LI Cárcel

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Decir que estaba muy asustada era poco. Llevaba diez minutos acurrucada en un rincón, intentando hacerme lo más pequeña posible, rogando porque nadie notara mi presencia. Había dos mujeres en la celda contigua, que también permanecían en silencio, esperando. La incesante y desesperanzadora espera de quien había perdido su libertad.

El tiempo se estiraba.

Háblame de la droga que guardabas en tu cuarto.

Por lo que entendí, el tipo al que había golpeado era un drogadicto. Fue al restaurante porque allí se abastecía de drogas. Dicho local resultó ser una tapadera para un prolífico negocio de narcotráfico. Negocio del que, al parecer, yo era la principal proveedora.

No importó cuántas veces dijera que acababa de llegar, que no sabía nada de ninguna droga, que era inocente. El dueño del restaurante era mi principal acusador y ante su palabra y las evidencias halladas en mi cuarto, no tuve oportunidad alguna. Para colmo, no tenía ninguna identificación conmigo. Fui enviada al calabozo de la estación de policía, en espera del abogado que me asignarían.

Tienes derecho a una llamada ¿A quién quieres llamar?

No había nadie a quien llamar. No tenía a nadie. Estaba absolutamente sola en este maldito mundo, tan lejos de mi hogar. Hundí la cabeza entre mis piernas, sabiendo que era el peor momento y lugar para llorar.

El sonido de la gran puerta de metal al final del pasillo fuera de las celdas me hizo alzar la vista. Se oyeron pasos y deseé con todas mis fuerzas que fuera mi abogado.

El policía que se detuvo frente a mi celda venía acompañado de una mujer. Alta, desaliñada, con cara de pocos amigos y mirada desafiante, vestía un ajustado y corto vestido. La hizo entrar y cerró la puerta tras ella, retirándose.

—De nuevo por aquí, Lena ¿Acaso no te cansas? —dijo una de las mujeres en la celda de junto.

—Lo mismo podría decirte. Siempre me encuentro con tu misma cara de puta —exclamó "elegantemente" Lena y sentí que se me erizan todos los vellos del cuerpo—. Veo que tenemos carne fresca —agregó, riendo. Camina hacia mí con las manos en las caderas, contoneándose y arrastrando los pies.

La observo levantando apenas el rostro. Vi esa actitud muchas veces en las niñas del orfanato y sé que no puedo hacer nada contra ella. Es más fuerte que yo y ella lo sabe. Haré lo que quiera con tal de que no me lastime.

—¿Cómo te llamas? —escupe.

—Li-libertad —tartamudeo. Una ola de risas de varias mujeres hace eco en el calabozo y no puedo culparlas. Ya parece una maldita broma. Termino por unirme a ellas en sus risas y siento que mi alma vuelve al cuerpo.

—Sí —afirma Lena—, es una jodida mierda —se sienta junto a mí amigablemente y de manera abrupta me jala del cabello hacia atrás, haciendo que me golpee con la pared— ¡Nadie te dio permiso para reírte!

Las mujeres de junto se levantan y celebran la acción, animándola a que continúe lastimándome.

Aún con mi cabello enredado en su mano, me observa de arriba abajo.

—Eres muy bonita —susurra—. Y hueles muy bien —añade, oliendo mi cuello.

Sentir su respiración caliente sobre la piel me asquea y mis ojos comienzan a humedecerse.

—Esta blusa es muy suave y linda, quiero ver si me queda, quítatela —ordena pausadamente y hago lo que me pide sin rechistar. Se pone la blusa, que le queda notoriamente pequeña, ya que es algo robusta—. ¿Cómo me queda, chicas?

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora