Capítulo 36: Tiro por la culata.

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Sentí mucho miedo cuando me encontraba dentro de ese vehículo con los caminantes ya comenzando a rodearnos. Estaba en el asiento del copiloto, con una pistola entre mis manos y con los ojos bien abiertos observando como las criaturas se seguían acercando dando enormes zancadas. Vi una niña a mi derecha con su brazo apenas colgándole de un tendón. También a un anciano acercarse por el frente con una fea herida en el cuello cubierta de sangre seca y gusanos. Todo estaba horrible.

Volteé a mirar a León y me di cuenta de que tenía su cabeza metida bajo el volante del Renault intentando encenderlo.

—¡Es que me cago en los que intentaron encender esta cosa usando las llaves que no son!

Decía él, con furia sin desconcentrarse al mismo tiempo. Sacó el cableado del vehículo como si de tripas se tratarán y luego comenzó a hacer de las suyas para intentar encender. El motor intentaba arrancar, pero volvía apagarse. —Vamos bebé... yo sé que tú puedes.

Era evidente que ya no podíamos salir del Renault porque a medida que el tiempo avanzaba, los caminantes se hacían muchos más. Nos estaban rodeando por todos los flancos y salir solo conllevaría al suicidio. Sentí un vacío en mi estómago como una bola de hielo gigante cayendo sobre mi intestino cuando pensé en la posibilidad de quedar atrapados, pero me calmé... no era hora de sacar el pesimismo a flote.

La niña estaba golpeando con fuerza la ventanilla de mi derecha, dando enormes palmadas, puños y hasta golpes con la cabeza en un intento de poder romper el cristal. Lo iba a lograr. El vidrio temblaba con fuerza y yo solo me encogía hacia la izquierda sabiendo lo que iba a pasar si ese pequeño engendro seguía haciendo eso.

—¿Te demoras? —le pregunté sin dejar de mirar la ventanilla. Ahora era el anciano que se había unido a la fiesta de golpes con la niña. Fue hasta cierto momento gracioso porque como el hombre era más alto, no tuvo, sino que mover un dedo para apartar la niña de allí.

—¿Tienes prisa? —me preguntó molesto. Lo estaba presionando, pero ¿quién no lo haría?

La claustrofobia la podía sentir correr por mi cuerpo como una corriente eléctrica que me petrificaba en el asiento de aquel vehículo. Quería salir corriendo antes de que llegaran más, pero saqué esa idea de mi cabeza cuando ya lo único que nos rodeaba era una oscuridad, gruñidos y golpes.

—No tengo prisa... solo no quiero ser el almuerzo. —le respondí. Segundos más tarde, la ventanilla explotó en una lluvia de cristales que cayeron sobre mí. El corazón me dio un vuelco cuando eso sucedió y el anciano con la fea herida en su cuello se incorporó al interior del vehículo estirando sus manos.

No lo pensé dos veces. Apunté con la pistola y tiré del gatillo con fuerza haciendo que la cabeza de aquel ser fuera impactada por una bala que le entró por un ojo y le salió por detrás. Le di a bocajarro y fue suficiente para que su cuerpo quedara colgando ahí en la ventanilla como si se estuviera exhibiendo.

Los demás caminantes se acercaban a mi derecha para ingresar, pues ya tenían una forma de atraparnos y eso fue lo que me llenó de más miedo. Sin embargo, cuando ya iba a dar todo por perdido y por un instante había visto toda mi vida pasar frente a mis ojos con Thommy, León logró encender el Renault. No había tiempo de calentar motores, por lo que solo presionó el acelerador con fuerza mientras gritaba de triunfo. La parte delantera empujó a los caminantes quitándolos del camino y al final salimos de ese lugar a toda prisa. Empujé al anciano y su cuerpo rodó por el pavimento para quedar tirado boca abajo sobre el suelo y extendido como un animal muerto.

Apocalipsis Z El Inicio - Romance GayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora