XXIII Muñeca

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No tenía claridad de cuántos minutos llevábamos mirándonos en absoluto silencio. A pesar de lo que había pasado entre nosotros y lo cercanos que nos habíamos vuelto en un breve lapso de tiempo, él era un completo extraño y eso me asustaba. O quizás fuera todo lo contrario. Lo conocía demasiado bien y eso era lo que me asustaba.

La mirada en sus ojos era similar a la de nuestro primer encuentro en la cocina. Analizaba cada expresión, cada sutil movimiento, incluido el más leve de mis respiros, como si yo fuera un libro que intentaba leer, un mensaje por descifrar. Supuse que no hablaría hasta que yo lo hiciera y ya no soportaba el silencio.

—Pensé... pensé que eras tú... Pensé que habías matado a todas esas personas... —Hice una pausa, intentando alejar el fantasma del llanto, que me rondaba con fuerzas—. ¿Por qué estabas allí?

—Oí del incidente por la radio y tenía curiosidad por ese sujeto.

—Era muy fuerte ¿Es posible que haya sido usuario de Nen?

—Lo era.

—No debiste matarlo, pudimos haberle sacado mucha información —lamenté.

—Es lo que quería, pero cuando lo vi cerca de ti actué por instinto, ni siquiera lo pensé —dijo con indiferencia y yo me lamenté aún más.

Por mi culpa acabábamos de perder una gran oportunidad. Estaba segura de que no existía el Nen aquí, así que o me equivoqué o ese tipo vino del mundo de Illumi.

—Lo siento.

Me sentía apenada y bajé la mirada. Siempre había disfrutado de su imagen, desde la primera vez que lo vi en un viejo televisor que había en el orfanato, hasta que volví a verlo esta vez en persona, con lujo de detalles, como nunca lo había visto antes. Realmente lo disfruté... pero hora me encontraba huyendo de sus ojos.

—Es porque estás en shock, ya pasará —comentó, explicando mi sentir.

Mi notable recelo era por el shock, pensaba él. Se agachó hasta quedar a mi altura. Su maravilloso aroma se coló por mi nariz y el vientre se me contrajo.

—Había olvidado que lees mi mente —reproché.

De uno u otro modo, mi cabeza era como una flor que brotaba y abría sus pétalos para él. Todo mi interior estaba a su disposición, inevitablemente, fuera de mi control. Y seguí rehuyendo a su mirada o terminaría metiéndoseme por los ojos también.

—No leo tu mente —levantó mi mentón y ya no pude huir de sus ojos—, leo todo tu cuerpo.

Y así, con unas cuantas palabras, él me mostraba que nada podía hacer, que no sólo mi cabeza sino mi cuerpo entero era esa flor, expuesta y frágil.

¿Serás tan cruel como para arrancarle los pétalos?

Su cercanía delató las intenciones que tenía de besarme y cerré los ojos con fuerza. Mi mente fue acosada por escenas vívidas de aquel sueño, como si de una película se tratara; el labio, mi labio siendo mordido, sangrando en un beso corrupto, dominante y castigador.

No deseaba que me besara, ya no.

Para mi sorpresa, no buscó mi boca. La frente fue el lugar en que depositó un beso casto y dulce, acorde a mi actual fragilidad. Le siguió un cálido abrazo que intenté corresponder.

—Sólo estás en shock, ya pasará —volvió a decir en tono de consuelo.

El gesto, que debía ser reconfortante, se interrumpió bruscamente cuando sus dedos se deslizaron por mi cabello.
Inmediatamente lo empujé, alejándolo de mí.

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora