Capítulo 4 | Habitación
— ¿Me están cargando? —cuestione cruzándome de brazos sin cruzar la puerta.
— ¿Eso quisieras, eh? —Matt se rasco su nuca, antes de abrir la puerta y pasar.
—Esto será fácil si coperas—mire de reojo a Jeff parado a mi lado, antes de suspirar y entrar a la habitación.
Mire fijamente a Matt observando sus ojos mirarme expectante, escuche a Jeff suspirar, sabía lo que esperaban, pero no lo haría, no les daría esa oportunidad.
— ¿Ustedes si entienden que nada de lo hacen está bien si? —cuestione rompiendo toda paz, mirando a los dos hermanos.
—Más allá de todo, Dulce—Jeff hablo por los dos—. Sabemos que está mal retenerte, pero son ordenes, ordenes—repitió como si quiera que lo entendiera.
—No importa—negué conteniendo un quejido—. No importa nada, ustedes no lo entienden, pero este bebe—toque mi vientre—. Es todo lo que tengo y lo que me queda, es lo único que quiero—mis ojos se llenaron de lágrimas—. Y no me lo quitaran—negué cerrando mis ojos dejando que un par de lágrimas se me escaparan.
—Oh cariño—abrí mis ojos en el momento que Matt aparto la mirada—. No hagas eso, los hombres somos inútiles enfrente de lágrimas de mujeres.
—Ayúdenme—susurre conteniendo los sollozos—. Si es una cuestión de dinero, prometo que les pagare—agregue mirándolos—. Pero por favor sáquenme de aquí.
—Ellos nos harán eso Dulce—cerré mis ojos estremeciéndome escuchando esa voz a mis espaladas—. Ya pueden retirarse—ordeno.
—Lo siento, pequeña—susurro Matt cuando paso por mi lado antes de salir de la habitación.
—Suerte—fueron las palabras de su hermano antes de que desapareciera y cerrara la puerta.
Inspire profundamente antes de secarme las pocas lágrimas que había derramado. Mire con furia la habitación al frente mío, era hermosa no lo negaría, era muy de mi gusto, pero también era muy diferente a toda la casa, estaba segura de eso.
—Eso fue muy cruel de tu parte Dulce—tuve que levantar la mirada cuando camino hasta pararse frente a mí—. Mira que intentar que te ayudaran con lágrimas falsas, es algo muy feo.
—Tú no sabes nada—escupí mirándolo con furia.
—Se lo suficiente—me sonrió mostrando su perfecta dentadura—. Y no eres una llorona, Dulce Coleman.
— ¿Qué quieres? —lo mire con aburrimiento.
—Conocerte—se encogió de hombros antes de darme la espalada—. Conocer a la madre de mi hijo—apreté mis labios—. Conocer a la mujer que me dará un hijo.