L Sueños rotos III

700 75 15
                                    

Una maraña de ideas comenzó a tejerse en mi cabeza. La incertidumbre de mi actual paradero me aterraba y el confirmar que ninguna de mis pertenencias estaba en este lugar no hizo más que aumentar mis temores.

Decidida a resolver mis dudas, abrí la puerta y observé el exterior. Asomé cuidadosamente la cabeza, encontrándome con un estrecho y largo pasillo, con puertas a ambos lados. Parecía ser algún tipo de residencia, como una posada o algo similar. Avancé por el pasillo y bajé la escalera que había al final. No me encontré con nadie hasta llegar a la recepción, en el primer piso. Un hombre leía animadamente una historieta, reclinado tras el mesón.

—Disculpe, señor.

El hombre no apartó la vista de lo que leía. Una sonrisa apareció en su boca.

—Disculpe —volví a insistir, captando esta vez su atención— ¿Podría decirme en qué lugar estamos?

—En la posada Cuatro estaciones —respondió con cansancio, como si mi pregunta fuera la más estúpida del mundo.

—¿Y podría decirme exactamente dónde está ubicada esta posada?

La mirada que me dio intentaba comprender si yo era retrasada o estaba loca.

—En el desierto de Gordeau.

Sus respuestas no me ayudaban. Ese lugar no me sonaba para nada.

—Entiendo. Yo... yo necesito que me ayude. Antes de dormirme estaba en Padokia y acabo de despertarme en una de las habitaciones del tercer piso ¿Sabe cómo llegué hasta aquí?

Empezaba a desesperarme y la pasividad de ese hombre no me ayudaba.

—Las personas vienen aquí buscando hospedaje, si ocupas un cuarto debes pagar por él. Ahora, me dices por cuánto te quedarás y me das un anticipo o te largas.

—Pe-pero... le digo que no sé cómo llegué aquí, no tengo ninguna de mis cosas conmigo y tampoco tengo dinero.

El hombre dejó su historieta a un lado y salió de detrás del mesón, arrastrándome hasta la salida.

—¡Espere, por favor, no tengo a donde ir!

De nada sirvieron mis súplicas. Mi dolor le fue indiferente y me arrojó del lugar como basura.

La posada estaba literalmente en medio de la nada. Sólo un solitario camino se extendía, serpenteante, entre las tierras baldías. Probablemente llevaba a la ciudad que vi por la ventana. Sin otra opción, comencé a avanzar por él.

El implacable sol ardía justo sobre mí, asándome a fuego lento. Al poco andar, la fatiga y la sed se hicieron presentes y tomé un descanso bajo un árbol que apareció como salido de un espejismo. Por más que había avanzado, sólo veía tierra estéril y rocas a mi alrededor. Nada más había desesperanza y desolación, como en la vida misma.

Sabía que lo había arruinado todo.

Y que Illumi estaba furioso.

Pero... ¿Cómo pudo hacerme esto?

Si quería deshacerse de mí, pudo haberme matado, pero prefirió enviarme lejos, dejándome a la deriva. Tan estéril como la tierra a mi alrededor se sentía mi pecho. Y con la sed que me aquejaba, me atrevía a llorar a mares, desperdiciando la valiosa agua que me quedaba en el cuerpo.

Lloraba porque creí encontrar al amor de mi vida, por quien lo dejé absolutamente todo y ahora me había quedado con nada.

Lloraba porque de verdad imaginé pasar mi vida entera a su lado, despertando entre sus brazos y oyendo su voz llamarme Libi cada día.

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora