Capítulo 28: La muerte está en todos lados.

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La prisión era un lugar enorme rodeado de grandes muros y seguridad extrema que impedía que los caminantes que estaban afuera pudiera entrar, pero al mismo tiempo era un gran nido de enfermedades en el que una simple gripe podría evolucionar y convertirse en algo peor que la Menenge. 

Ya llevaba tres días viviendo en este lugar y apenas me estaba acostumbrando a la forma de vivir de todos. La comida no era muy abundante, —debido a que apenas la estaban cultivando —, pero al menos era lo suficiente como para que el cuerpo humano pudiera mantenerse en pie y con energía. A las ocho de la mañana venía la primera ración de comida y a las ocho de la noche la otra ración, que no era más que arroz cocido con algo de sal y sin condimentos; éste a su vez venía acompañado de un trozo de verdura que podía ser un tomate, una papa o incluso un pedazo de zanahoria y a su vez un vaso de agua para poder pasar todo esto. Según me dijeron, el motivo por el cual daban tanto arroz era porque el crecimiento de este tipo de comida era muy rápido y ya dentro de poco venía la cosecha de fríjoles; pero por ahora, el arroz se había convertido en la principal fuente de alimento y gracias a esto no había necesidad de gastar las reservas de comida que se tenía en la bodega. Todos los días salía un pequeño grupo de exploración que traía toda la comida que pudieran encontrar y luego la guardaban en la bodega para así tener una especie de plan B por si las cosas en un futuro se podían torcer más de lo que ya estaban. 

El agua era otro de  los principales recursos que se protegía y solo en la prisión tenía dos usos; el primero era para hacer las comidas y pasar el insípido arroz y el segundo uso era para la población en general. Solo dos veces a la semana se le daba vía libre a este recurso para que las personas pudieran lavar su ropa y bañarse—todo esto, gracias al Consejo en el que Gary estaba involucrado —. No sé de dónde viene exactamente el agua, pero podría asegurar que se trataba de esos enormes tanques que habían a menos de un kilómetro de distancia, los cuales se llenaban gracias a un pequeño riachuelo o cuando llovía en extrema abundancia. 

Ojalá conmigo y en este momento pudiera estar Thommy, pero no sé dónde estará en este preciso momento y mucho menos tengo la menor idea de si todavía estará vivo... aún así, la esperanza es lo único que se pierde. De igual forma, es gracias a él que todavía sigo con vida porque fueron sus recuerdos y bellos momentos lo que me dieron el motivo para no rendirme en ningún momento y morir. Ahora todo eso cambia un poco porque ya no estoy solo, estoy rodeado de personas que necesitan y necesitarán ayuda.

— Hey, hola. — Allie se sentó al otro lado de la mesa con un bandeja que llevaba en sus manos, la colocó sobre la mesa y se me quedó viendo por un instante. — Gary me ha dicho que podía encontrarte aquí... al parecer te la pasas más tiempo en esa silla que en la enfermería.

— Soy fácil de encontrar. — le dije y sonreí por lo bajo, seguidamente tomé el cuaderno que tenía sobre la mesa y lo cerré. En él tenía escrito llevaba como una especie de bitácora de todo lo que me sucedía. 

— ¿Qué escribes?— me preguntó ella con un timbre de curiosidad en su voz al darse cuenta de mi agenda; bajé la mirada y  le di un pequeño empujón al cuaderno para que se deslizara por la mesa y llegase hasta donde ella.

— Algo parecido a una bitácora... solo que la llevaba escribiendo desde que conocí a Thommy.—  le respondí. — Nunca antes se la había mostrado a alguien... mucho menos a él porque lo consideraba algo muy personal... pero ahora que el mundo se cae a pedazos cada vez que pasan los días, como que ya no tiene importancia esconder las cosas.

— No sirvo para saber lo que piensa alguien... menos si está escrito... — comentó ella y volvió a empujarme la agenda. — ¿Te importaría si me  hablas de él?

Apocalipsis Z El Inicio - Romance GayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora