XLVIII Sueños rotos I

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Finalmente, y harto de mis gritos histéricos, él me contestó. Sus palabras me estremecieron. Deseé jamás haber preguntado.

"Porque estás embarazada", había dicho.

Yo jamás dejé de tomar mis anticonceptivos, no entendía cómo pudo pasar algo así. Abrazada a la almohada, no lograba dejar de llorar. No iba a soportar pasar por esto de nuevo. El miedo crecía en mi pecho y el vacío hacía eco en mi vientre.

Illumi entró a la habitación. Se sentó en la cama, en silencio, oyendo mi llanto por varios minutos que parecían no acabar jamás.

―¿Tanto te duele esperar un hijo mío?

No fui capaz de responder.

******

Acababa de despertar en el hospital, todo mi cuerpo dolía. Tenía vagos recuerdos de lo sucedido. Habíamos ido a una cabaña en la montaña. Planeaba darle allí la noticia de que seríamos padres, pero nada salió como esperaba.

"¿Es una broma? ¿Piensas que voy a arruinar mi vida por un bebé? Además, ¿Cómo puedo estar seguro de que es mío?"

Sus palabras hirieron mi corazón y sus manos lastimaron mi cuerpo. Por mucho tiempo quise creer que había sido un accidente, pero la verdad era innegable. En un arranque de ira, Damien me golpeó y resbalé, cayendo por una pequeña quebrada.

―Estuviste inconsciente dos días ―me contó la enfermera―. Tu brazo tardará al menos un mes en sanar.

Miré el yeso que lo cubría, era lo de menos.

―¿Cómo está mi bebé?

Ella bajó la mirada, susurrando un débil "lo siento".

Una indescriptible sensación de vacío se apoderó de mí. Pasaron semanas, meses y el vacío no me dejaba. La angustia asfixiante y demoledora me llevó a refugiarme en Damien. Sus disculpas me hicieron creer que nadie más que él comprendería mi dolor. Era el dolor de ambos y nuestro amor curaría todas las heridas. Él no pensaba lo mismo y acabó encontrando alivio entre las piernas de una de sus compañeras de la universidad.

Nos separamos tras casi un año de relación. A las pocas semanas sospeché de un nuevo embarazo. El resultado positivo me llenó de ilusión. Todo sería diferente lejos de Damien. No me molestaba que solo fuéramos el bebé y yo. Él sería mi familia, la familia que siempre había querido tener.

Durante dos meses fui la mujer más feliz del mundo. Una pequeña vida crecía en mi interior y su luz iluminaba mi oscura existencia, guiándome por el camino que debía seguir. Lucy también estaba feliz. Era su sobrino y nos pasábamos las tardes imaginando como sería cuidar de él. Una día, un intenso dolor en el vientre acabó con mis sueños, desdibujando la familia que me había inventado. Había perdido al bebé.

Tras varios exámenes, me informaron que probablemente jamás podría tener hijos. Mi cuerpo era capaz de engendrar, pero no lograría llevar un embarazo a término. Básicamente estaba muerta por dentro o así fue como me sentí. No había logrado proteger a mi bebé, dejándolo morir.

No. En realidad, yo lo había matado, mi cuerpo inútil, averiado. Tierra amarga que secaba las semillas hasta quitarles toda oportunidad de germinar. Jamás podría tener una familia propia. Ningún hombre amaría a una mujer muerta como yo.

Sólo Damien. A él no le importaba y llené con su pobre amor el vacío de mis días. Y con alcohol. No comprendía que Damien era el causante de todas mis desdichas, él y el accidente que me provocó, habían dañado mi cuerpo para siempre. Por su culpa yo jamás sería madre.

Vidas cruzadas [Illumi Zoldyck] (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora