LXIV Espera por mí

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Narra Lucy

Han pasado dos días. "Será sencillo" había dicho K. Dos putos y asquerosos días y seguimos estancados.

Resultó que el auto usado para el secuestro tenía encargo por robo. La policía lo encontró al día siguiente, en un terreno baldío, completamente quemado. Cualquier pista que pudiera darnos había sido eliminada.

No hubo testigos del hecho, ni cámaras de vigilancia en los alrededores, nada que nos dijera a dónde dirigió sus pasos después de quemarlo.

K se la pasa metido en su oficina, entre sus computadores, sólo me acerco para llevarle comida y preguntarle si puedo ayudarle en algo.

La respuesta siempre es la misma.

"Ya has hecho suficiente".

Lo único que hice fue contarle todo lo que sé acerca de ese maldito hijo de puta malnacido. Para mí no es suficiente, pero su marcado carácter antisocial termina por alejar a cualquiera que se acerque demasiado. Esa fue la razón de nuestro alejamiento y el motivo de que lo único que nos una en la actualidad sea una relación detective a cliente. Eso y los buenos recuerdos que hicimos juntos.

Puntualmente, a las siete de la tarde, va a la sala para entregarme un completo informe de su investigación, como estipula nuestro "contrato".

Una notoria mirada de reproche me da cuando ve que he instalado un televisor frente al sillón. Lo traje anoche y recién se da cuenta. A pesar de toda la basura que se dedica a acumular aquí, no tenía ningún televisor. Yo necesito ver los noticieros.

Se ahorra cualquier comentario y parte con su informe. Tiene un completo perfil que incluye propiedades, cuentas bancarias, registros médicos, hasta infracciones de tránsito. Le pregunto por las propiedades, alguna podría ser usada como escondite. Niega tajante, diciendo que es donde primero lo buscarían.

—Según mi contacto en la policía, esta mañana revisaron esos lugares y no encontraron nada.

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—P-por favor... ya... no puedo...más...

En cuanto me suelta, me desplomó contra el suelo, extenuada. Las manos atadas a mi espalda no logran amortiguar la caída, dándome un golpe de lleno en la cabeza. Siento la tibieza de la sangre escurriendo desde mi ceja. Mi vista se nubla y empiezo a dormirme hasta que una fuerte patada en las piernas me trae de regreso a la realidad.

—¡¿Quién te dio permiso para dormir?! —vuelve a patearme. Cuando está a punto de hacerlo otra vez, el vergonzoso sonido proveniente de mi vientre lo distrae—. ¿Tienes hambre?

Ni siquiera recuerdo cuando fue la última vez que comí. Asiento, con débiles lágrimas surcando mi rostro.

—La comida es un premio y desde que te traje aquí lo único que has hecho es quejarte y llorar. No te la mereces.

Oigo sus pasos alejarse y luego subiendo la escalera que lo saca de este infierno. Me quedo allí, desnuda sobre el frío suelo, incapaz de dar los tres pasos que me separan de la cama... ya no tengo fuerzas.

Mi mente transita entre la consciencia y la inconsciencia a intervalos irregulares. A ratos siento un frío que me cala los huesos, luego un ardor abrasador y se me retuercen las entrañas. A veces me parece oír su voz como si naciera desde mi oído, otras se oye distante e inentendible.

No sé cuánto tiempo después, un sutil aroma a carne frita llega a despertar mi olfato, haciendo rugir con mayor fuerza a mi estómago vacío. Mis párpados se resisten a levantarse, como si pesaran una tonelada. Poco a poco, el aroma a carne se vuelve más intenso a la vez que el dolor repartido por todo mi cuerpo me punza, haciéndome consciente de él y de mi entorno.

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora