XXXV Respuesta I

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Faltaban pocas horas para terminar mi turno y pese al leve estado etílico y la jaqueca que me partía la cabeza, no había hecho ninguna estupidez como la última vez. Choqué con un estante y boté algunos libros, pero nada que no se explicara por la migraña. Quizás era mi día de suerte.

Pero olvidé que para mí, la suerte no existía.

Al levantar la cabeza, vi a Illumi entrar a la librería. Miré nerviosamente a mi compañera de turno, que leía sin prestar atención. Miré hacia la puerta trasera, demasiado lejos como para correr hacia ella. La librería de pronto se volvió muy pequeña, demasiado pequeña y asfixiante. Él se llevaba todo el aire, quitándome el aliento.

Se acercó con paso firme y mirada imperturbable hasta el mostrador tras el que yo estaba. Su expresión lucía como siempre, pero sabía que estaba molesto. Debía ser el sexto sentido anti Illumis que había terminado desarrollando. Eso y mi paranoia.

―¿Qué haces aquí? Estoy trabajando ―le susurré.

Cerró los ojos e inhaló profundamente. Al instante retrocedí, pero fue demasiado tarde.

―Hueles a alcohol ―susurró también.

Descubierta, intenté inútilmente esconder mi vergüenza tras las gafas oscuras que llevaba. Esas tres simples palabras se habían sentido como azotes. La librería no sólo era más pequeña, ahora me aplastaba.

―Illumi, por favor. Hablemos más tarde...

―Ahora ―ordenó.

―Pero... yo...

―Libi ―interrumpió mi jefa, acercándose. Saludó gentilmente a Illumi y me entregó una carpeta―. Una vez que lo atiendas, necesito que lleves esto a la editorial. Luego puedes tomarte la tarde, no quiero que esa migraña empeore.

Intenté memorizar su dulce sonrisa de despedida. No volvería a verla, eso gritaba dentro de mi cabeza mi sexto sentido anti Illumis.

―Estaré afuera, no me hagas esperar ―dijo él.

¿O qué?

La pregunta murió antes de nacer siquiera. Tal vez era sensata al callar o muy cobarde. Recogí mis cosas sintiendo cómo el mundo conspiraba en mi contra. Primero Lucy faltaba al almuerzo que habíamos planeado, sin darme ninguna explicación. Tuve que quedarme a comer en la tienda y terminé encontrándome con Illumi.
Además, la muy irresponsable ni siquiera había devuelto mis llamadas. Esperaba que estuviera bien tanto como esperaba sobrevivir a esta tarde.

Illumi estaba estacionado en frente, delante de mi auto. ¿Y si corría al mío y me escapaba? La idea vivió lo que tardé en cruzar la calle y subirme a su auto. Jamás podría escapar de él, sólo lograría enfadarlo más. El tiempo se me había acabado. Era hora de hacerme cargo de mis actos... y de sus consecuencias.

―Illumi, mi auto...

―Enviaré a alguien por él, ponte el cinturón ―ordenó.

¿Alguien? ¿Hisoka? No me atreví a preguntar.

Le indiqué la dirección de la editorial, estaba a pocas cuadras.

―No iremos allí.

―Illumi, por favor. Tengo que ir, es mi trabajo y no quiero perderlo... ―me callé abruptamente, dándome cuenta del peso de mis palabras.

El auto se detuvo en medio de la calle. El chirriar de neumáticos frenando de golpe tras nosotros me hizo apretar los dientes. Los bocinazos no se hicieron esperar.

―No quieres ¿perderlo?

Su sed de sangre comenzó a inundar el automóvil, erizándome los vellos, como si hubiera electricidad en el aire. En mi desesperación, abrí la puerta y salí corriendo. Era inútil, lo sabía, pero corrí lo más rápido que mis piernas me lo permitieron. Si iba a morir, lo haría cumpliendo mi deber, me dije, entrando a la editorial.

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora