Me despierto de golpe. Tengo la respiración agitada, me duele la cabeza y no tengo ni idea de dónde me encuentro. Tan solo sé que estoy estirada en una cama. Me siento en el borde y al levantarme la cabeza me da vueltas. Observo todo a mi alrededor. Estoy en una habitación cuadrada. Tanto las cuatro paredes, el techo, el suelo, la puerta y la cama son blancos; hasta mi ropa. Lo que más destaca en la habitación es mi melena morena.
Veo que la puerta tiene un cristal redondo. Me acerco hasta ella y me asomo al cristal para poder ver el exterior: un pasadizo blanco.
No sé cómo he llegado aquí. Me acuerdo de estar en la parte trasera de la furgoneta, entonces todo empezó a verse borroso, hasta convertirse en oscuridad y luego despertarme aquí, nada más. Supongo que me drogaron o algo así con algún gas, porque si no, no hay razón para no acordarme de nada. ¿Esto qué significa? ¿Es un secuestro?
Pero entonces reacciono, empiezo a acordarme de lo que hacía antes de subirme a la furgoneta. Mamá. Mi madre ha muerto. Se me ocurren muchas preguntas ahora mismo. Como: ¿Qué hacía fuera de casa? ¿Y su filtrador? ¿Por qué se lo había quitado? ¿Cómo había podido llegar tan lejos sin él? ¿La había sacado alguien de casa? ¿Pero quién querría hacer algo así? ¿Y para qué? Nadie. Demasiadas preguntas para tan pocas respuestas.
De repente me siento agotada, como si llevara corriendo horas, días... La cabeza me da vueltas, me falta el aire, pierdo el equilibrio, no puedo respirar... Entonces vomito, pero no es bilis ni mi última comida, es sangre. Siento que me asfixio, necesito aire, siento que por mucho que inspire y espire no me entra aire en los pulmones.
Lo veo todo borroso, pero soy capaz de distinguir que la puerta se abre y entran tres figuras humanas. Dos me giran boca arriba en el suelo y la tercera se coloca encima de mí con un extraño instrumento en la mano. Baja con fuerza el instrumento y siento un pinchazo enorme atravesándome el pecho hasta el corazón. Por unos segundos no noto nada, es como estar flotando en la habitación y observar desde lejos todo lo que ocurre: tres hombres extraños y una chica tirada en el suelo sin poder respirar.
Y entonces vuelvo a la realidad de golpe, tragando una gran bocanada de aire. Las cosas dejan de girar y vuelven a verse nítidas. El instrumento extraño que el hombre sujetaba se trata de una ajuga gigante. La cual me ha atravesado el pecho hasta alcanzar mi corazón, pero por alguna razón ya no me duele.
- Descansa y recupérate. Luego vendremos a buscarte y te contaremos todo lo que ocurre. –Oigo que dice uno de los hombres muy lejos de donde yo me encuentro.
No sé si han sido segundos, minutos u horas los que he seguido tirada en el suelo. Pero la cuestión es que me encuentro mucho mejor. Me levanto y me siento en la cama y pienso en todo lo que está ocurriendo. No entiendo nada, no entiendo que me ocurre, que hago aquí y qué es este lugar. Otra vez demasiadas preguntas para tan pocas respuestas.
Noto que me escuece el hombre. Y veo que tengo una especie de tatuaje. ¿De dónde ha salido esto? ¿Cuándo me lo he hecho?
Entonces alguien entra en la habitación e interrumpe mis cavilaciones.
- Sígueme –es lo único que dice. Y lo sigo.
El suelo de los pasadizos esta frío y yo voy descalza. Pasamos por delante de muchas más puertas iguales que la mía, pero no me da tiempo de ver si hay gente en el interior. Voy observando todo a mí alrededor a medida que avanzamos, pero todo me parece igual.
Entonces subimos en un ascensor y al salir el aspecto del edificio es totalmente diferente. Todo ya no es blanco, si no de metal. Se oyen nuestras pisadas en el suelo de acero a medida que avanzamos por el pasadizo. Llegamos a una puerta diferente a las demás. El hombre que me acompaña pasa una tarjeta por delate un aparato, tras unos segundos se enciende una lucecita verde y la puerta se abre. Me hace indicaciones para que pase y él se queda fuera.
- Toma asiento, Sara –oigo que me dice una voz femenina.
Procede de una mujer que está sentada en el medio de la sala, detrás de un gran escritorio de cristal. La habitación es grande y espaciosa, con techos altos y toda llena de grandes ventanales. La mujer va muy arreglada. Lleva un vestido gris y la melena castaña le cae en cascada por la espalda. En su cara redonda le destacan dos ojos almendrados totalmente azules, también tiene una dentadura muy brillante y dientes perfectos, que le destacan bajo unos labios pintados de rojo intenso.
Hago lo que me dice y me acomodo frente a ella. Me siento incómoda bajo su perfección y su intensa mirada, parece como si me estuviera estudiando.
- ¿Sabes dónde te encuentras?
- Sinceramente, no.
- Te encuentras en el Proyecto Mente. –No puedo creer esas últimas palabras. Tardo unos segundos en asimilarlo. ¿Cómo he acabado yo aquí? ¿Por qué? ¿Qué puedo aportar al nuevo mundo? ¿Mis dotes de buena limpiadora?- Sé que debes estar muy confusa ahora mismo. Sin embargo, ya lo irás asimilando. Si es que decides quedarte, claro.
Unos días antes sin duda habría dicho que no, pero ahora quién sabe, quizás podría formar parte del nuevo mundo. Además, ¿qué voy a hacer yo sin mi madre? No voy a dejar a nadie a tras si decido unirme al Proyecto Mente, ya que ya no lo tengo. Así que, ¿por qué no?
- Sí, sí que me gustaría unirme al Proyecto Mente.
- Perfecto, esperaba que esa fuera tu respuesta. –Oír su voz es muy agradable, es pausada y dulce, hace que me siente bien. Ha hecho que ya no esté incómoda bajo su mirada.
- Solo una pregunta. ¿Por qué yo? Es decir, según sé todos los elegidos tienen algo que aportar, alguna dote en especial. Sin embargo, yo no lo tengo, no puedo contribuir con ninguna.
- Por supuesto que sí, Sara. No deberías infravalorarte tanto, eres más fuerte de lo que crees. Ya verás, aquí te sentirás como en casa –y me dedica una sonrisa deslumbrante.- Cuando salgas te acompañaran a la habitación que se te ha asignado.
Yo asiento en respuesta y empezó a levantarme para irme, pero entonces me viene a la cabeza una cosa: no sé su nombre, y ha quedado claro que ella si sabe cómo me llamo yo.
- Por cierto, no sé su nombre.
- Rachel –y me dedica otra sonrisa radiante.- Una última cosa antes de irte, Sara.
- ¿Si?
- Quería decirte que siento mucho lo de tu madre, de veras.
- Gracias –digo, con voz apagada. Este comentario me ha pillado por sorpresa.
Salgo de la elegante habitación. Fuera me espera el mismo hombre de antes, que me guía atreves de los pasadizos a mi nueva habitación.
Al fin nos paramos delante de una puerta. Me tiene un paquete con ropa bien doblada, que supongo que tendré que ponerme, y me indica que pase, cerrando tras de mí la puerta.
Dentro hay una chica que parece de mí misma edad, pero es de aspecto totalmente diferente al mío. Es delgada y más bajita que yo y lleva el pelo teñido de un color rojo oscuro y atado en una cola. Lleva la misma ropa puesta que me ha dado el hombre antes de entrar
- Oh, perdón, -dijo- creo que me he equivocado de habitación. ¿Es esta la veintitrés? –prosigo un poco confusa. Pensaba que iba a estar sola en la habitación. O quizás es ella la que se ha equivocado y de esta forma intento hacerle ver que esta no es la suya.
- Sí, no te has equivocado. Parece que vamos a ser compañeras de habitación –me dice. En respuesta yo le sonrío- Puedes llamarme Ris.
- Yo me llamo Sara.
-P
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Aquí os dejo el capítulo de esta semana. Espero que os guste y dejad algún comentario para saber qué os parece. ¡Gracias!

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En Órbita
Fantascienza"¿Alguna vez habéis sentido la necesidad de escapar de dentro de vuestro propio cuerpo, de dejarse arrastrar por el viento y no preocuparos por nada; tan solo de dejarse llevar por la corriente? A veces, a mí me gustaría ser algo tan simple como una...