempre sale a luz cuando piensa en alguna travesura, o en algo que le cause ilusión.

Y creo que es mejor que no sepa que pasa por esa cabeza loca suya.

—Voy a desinfectarla —Digo y ella asiente—, puede que arda un poco.

O tal vez mucho.

— ¡Arde! —Chilla apenas el algodón hace contacto con su herida—. ¡Aleja tus manos de mi Doctor!

Ruedo los ojos ante su exageración pero ella se rehúsa a que la toque de nuevo.

—Michaela, deja de actuar como una niña.

— ¡Soy una niña! —Me río pero no puedo evitar agregar algo.

—Créeme, no eres una niña.

Eso basta para hacer que su cabecita comience a pensar y pueda limpiar la herida. Ella se queja por esto, pero si hubiera aceptado salir conmigo nada de esto hubiese pasado.

El Amor Por El Chocolate. #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora