XXXVII Departure

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Veía a Illumi ayudándome a empacar y  seguía sin poder creer lo que iba a hacer. Dejarlo todo por un sueño, así podía resumirlo. Y me parecía tan irreal.

Tan abrumador como cerrar los ojos y saltar al vacío.

—No es necesario que lleves mucha ropa. Allá te compraré toda la que necesites —dijo, sacando de la maleta mi pantalón regalón, que por supuesto, estaba gastado y con uno que otro corte.

Volví a ponerlo dentro, pero saqué otras prendas que no valoraba tanto. Eso dejaría espacio para mis preciados libros. Ojalá y pudiera llevar también mis pinturas, pero era imposible. Me permití llevar al menos una de ellas, esa que tanto había llamado la atención de Illumi, la del castillo en la isla Esperanza. Desclavé el lienzo del bastidor y lo doblé, esperando que no se dañara.

Guardé cuidadosamente todo lo demás que no llevaría. Me esperará en orden por si algún día llegara a regresar, aunque no sabía qué tan bueno fuera pensar en ello.

Antes de dejar el departamento, hice una llamada a mi trabajo. Mi jefa se oyó muy apenada cuando le informé que debía realizar un viaje de manera urgente, sin fecha exacta de retorno. Con un tono muy dulce me deseó lo mejor y me despedí de ella para siempre.

Hasta subir al ascensor me hizo sentir melancólica. Los numeritos brillantes, la leve sacudida cuando pasaba del cuarto al tercer piso, el espejo en el que siempre creí verme tan pálida y desaliñada. Sentía que iba a extrañarlo todo. Y mis piernas no dejaban de temblar desde que había cerrado tras de mí la puerta del que fue mi hogar por tres años, mi único hogar sin contar el orfanato.

En el estacionamiento me detuve junto a mi auto. Ahorré por dos años para comprarlo, hice tantas horas extra para no atrasarme con las cuotas y aunque lo conseguí usado, su motor jamás me dio problemas.

―Al llegar, te compraré el auto que quieras.

―Ese es especial.

Subí al suyo, esforzándome por no llorar.

―Lo sé. Con él me conquistaste.

Sin duda estaba de muy buen humor, pensé, mientras salíamos del estacionamiento camino a su departamento.

Narra Illumi

Tal como habíamos acordado, Hisoka nos estaba esperando. No quiso darme detalles sobre nuestro regreso. Cada vez que se lo preguntaba, se divertía haciéndose el misterioso.

Cabrón hijo de puta.

Libi lo saludó con cierto recelo, eso me gustó. No los quería juntos más de lo necesario. Mi sangre hervía cada vez que Hisoka le sonreía.

―Yo... necesito ir al baño ―anunció Libi, nerviosa.

Ella no había dejado de temblar desde que me diera su respuesta. Su miedo era comprensible. Cuando por fin lleguemos, haría que se relajara en mi habitación.

―¿Por qué no la mataste? ―Interrogué a Hisoka, aprovechando la ausencia de Libi.

―La saqué del juego como querías, eso es lo importante.

―Contéstame ―insistí, irritado.

―Lucy es mi juguete. ―Su expresión se volvió oscura y retorcida―. Soy yo quien decide cuando deja de servir.

Libi regresó y di el tema por terminado.

―¿Están listos? ―preguntó Hisoka, avanzando hacia una pared de la sala.

Ambos asentimos y fuimos tras él. Alzó una mano, dejando salir su Ren. De manera refleja hice lo mismo. Libi apretó fuertemente mi otra mano. La palidez de su rostro era preocupante, sólo esperaba que llegara sana y salva. Al instante en que el Ren de la mano de Hisoka entró en contacto con la pared, una figura rectangular se dibujó. Por supuesto sólo él y yo fuimos capaces de verla gracias al Gyo.

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora