XXXVIII Familia

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Eran las seis treinta de la mañana e Illumi no estaba en la habitación. Sentí pánico. Sin demora empecé a buscarlo por la enorme mansión y lo que podría ser algo trivial se convirtió en una ardua tarea. Pasillo oscuro tras pasillo oscuro, escaleras que parecían interminables, puertas que de tan grandes y reforzadas lucían impenetrables; habitaciones desde las que provenían misteriosos sonidos.

Casita del terror ¡Ja! El que se asustaba en ellas nunca había estado en la mansión Zoldyck.

Exhausta terminé llegando a un gimnasio en el ala este, siguiendo las indicaciones del cuarto mayordomo al que le pregunté. El lugar era enorme y frío, lleno de todo tipo de máquinas para ejercitarse. No tenía nada que envidiarle al mejor gimnasio de la ciudad. De mi ciudad al menos, pensé con nostalgia, la que se desvaneció por completo al ver a Illumi.

Sentado en una multiestación de entrenamiento, ejercitando sus piernas a la vez que sus brazos, parecía un modelo promocionando los increíbles beneficios del aparato de ejercicios. Lucía perfecto de pies a cabeza. Llevaba un pantalón deportivo gris y el torso desnudo.

Y todo eso era mío.

Me quedé admirándolo unos instantes, creyendo que no se había percatado de mi presencia. La falta de esfuerzo que aparentaba cada vez que levantaba las enormes pilas de discos a su espalda me abrumó y sus bien definidos músculos, tensándose con cada movimiento, me provocaron un ligero calor.

Empezó a reír.

―Has estado dando vueltas por toda la casa ―se burló.

―Buenos días. ―Me acerqué hasta pararme frente a él―. Creo que sería buena idea ponerte un GPS, ya que veo que tú usas un sistema similar.

―Se llama En ―me corrigió, atrayéndome a su cuerpo y besándome―. Hoy estás mucho mejor, tus mejillas vuelven a tener color.

Eso es porque tú estás muy bien, quise decirle, pero me abstuve. El calor húmedo que salía de su cuerpo me sofocaba y comenzó a humedecer mi pijama. Me aparté de él.

―No pensé que fueras asiduo al gimnasio ―comenté, sentándome en una estación de pesas frente a él.

Aunque debí suponerlo. Tener un cuerpo en tan buen estado no era gratuito. Y de seguro en este gimnasio tan bien provisto había aparatos para ejercitar hasta las orejas.

―Es sólo un calentamiento, para no perder la forma. Tu mundo era... poco exigente en ese sentido.

Con mi mundo no te metas.

―Me gusta pensar que cada vez que pude hice que te ejercitaras ―dije con fingida decepción, levantándome ante su atenta mirada. Caminé cadenciosamente hacia las pilas de discos tras su espalda―. Pero supongo que el ejercicio que haces conmigo no puede compararse con levantar...

Me quedé de piedra al ver los números en ellos. Cada disco era de quinientos kilogramos y en total eran como cuarenta. ¿Cuánto era eso? Los números se me enredaban en la cabeza ¡Santa virgen de la papaya! Illumi era un jodido monstruo.

No me salían las palabras mientras intentaba procesar esta información. Algo dijo Illumi, pero no logré entender y cuando volví a ser consciente de mí, estaba recostada sobre la estación de pesas, con él encima.

―¿Co-cómo es posible?

―Entrenamiento ―dijo con simpleza, acariciándome bajo la polera que usaba de pijama―. Tú también podrías si quisieras.

Diablos. Debía trabajar con sus expectativas.

―No sé si quiera hacer algo así ―confesé, acariciándole el cabello.

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora