Sara

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Desde que Ían me dio la pastilla que estoy siempre atenta y se me acelera el pulso cada vez que un guardia se me acerca. No estoy tranquila en ningún momento, en verdad me asusta lo que me puedan hacer para que Ían estuviera tan alterado. Sin embargo, ya han pasado un poco más de dos semanas y aún no han venido a buscarme, así que quizás él se equivocaba.

Últimamente hemos vuelto a empezar los entrenamientos, aunque ya no son cómo solían serlo. Es como si se hubiera formado un muro entre nosotros y todas las bromas y el buen humor que surgía en esos entrenamientos ahora casi estuvieran extintos.

Hemos vuelto a practicar lo de absorber energía a una fuente y proyectarla a algo del entorno. Estoy sorprendida de la cantidad de cosas de las que puedes absorberle energía. La verdad es que ya lo domino mucho mejor, o eso pienso yo, ya que Ían no dice nada al respecto.

El ánimo en nuestro grupo tampoco ha mejorado. Ris sigue igual, Mike ya nunca hace bromas, sé que en realidad echa de menos sus discusiones, luego está Nick, que últimamente parece que está en otro lugar, distraído con todo y pensando en sus cosas. Y, por último, estoy yo, aferrando dentro de mi chaqueta siempre una pastilla y apretándola en un puño ante la posibilidad de que el guardia que se esté acercando des del final des pasillo sea el que la venga a buscar.

Ahora ya es casi la hora de comer. Yo estoy en los baños acabando de vestirme después de ducharme. Me hago una cola y cojo con los dos brazos la ropa sucia, la cual debe ser llevada a unos contenedores especiales. La mayoría de la gente ya está en la Sala Comuna, casi no hay nadie en los pasillos.

Entonces, alguien me agarra del brazo y el corazón me da un vuelco cuando compruebo que se trata de uno de los guardias. Aparece otro a mi derecha y me dicen:

- Debes acompañarnos, ordenes de arriba.

Me viene a la mente la pastilla y, entonces, me doy cuenta de mi gran error. La pastilla está dentro de uno de los bolsillos del pantalón, el cual llevo ahora envuelto junto con el resto de la ropa sucia.

- Dejadme antes ir a dejar esto a los contenedores de la ropa sucia, si no os importa –digo, rezando en mi interior de que me den una oportunidad para poder tragarme la pastilla.

Sin embargo, el otro guardia me lo arrebata de las manos sin más y me dice:

- Ya me encargo yo –y se encamina pasillo abajo junto con mi ropa sucia y la pastilla. El hombre que queda me indica que avancemos y no me queda más remedio que hacerlo.

Entonces me vine a la mente que quizás no es tan malo lo que me van a hacer, que quizás Ían lo único que quería era llevarle la contraria a su madre por el odio que le demuestra que le tiene. Sin embargo, no creo que el pondría en peligro mi vida dándome substancias extrañas solo para contradecir a su madre. Además, yo le aseguré en la oscuridad de esa habitación que confío antes en él que en ellos. Él, al ser hijo de Rachel, supongo que tiene acceso a toda la información y sabe sobre todo lo que tienen planeado y eso también hace que me asuste más.

Una parte de mí desearía que estos días haya estado comportándose así por lo que va a ocurrir ahora, porque está preocupado por mí y esa es su forma de expresarse.

Sin embargo, cada vez nos acercamos más al ascensor que me va a llevar a los laboratorios o a donde sea que estemos yendo, la realidad se me va haciendo más presente y los latidos de mi corazón cada vez resuenan más fuerte en el interior de mi pecho.

Pero, entonces, alguien choca fuertemente conmigo y siento como me agarran de la mano.

- Ten más cuidado –le gruñe el guardia.

- Lo siento –dice Marc, que solo me mira a mí al hablar.

Y, entonces, es cuando noto el objeto pequeño y redondo en la palma de mi mano: una pastilla.

La mantengo con fuerza en la palma de mi mano mientras subimos con el ascensor. A pesar de que los pasillos son igual de blancos e iluminados que todos, reconozco que en esta zona nunca había estado. Mientras avanzamos me doy cuenta de lo asustada y nerviosa que me encuentro. Siento los latidos de mi corazón resonando con fuerza en mi pecho y las manos me sudan. Entonces, nos paramos delante de unas puertas que se abren automáticamente y entramos en el interior.

Parece ser un quirófano, con una camilla rodeada de luces y material a su alrededor. Se acerca una mujer vestida con una bata blanca y me pide que me acerque hasta la camilla y me tumbe. Hago lo que me dice y, mientras se dirige a unos estantes, aprovecho y me trago la pastilla.

La mujer vuelve a acercarse y conecta con unos tubos que salen de la parte inferior de la camilla una mascarilla que lleva en la mano.

- Ahora quiero que te relajes y que cuando te ponga esta mascarilla respires profundamente, ¿de acuerdo? –yo asiento en respuesta. Ya no puedo hacer nada para evitar lo siguiente que vaya a ocurrir, así que lo único que puedo hacer es obedecer.

La mujer hace lo que me ha dicho y me coloca la mascarilla cubriéndome la boca y la nariz. Al momento en el que empiezo a inspirar noto el gas que emite entrando por mis fosas nasales. Al cabo de unos segundos los párpados empiezan a pesarme y el sueño se va apoderando de mí.

Lo último que veo son todo de personas vestidas de blanco colocándose a mi alrededor, a pesar de que sus rostros se vean borrosos. Entonces, pasa por mi cabeza la posibilidad de que hoy podría morir. Y decido que lo último que quiero ver no son rostros sin nombre, así que cierro los ojos y me dejo perder en mi propia mente para apreciar los rostros de las personas que de verdad me importan.


- P

En ÓrbitaWhere stories live. Discover now