Capítulo 49: Cabezas rodarán.

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"El miedo genera debilidad en las personas y la debilidad genera poder en los que saben como usar eso a su favor" — Joshua Herrera, reverendo. 


Narra Billy.

Ahora las cosas comenzaban a ponerse todavía más feas allí afuera, pues una vez que Josh y sus dos hombres abandonaron el sótano dejándome atado a la fría silla de madera y sometido a una penumbra que parecía no tener largo ni ancho, los disparos y algunas fuertes explosiones no se detuvieron en ningún momento y no paraban de sonar a  lo largo y ancho de la nación del fuego —creo que así se llamaba, otras personas por lo general le decían "Nación Cruz"—. Eran muy pocas las personas que sonaban desesperadas al ver a  los caminantes invadir toda la Nación como una plaga de cucarachas y sus gritos ahogados sonaban a lo lejos de forma desgarradora. Sentí un profundo miedo de quedarme atrapado en éste sótano para siempre si William y Rachel no habían podido conseguir escapar de las garras del loco anciano, por lo que simplemente agaché la cabeza bastante disgustado y molesto para unos segundos más tarde comenzar a forcejear con toda la fuerza que mis debilitados músculos podían dar. Sin embargo, lo único que conseguía haciendo esto era lastimar mis muñecas y sentir un ardor allí mismo debido a la delgada cuerda que comenzaba a rebanar mi piel como afiladas cuchillas. Frustrado, maldije por lo bajo y casi que me ahogo en los gritos. 

  —  Al menos... me hubiera gustado verte y abrazado una última vez. — comenté y sonreí con lamento. Los ojos se  me pusieron vidriosos y ardieron un poco debido a  las lágrimas que me comenzaban a brotar. 

Muchas veces estuve en peligro de muerte, pero ninguna de esas ocasiones lograban llegar a un extremo como en el que me encontraba. Pues estaba encerrado en un sótano que ni siquiera sabía si era el mismo del ayuntamiento, rodeado de caminantes atados del cuello como perros salvajes y sin mandíbulas que no paraban de gruñir y arrastrar sus pies por el pavimento intentando llegar a mí. Todo esto mientras una guerra con los no-muertos se libraba en el exterior. —Thommy... perdóname por no haber logrado sobrevivir para ti. 


Narra Rachel.

Intenté y quise salir de casa luego de ver a William y Billy partir hacia la boca del lobo decididos a enfrentar a lo que fuera que el anciano tenía para decirles. Pero media hora más tarde de haberse ido, escuché una serie de disparos que provinieron del mismo lugar poniéndome en alerta inmediatamente con la piel achinada. Me alteré y entré en pánico. 

Caminé hacia la ventana que daba al ayuntamiento con la preocupación pintada en el rostro. Corrí la cortina y observé la punta del edificio que apenas si se distinguía entre las demás edificaciones del pueblo. Luego, dos disparos más se escucharon venir del lugar provocando que varias palomas salieran volando de las cuerdas en las que estaban posadas y luego el silencio volvió a reinar todo. 

  — Muy bien... Rachel... — me aparté de la ventana con el corazón en la mano y pensé en el peor de los escenarios. —Recuerda el protocolo de William... matar. 

 Mis teorías de lo que habría podido pasar eran solo dos; en una de ellas estaba el escenario de William tanto como Billy asesinados por el anciano y en el otro, a mis dos amigos huyendo del ayuntamiento luego de haber asesinado a Josh. No sabía que pensar al respecto y no podía quedarme en casa a averiguarlo. Los disparos más que todo me estaban indicando que Josh nos había descubierto sanos y sin ese misterioso virus que había creado... por ese motivo tenía que escapar de la casa antes de que una patrulla de hombres comandada por el cura llegase hasta aquí para hacerme pagar por ser libre otra vez. 

Corrí hasta mi habitación y subí por las escaleras a toda velocidad temiendo lo peor de todo. Me acerqué a la cama, me agaché a toda velocidad y extraje de debajo de ella una pequeña caja que contenía una Baretta de color negro que William había conseguido de forma ilegal al momento de llegar a la Nación —claro, como un pequeño refuerzo por si un problema así se llegaba a presentar— y la puse en la cintura para luego sacar la poca munición que se había conseguido. Dos cargadores extra más el que ya tenía puesto, así que en resumidas palabras contaban con no más de 40 proyectiles que podrían hacer una gran diferencia entre la vida y la muerte. 

Apocalipsis Z El Inicio - Romance GayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora