Capitulo 42: La curiosidad mató al gato.

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Narra Bill.

Tenía los ojos inundados en lágrimas por lo que anteriormente había sucedido en la Plaza de Neira. El estómago no dejaba de gruñirme pidiendo a gritos que dejara expulsar lo poco que tenía en su interior, pero me contenía.

Caminé a paso decidido por las solitarias calles y mirando en todas direcciones un poco desesperado temiendo que alguien me estuviera siguiendo. Pero en realidad toda a gente estaba ocupada viendo como los cuerpos crucificados terminaban siendo consumidos por las llamas. Los gritos y llantos de dolor de León habían dejado de sonar y ahora todo lo que me rodeaba era un completo silencio. Rara vez se oía el viento rosar las estructuras de la Nación y también alguno que otro sonido del que no podía determinar su procedencia.

Luego de una corta caminata a paso largo. Llegué hasta la casa donde estaba Rachel y William. Me adentré a toda velocidad y di una mirada a todo mi alrededor antes de cerrar la puerta a mis espaldas.

Respiré. Me sentía un poco a salvo, pero no del todo.

Permanecí quieto en la sala de la casa con la mirada perdida en el techo, pero luego reaccioné luego de recordar que William estaba en el sótano amarrado de pies a cabeza y, para colmo, ni siquiera comía lo que le llevábamos —a lo sumo estaba haciendo huelga de hambre. —necesitaba ir a verlo.

Llegué hasta la cocina de la gran casa de dos plantas y lo primero que vi fueron los huevos quemados que Rachel había dejado sobre la estufa. A la derecha, una puerta pequeña de color blanco y un poco maltratada, se hallaba esperando a que me acercara para poder acceder al sótano. Me acerqué, agarré el pomo con fuerza y dudé un momento de si hacer esto. Pero al final, el uso de la razón me ganó. Abrí la puerta y vi como unas escaleras de madera se perdían en la oscuridad que emanaba ese frío lugar. Pude sentir un leve olor a orina cuando una ráfaga de viento vino desde el interior.

—Muy bien... —dije. Encendí un interruptor que había a mi izquierda y una luz se encendió en el fondo. Vi el suelo del fondo y una sombra que se reflejaba en el suelo. Era William que seguía quieto y sin hacer nada.

Respiré profundo y comencé a descender. Cada peldaño que bajaba crujía bajo la suela de mis zapatos como si estuvieran rompiendo huesos en vivo y en directo. Llegué.

Miré en todas direcciones y no vi nada más que un bombillo colgando de un delgado cable a cierta distancia de mi mejor amigo. Me quedé observándolo desde el pie de las escaleras mientras él permanecía con la cabeza gacha.

—¿William? —pregunté con la voz casi baja. Había sonado como un susurro entre el duro silencio que había en el sótano. Levantó su cabeza a toda velocidad y se me quedó viendo un instante.

—¿Bill? —me preguntó. La voz le estaba temblando bastante y eso fue suficiente como para que yo me pudiera acercar a él. —¿Dónde estoy? ¿Qué estoy haciendo aquí?

Ante esas dos preguntas, bajó la mirada e intentó moverse sobre la silla para intentar desatarse, pero no podía. —¿Por qué estoy atado? ¿Qué está pasando?

No sé por qué, pero la violencia que emanaba como antes había desaparecido y estaba todavía más manso, ¿era el verdadero o solo fingía?

—Pronto pasará esto... créeme. —le dije. Me agaché a un metro de distancia de él mientras no dejaba de observarme. Su rostro me dejaba ver un gran rastro de dolor y solo cuando dije esto, sus ojos se llenaron de lágrimas. Estaba llorando.

—¿Pasar qué cosa? —preguntó casi entre sollozos. —Estoy hambriento... me duele todo...

Así agachado, me acerqué un poco más. Lo miré. —Estás enfermo... no podemos soltarte hasta que estés desinfectado.

Apocalipsis Z El Inicio - Romance GayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora