Las semanas siguen transcurriendo con normalidad, aburridas y monótonas. Mi madre ha empeorado críticamente estos últimos días. Casi no duerme por las noches, se las pasa deambulando por el piso; apenas come, parece que su único alimento sean las pastillas y hasta a veces se olvida de cosas, como dónde está o mi nombre. No tengo dinero para llevarla al médico y me siento culpable por ello. Me siento culpable por no haberle proporcionado una vida mejor, por no haber intentado conseguir un trabajo donde ganara más dinero para poder llevarla a un médico; aunque para mi clase social eso es imposible. Aun así, me siento culpable por todo eso, porque tenga cáncer; porque se esté muriendo.
Si soy sincera, también he pensado bastante en la noche en que alguien me empujó fuera del metro, obligándome a atravesar la ciudad de noche. Y sobre todo me pregunto cómo ese chico sabía tanto sobre mí, sobre mi vida. Ya que, hasta sabía dónde vivo y que mi madre está enferma, razón por la que sabía que tenía que pasar por la farmacia.
Hoy empiezo en una casa nueva a limpiar y por desgracia se encuentra muy lejos de la mía. Así que, cuando salga, tendré que correr para no perder el metro y repetir de nuevo la noche de hace unas pocas semanas.
La casa a la que voy a limpiar, hacia la cual me estoy dirigirndo ahora, es el tipo de sitios donde menos me gusta trabajar. Son ricos engreídos, que se creen superiores y que se piensan que porque trabaje para ellos pueden tratarme como algo insignificante.
Ahora me encuentro justo delante y creo que en vez de llamarle casa debería llamarla mansión. Es un edificio de tres plantas, con muchas ventanas y paredes de piedras oscuras. Me acerco a la puerta de entrada y presiono el botón del timbre. Veo que una cámara se gira en mi dirección y a través del altavoz del timbre oigo una voz que dice:
- ¿Si?
- Ho...Hola –se me hace extraño hablar a través del aparato.- Soy la nueva mujer de la limpieza.
Entonces la puerta se abre, dando paso a un gran recibidor. Des del cual se puede ver el comedor a la derecha, la cocina la izquierda y en el medio una escalera de caracol que debe dar acceso a las habitaciones de arriba.
En el lujoso recibidor se encuentra una mujer pequeña y mayor, vestida de sirvienta.
- Señorita Casandra, -dice en dirección al comedor- ya ha llegado la nueva chica de la limpieza.
Dicho eso, aparece una mujer de mediana edad muy arreglada.
- Hola, soy Casandra, -dice dirigiéndose a mí- ¿y tú te llamas?
- Sara.
- Sara, esta es Anna, nuestra sirvienta, ella te indicara todo lo que has de hacer – se vuelve al comedor, una vez dicho esto.
- Bueno, como ves la casa es muy grande, así que hoy solo haz el piso de arriba. Si alguna de sus hijas se encuentra en su habitación no debes molestarlas.
- ¿Cuántas hijas tiene?
- Dos. Y un hijo, pero nunca anda por casa. Desde que murió el padre las cosas están un poco tensas por aquí –eso último lo dice susurrando, así que doy a entender que no es algo que debería haberme dicho. –Ah, y las cosas de limpieza se encuentran en la habitación del lado del cuarto de baño del piso de arriba. Esto es todo, ¿entendido?
- Sí.
El día transcurre con normalidad, pero no tan lento como los demás días que trabajo limpiando en otras casas. Esta es la más lujosa donde he trabajado, y me entretengo observándolo todo. Solo una de las habitaciones de las hijas estaba ocupada, pero me ha dejado entrar a limpiar sin ningún problema. Al parecer no ha salido tan fría como la madre. Hasta cuando estaba limpiando su escritorio ha hablado un poco conmigo. Aunque de todo lo que me ha contado solo me acuerdo de su nombre, Cassie.
Acabo de terminar de limpiar todo el piso superior, que es más grande que mi casa, y estoy guardando todos los utensilios en su habitación correspondiente. Sin embargo, cuando estoy a punto de salir, oigo un ruido detrás de mí, me giro y casi me caigo al suelo del susto al ver a alguien de pie delante de mí.
- ¿Quién eres?–digo alterada, cuando ya lo tengo más cerca y puedo ver que se trata de un chico joven.
- Querrás decir quién eres tú, yo estoy en mi casa –entonces me doy cuenta de que debe ser el hermano de Cassie, el que nunca está por casa.
- Eres el hijo de Casandra, ¿verdad? –Asiente.- Yo soy la nueva empleada de la limpieza.
Ignora mi último comentario pasando por delante de mí y sale de la habitación. Me fijo en que la ventana está abierta, debe haber entrado por allí.
Entonces oigo como Casandra, su madre, le empieza a gritar exigiéndole saber dónde había estado esos dos días enteros en los que no había puesto el pie en casa. Sin embargo, él le contesta un comentario cortante, era algo sobre su padre, no lo he oído muy bien, y ella se calla.
Cuando bajo unos minutos después a por mí paga no encuentro a nadie en la planta baja, y no voy a ponerme a dar gritos buscando a alguien.
- ¿Qué buscas? –oigo que dice una voz detrás de mí. Se trata del hijo de la dueña de la casa.
- Eh... busco a Casandra, la criada o a alguien que pueda pagarme. Se me está haciendo tarde.
Se pone la mano en el bolsillo de los pantalones, saca un billete de cien euros y me lo tiende.
- En realidad son solo cincuenta –admito. Podría habérmelo quedado todo, pero no quiero que me despidan si lo llegaran a descubrir.
- Da igual, quédate el cambio.
Cuando salgo a fuera veo que él también ha salido y se dirige hacía un barrio no muy apropiado para los de su clase.
- ¿Vuelves a irte? ¿Tu madre no estará muy preocu...?
- Y a ti que más te da –me corta.
Y le observo irse.
Cuando salgo del metro el sol aún brilla en el cielo, pero no durará mucho. La calle esta abarrotada de gente, pero aun así distingo una cara que me es familiar. Y, entonces, me quedo paralizada en el sito, las piernas no me responden. Se trata de mi madre.
Está ahí, entre la gente, plantada y con la mirada perdida. Y lo peor es que no lleva la mascarilla para filtrar la contaminación. Como mucho se aguantan dos minutos respirando este aire.
Veo que pronuncia mi nombre con los labios y entonces, se desploma en el suelo. El corazón se me para durante un segundo y entonces reacciono. Corro en su dirección, apartando la gente a empujones. Cuando llego a ella la cojo entre mis brazos. Aún está viva, pero inconsciente. La mayoría de la gente pasa de largo, pero entre las pocas personas que me observan distingo a un chico moreno. Sin embargo, ahora eso no me importa lo más mínimo. Tengo la mente colapsada. Y cuando estoy empezando a desatarme la mascarilla para dársela, unas manos me sujetan las muñecas.
- Ya es demasiado tarde, Sara. Déjala irse en paz –oigo que dice una voz desconocida, proveniente de la persona que sigue sujetándome las muñecas.
Entonces me las suelta y me gira para encararme a él, aunque a causa de las lágrimas lo veo todo borroso. Solo llego a distinguir a un hombre alto y de mediana edad que no me es nada familiar. Que, con voz dulce, me dice:
- Debes venir con nosotros, es importante.
- ¿Qué? No, no, no voy a dejarla aquí –dijo entre llantos.
- No te preocupes, nosotros nos ocuparemos de todo.
Estoy agotada, cansada y desolada. Tengo mil preguntas en la cabeza, pero a la vez la tengo en blanco. No sé qué hacer, que pensar ni que decir. Así que decido la opción más fácil: dejarme llevar por las circunstancias. Permito que el hombre me guie entre la gente hasta una furgoneta negra que nos espera. Y nos alejamos por las calles, dejando a mi madre atrás, dejando mi hogar y todo lo conocido.
-P
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En Órbita
Ficção Científica"¿Alguna vez habéis sentido la necesidad de escapar de dentro de vuestro propio cuerpo, de dejarse arrastrar por el viento y no preocuparos por nada; tan solo de dejarse llevar por la corriente? A veces, a mí me gustaría ser algo tan simple como una...