Sara

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Ris es reservada y no muy habladora, aunque tampoco es que tengamos mucho de qué hablar.

Mi primera impresión de ella fue que era una chica dura, que no se impresiona con nada, de esa gente que ya ha visto de todo. Siempre lleva el pelo rojo recogido en una cola alta y muchos de los mechones están entrelazados formando pequeñas trenzas. Siempre está seria, pero lo que más le destacan son sus ojos. Según la luz cambían de color, van del turquesa al verde oscuro. Y, aunque es bajita y parece poca cosa, se ve que está en forma, en mucha más buena forma que yo.

No es que entablemos muchas conversaciones, pero como vamos a ser compañera de habitación y durante todos estos días he tenido un pensamiento rondándome por la cabeza, he decidido preguntárselo.

- ¿Qué impulsa a una chica como tú aceptar venir aquí? –le digo desde mi cama. Ya es de noche, aunque sé que no está dormida.

- ¿Qué quieres decir? –dice, sin girarse hacia mí.

- Quiero decir, que si no tenías una familia con la que estar, a alguien de quien te arrepientes de haber dejado atrás.

- No –contesta sin pensárselo dos veces. Quizás sí que ha dejado a alguien atrás, pero no le apetece compartir sus sentimientos con alguien que apenas conoce.

Nos quedamos un rato en silencio. No me gusta el silencio, hace darme cuenta de que estoy sola. Después de que muriera mi madre, en la habitación blanca todo era silencio, y siempre me recordaba lo sola que me encontraba.

Entonces, Ris, se gira hacia mí y me dice:

- ¿Y tú, tenías a alguien a quién dejaste atrás?

- Lo tuve, pero ya no.


Ya hemos pasado cuatro noches aquí y cada día seguimos haciendo lo mismo. Nos traen tres comidas al día, el baño al final de pasillo y nada más. Ya empezamos a estar hartas. Y cada vez que le preguntamos a los que nos traen la comida no nos contestan.

Hoy por la mañana, aún no nos han traído la comida. Es extraño, normalmente la traen a la misma hora. Estamos cada una tirada en su cama, sin saber qué hacer. Entonces, Ris se levanta de la cama y, dirigiéndose a la puerta, dice:

- Ya no puedo más.

- ¿A dónde vas?

- A cualquier sitio menos este.

Pero cuando está a punto de abrir la puerta, esta se abre de golpe. Y entra un hombre con uniforme.

- Seguidme –es lo único que dice.

Hacemos lo que dice. Avanzamos siguiendo al hombre por el pasadizo. Subimos en el ascensor y llegamos a la cuarta planta.

- ¿A dónde vamos? –pregunta Ris.

- A la sala Comuna.

- ¿Qué es eso? –pregunta de nuevo Ris.

- Os vais a reunir allí los cincuenta y os van a contar la situación.

Dicho eso, nos abre una puerta y entramos a una sala llena de gente. Todos parecen más o menos de la misma edad. Algunas caras me son familiares. Ya que, cada vez que elegían a uno, proyectaban su cara en todos las grandes pantallas repartidas por la ciudad.

Ris y yo nos colocamos entre los demás. Nos encontramos en una gran sala, delante nuestro hay como un escenario y detrás hay diez mesas con cinco asientos cada una y en cada mesa hay un número del uno al diez.

En ÓrbitaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt