LXII Destrozada

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Tengo un fuerte dolor de cabeza. El olor a sangre y vómito inunda mi nariz y las náuseas no se hacen esperar. Estoy sobre una cama que no es la mía, en una habitación que no conozco. Me incorporo y lo encuentro sentado a unos cuantos pasos, viéndome fijamente. Su mirada es más fría que nunca.

—¿Debería felicitarte? Llegaste bastante lejos esta vez.

Volver a oír su voz me enloquece un poco. Pensé que ya la había dejado atrás.

—P-por favor... —las palabras se resisten a salir.

—¿Por favor qué, Libertad?

—N-no me lastimes... yo...

—Tú... —avanza hacia mí y retrocedo hasta chocar con el respaldo de la cama—. ¡Eres una perra traidora! —me da una bofetada que destroza mi labio al instante. Toco mi piel ardiente y me hago un ovillo en la cama hasta que siento sus dedos entre mis cabellos. Jalándome de ellos, vuelve a golpearme, esta vez con su puño en el vientre. No puedo respirar por algunos segundos que se me hacen eternos. Otra bofetada llega a mi rostro y con ella el aire que tanto ansiaba. Caigo al suelo y allí recibo golpes que parecen venir de todas partes. Apenas y logro proteger mi cabeza.

                                *

Al despertar, lo primero que llega a mi mente es la imagen de Rafael, muerto en su oficina. Miro mis manos, su sangre sigue allí, se ha secado, formando costrones. Con el estómago revuelto, salgo de la cama y no alcanzo a dar ningún paso. No puedo.

Vomito allí, recordando el roce de sus labios en los míos, la forma tan amable de tratarme y su deliciosa tarta.

Yo estaba segura de que era Illumi, era su aroma el que sentía, era su piel la que me tocaba...

Oigo pasos acercarse y mi respiración se acelera. Al entrar, observa atentamente mi cuerpo lastimado y mis ropas manchadas con sangre y vómito.

—Te ves asquerosa —dice con cierta diversión—. Aun así te follaría. Eso demuestra lo mucho que te amo.

Me levanta de un brazo, arrastrándome hasta el baño.

—Quítate la ropa —ordena desde el umbral de la puerta.

Temerosa, obedezco y con cuidado voy deshaciéndome de cada prenda, dejando al descubierto la piel que se ha encargado de marcar.

Avanza y bajo la mirada, no quiero verlo y menos aun que me mire. Le temo mucho.

Observa cada parte de mi cuerpo y ubicándose a mi espalda, de un fuerte jalón de mi cabello, lleva mi cabeza hacia atrás, en un doloroso ángulo que me permite mirarlo.

—¡¿Cuántas veces te acostaste con él?! ¡¿Cuántas veces ese infeliz vio lo mismo que yo veo ahora?!

—Ni-ninguna... por favor... me duele —llevo las manos a mi cabeza, intentando disminuir el ardor en el cuero cabelludo.

—¡Mentirosa! —me empuja y choco contra la pared de la ducha—. Yo me encargaré de limpiar tu cuerpo de las inmundicias que has hecho con él.

Al instante y sin haberlo previsto, siento como si una ráfaga de viento ardiente me azotara parte del pecho y vientre. El grito que ahogo finalmente sale cuando, al encogerme por el golpe, vuelvo a recibir otro en la espalda.

—¡Por favor... para... ¡—suplico, agazapada en un rincón, intentando frenar con mis brazos los latigazos que caen uno tras otro, sin piedad.

No le importa. Mi bienestar ha dejado de importarle o quizás nunca lo hizo realmente. Cualquier cosa similar al amor que haya sentido por mí alguna vez, ha desaparecido. Sólo queda la ira y el desprecio.

Jamás perdonará lo que le hice y me hará pagar por ello.

Los golpes cesan y por breves instantes, sólo se oye su respiración agitada y jadeante, junto a mis quejidos y sollozos.

—Tienes cinco minutos —sentencia, abriendo la llave de la ducha antes de salir.

Grito en cuanto las finas gotas entran en contacto con mi piel. Los azotes la han dejado hipersensible y el agua se siente como fuego. Arde y lloro, abrazándome a mi misma. Vuelvo a sentirme pequeña y débil.

Ríos de sangre brotan de mi cuerpo y se escurren hasta desaparecer en el drenaje. Sangre mía mezclada con la de Rafael.

El miedo que siento y que apenas y me deja respirar, será similar al que sintió July, momentos antes de que su novio la matara.

Mi pobre niña ¿será que nos veremos luego?

Un golpe en la puerta me sobresalta y avisa que el tiempo ha acabado. Como puedo, me pongo de pie y me envuelvo con una toalla, sintiendo dolorosas punzadas en todo mi cuerpo.

Está sentado en el borde de la cama, a pocos pasos del lugar donde vomité. Me indica que me acerque.

—Arrodíllate —ordena.

Hago una mueca de dolor cuando mis rodillas tocan el piso, lo ignora. Mi mirada va a sus pies y ahí se queda. No habla, sólo me observa, sometida, humillada, destrozada.

—¿Tienes algo que decirme? —suelta por fin y sé que mi vida depende de mi respuesta.

—L-lo... siento...

—¿Qué sientes, Libertad?

—Todo... todo lo que hice... —mi dignidad se va en esas palabras.

—Has sido una chica muy, muy mala y te mereces un castigo.

Mi vientre se contrae ¿Acaso no lo he recibido ya?

Se levanta y mi cuero cabelludo comienza a picar en anticipación. Vuelve a jalarme del cabello y me lanza sobre la cama. Sin soltarlo, sube sobre mí y comienza a frotar su erección en mi trasero.

—Con esto ya no olvidarás a quién le perteneces.

Siento la toalla ser arrancada bruscamente y ahogo un grito contra el colchón cuando me penetra. El dolor es tan intenso que me hace llorar y mis manos retuercen las ropas de cama cada vez que se adentra en mí.

Sus manos recorren mi piel, pellizcándola, rasguñándola.

—Conmigo... no... se... juega —gruñe entre jadeos.

La respiración agitada que humedece mi cuello es el preludio a los besos que allí deposita, besos inmundos que se convierten en chupones, chupones que se vuelven mordiscos. Me reclama como su propiedad y me marca.

Fui tan ilusa al pensar que escaparía de él. Siempre estuvo allí, en las sombras, esperando el momento justo para venir por mí.

Aumenta sus embestidas y siento que mis huesos crujen cada vez que deja caer su peso sobre mí. La presión apenas y me deja respirar, todo empeora cuando rodea mi cuello con su mano, apretándolo, asfixiándome lentamente a la vez que se clava en mí, tan adentro y tan fuerte que siento que partirá mi cuerpo en dos.

Si este tormento no acaba ahora voy a morir.

Como si mis súplicas fueran escuchadas, tras unos gruñidos, él se viene dentro de mí. Cuando se aparta soy incapaz de moverme, estoy destrozada en todos los sentidos posibles.

Con inesperada delicadeza, me coge entre sus brazos y me acuesta, arropándome. Acomoda una almohada bajo mi cabeza y se mete a la cama frente a mí. Ordena con sus dedos el cabello que antes jalaba sin piedad y por lo que mi cuero cabelludo arde. Para terminar de volverme loca, limpia con gentileza las lágrimas que caen como un río por mis mejillas.

Me besa. Un beso que sabe a sangre y que lastima más que un golpe, un beso que es mi condena y mi perdición.

—¿A quién le perteneces, Libertad? —pregunta cuando por fin se aparta.

—A-a... a... ti...

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😢 Sé que duele, pero hay que ser fuertes...

¡Gracias por leer! 🤧

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora