XX Límite

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Llegué a la tienda como de costumbre. Saludé a mi jefe, quien me dio los buenos días sin evitar tener una mirada lastimera que me revolvió el estómago. Fue él quien llamó a la policía ese día, mientras entre Josh y un cliente intentaban sacarme a Damien de encima.

Me apresuré a comenzar mis labores, pensando que así tendría menos tiempo para recordar ese momento. Me equivoqué. La misma mirada de mi jefe la vi en Josh.

—Libi, necesito que revises el cargamento que acaba de llegar y hagas un inventario.

No me llamó cariño ni coqueteó conmigo. No era que me gustara, sino sólo me recordaba que las cosas ya no serían como antes, que algo había cambiado. Ahora ellos sabían lo que ocultaba, ellos fueron testigos de la paliza que Damien me dio, como tantas veces había hecho a puertas cerradas. Que ellos lo supieran me hacía sentir indefensa, lo volvía algo real, lo revelaba como un problema.

Y me juzgaban con sus ojos. No lo decían, eran amables y no se atrevían.

"¿Por qué lo ocultabas?"

"¿Por qué tenías un novio como él?"

"¿Eres masoquista? "

"¿Por qué seguías diciéndole que lo amabas mientras azotaba tu cabeza contra el suelo?"

"¿Tan tonta eres? "

"¿A dónde se fue tu autoestima?"

Ellos no lo entenderían, nadie entendería.

Cada vez que pudo, Josh me envió a la bodega, como si no quisiera verme, como si mi presencia le molestara. En parte lo agradecí. Así me ahorraba su lástima, pero no podía evitar sentir que, de algún modo, era un estorbo y mi llanto se liberaba en silencio entre las cajas con herramientas.

Por la tarde, me dediqué a atender clientes.

—Buenas tardes señora Adela ¿En qué puedo ayudarle?

Se trataba de una clienta aficionada a la jardinería, que venía a la tienda desde que abrió, hace casi ya diez años.

—Buenas tardes, linda. Necesito que me recomiendes cuál de estos dos fertilizantes es mejor para mis rosas, las pobrecitas están muy débiles y temo que se sequen.

Le expliqué los beneficios de ambos y noté que parecía más interesada en los moretones que, pese al maquillaje, aún marcaban mi rostro. No pudo evitar preguntar por ellos. Josh hizo una mueca cuando le dije que había sido un accidente en la bodega. Lo ignoré y seguí con mi trabajo.

—La semana pasada no te vi ¿has estado enferma? Estás muy delgada y pálida.

Le dije que había estado un poco decaída, pero que no era nada serio.

—Si puedo hacer algo por ti, sólo dímelo Libi. Te ves tan deprimida como mis rosas. Ojalá y existieran de estas cosas para aliviar las penas del alma —dijo, señalando el fertilizante y dándome un inesperado abrazo que me dejó con un nudo en la garganta.

Su calor era como el calor de una madre, pensé, conteniendo las lágrimas. Su dulce gesto era, sin duda, un aliciente y me daba algo de fuerzas.

Nuevamente pedí hacer horas extra, retrasando así mi regreso a casa lo que más pude. Al llegar, lancé mi bolso sobre el sillón y fui directo a la cocina por un trago. Me llevé una botella de whisky a la sala y bebí en la oscuridad. Bebí sin preocuparme por los regaños de Illumi, después de todo, no había sabido nada de él desde hacía una semana, cuando se enteró de la verdad.

Encontrarlo había sido lo más increíble y maravilloso que me hubiera pasado en la vida y lo arruiné en menos de dos semanas. Supuse que ahora él conocería a alguien mucho mejor que yo y me olvidaría. Pensándolo bien, la única razón por la que estaba conmigo era porque no conocía a nadie más. Quizás por eso no había contestado mis llamadas.

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora