XIX Secreto

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—¿Así está bien? —preguntó Illumi, preocupado.

—Sí... —respondí entre jadeos, sosteniéndome de sus hombros.

Sus manos acariciaban con reticencia mi espalda desnuda, atrayéndome hacia él, hacia su cuerpo cálido y fuerte. Me dolía besarlo, pero el deseo era más intenso y no pude dejar de hacerlo, me encantaba. Quería sentir que seguía aquí conmigo y que, a pesar de mis defectos, yo seguía siendo importante para él.

Y el placer fundiéndose con el dolor le daban la cuota de realidad a esta loca fantasía que estaba viviendo.

—Libi... —susurró, clavando sus dedos en mi cadera para profundizar la penetración a la vez que me ayudaba a moverme y aumentar así el vaivén.

Si sus movimientos antes me parecían mecánicos y calculados, ahora eran también inseguros y contenidos. El temor a hacerme daño se mezclaba con ese deseo indómito y oscuro que surgía en él y su aprensiva delicadeza era interrumpida con besos rudos y caricias demandantes.

Y yo lo toleraba porque el deseo era más fuerte y mezclado con dolor, se volvía una condena inevitable.

Sus dedos viajaban por entre mis cabellos y la sensible piel picaba en anticipación. Cuando por fin se cerraron, mi pelo fue jalado entre susurros ansiosos de mi nombre. Estaba sentada sobre él porque no podría soportar el peso de su cuerpo y ya no me quedaban fuerzas, se me habían adormecido las piernas. Aferrándome a su cuello, ahogué un quejido cuando, al llegar al clímax, me abrazó con fuerza, presionando mis costillas lastimadas. El dolor valía la pena, pensé, recostándome en su pecho aún temblorosa.

—¿Estás bien?

—De maravillas —logré decir cuando recuperé el aliento.

Mi cuerpo seguía doliendo, tal vez incluso un poco más que antes, pero la tristeza se había ido. Entre sus brazos podía sonreír. Lo sentí al fin relajarse. Convencerlo de que accediera a hacerlo había sido difícil. Estaba demasiado temeroso de lastimarme y yo necesitaba sentirlo cerca casi tanto como necesitaba respirar. Permaneció en silencio mientras masajeaba mi cabeza con su mano izquierda y trazaba círculos en mi espalda con la derecha.

—¿Extrañas a tu familia? —pregunté, buscando romper el silencio y saber más de él.

—Un poco. Me pregunto si estarán buscándome. Si el tiempo transcurre del mismo modo allá que acá, ya han pasado casi dos semanas desde mi desaparición.

Probablemente estaban muy preocupados. Sentí un dolor punzante en el pecho y lo abracé con fuerza. Noté que sonreía sutilmente y también me abrazó.

—Tal vez ni siquiera han notado mi ausencia. Cuando tengo trabajo, suelo irme por semanas o incluso meses.

—De niña, siempre sentí envidia de que tuvieras una gran familia. Me habría encantado tener hermanos —le confesé.

Una familia era lo que siempre había deseado. Alguien que estuviera a tu lado incondicionalmente, sin preguntas, sin peros, sin imposiciones.

—A mí me habría encantado conocerte cuando eras una niña. De seguro eras fascinante.

¿Qué lo habría hecho llegar a esa conclusión?

—En eso te equivocas ¡Habrías salido corriendo al verme!

—Apuesto a que yo te habría hecho correr primero.

—Seguro que sí —dije riendo.

Él debió ser un niño aterrador.

Le conté algunas cosas sobre mi vida en el orfanato y mi relación con Lucy. Evité mencionar a papá y a Dan, evité decirle el modo en que los hombres me habían enseñado a ser buena y también evité destacar que ésta era la primera vez que hablaba tanto con un hombre después del sexo.

Por fin me dormí y pude descansar como hace tiempo no hacía.

~❁~

Me llevé un buen regaño al día siguiente. El dolor en las costillas y el cuello había empeorado y no podía ni moverme. Al parecer, no había sido tan buena idea "ejercitarme". Pese a que le dije que todo estaba bien, se enfadó y partió a comprar más antiinflamatorios. Sólo esperaba que el enojo no lo hiciera descontrolarse y lastimara a alguien.

Tocaron el timbre. Al abrir, Lucy entró enfurecida.

—¡¿Por qué no me llamaste?! —cuestionó, examinándome por todas partes.

Casi sentí cómo contaba mis moretones.

—No quería molestarte. Sólo fue un accidente tonto en el trabajo, estoy bien.

Regresé a mi cuarto, evitando mirarla.

—¿Un accidente? ¡¿Hasta cuándo vas a mentir para proteger a ese infeliz?!

—¿Q-qué?

Era imposible que lo supiese.

—¡Josh me lo contó todo!

—¿Desde cuándo conoces a Josh? —pregunté, incrédula.

—Me he acostado con él un par de veces ¡Qué importa! —Respiró hondo, intentando calmarse al ver cómo aumentaba mi nerviosismo— ¿Por qué no confiaste en mí?... ¿Por qué no me dejaste cuidarte?

Su voz se oía quebrada, herida. Comencé a llorar y la abracé. No quería que sufriera por mi culpa.

—¡No me toques, estoy furiosa! ¡Exijo que me cuentes todo! No es la primera vez ¿verdad? Cuando no pudiste acompañarme a Brasil de vacaciones porque te caíste y te fracturaste un brazo ¿Él lo hizo?

Mi mente aturdida buscaba inútilmente alguna excusa que decirle.

—¡Contéstame Libi! Fue Damien ¿Verdad? ¡Contéstame!

Todo se desmoronaba, ya no podía evitarlo.

—¡Sí! —grité, cayendo sin fuerzas sobre la cama. Sentía tanta vergüenza y culpa—. Fue Damien —confesé luego entre sollozos—. Él llegó a la tienda. Estaba furioso porque no había contestado sus llamadas... porque sabía de Illumi, porque soy... una puta...

Lucy se quedó en silencio. No quería que me regañara, no quería que me odiara por mentirle.

—Todo es mi culpa, nunca puedo hacer nada bien... soy una estúpida... Damien no tiene la culpa. Yo soy el problema, siempre he sido el problema...

Sentándose a mi lado, me estrechó amorosamente entre sus brazos.

—Tranquila, Libi. Tú no eres un problema, tienes un problema y ahora que lo sé, voy a ayudarte. Todo estará bien, mis abogados se encargarán de que ese malnacido se pudra en la cárcel. No volverá a acercarse a ti nunca más. Ya no podrá hacerte daño.

—¡¿Qué?! Tú no puedes hacer eso. Damien es inocente, él saldrá de la cárcel pronto porque yo no presenté cargos en su contra. Yo me lo merecía porque... porque no he sido buena, él me ama...

—¡Basta, Libi! Deja de defender lo indefendible. Damien nunca te ha amado porque si te amara, no te habría lastimado como lo ha hecho...

Antes de que terminara de hablar, estrellé mi mano con furia contra su rostro. Sus ojos se humedecieron, mirándome con un dolor infinito. No era capaz de articular palabra y se fue desecha. Me quedé sola y no tardé mucho en sentirme como la peor escoria del universo. En mi desesperación, había terminado lastimando a quien más me amaba. 

Cómo podía ser así, cómo el amor que sentía por Damien podía traernos tanto dolor.

"Eres una niña mala".

La voz de papá se repitió en mi mente y ansié sentir sus azotes sobre mi piel sucia, deseando que el dolor purgara mis culpas y compensara mis imperfecciones. Clavé las uñas en mis piernas ahogando un grito de desesperación. Necesitaba ser castigada.

De pronto, levanté la vista y vi a Illumi de pie en el umbral de la puerta.

—Lo escuché todo.

Mi corazón se detuvo. 

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¿Qué hará Illumi?

¡Gracias por leer!

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora